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México D.F. Domingo 28 de septiembre de 2003

Angeles González Gamio

Los cronistas de Azcapotzalco

Verdaderos amantes de su localidad, los integrantes del Consejo Delegacional de Cronistas de Azcapotzalco se mantienen muy activos. En días pasados presentaron el primer volumen de Crónicas históricas, costumbristas y urbanas; muy sabrosas de leer, reflejan un delicioso aire provinciano al igual que la delegación, que no obstante ser una de las zonas industriales más importantes de la capital, conserva tradiciones y monumentos y es poseedora de una historia riquísima que data del siglo XIII, cuando se establecieron en ese lugar los tepanecas (los que viven en el pedregal).

Ahí fundaron el que llegaría a ser un poderoso imperio que dominó a los pueblos más importantes de la cuenca. Azcapotzalco, vocablo que proviene del náhuatl azcatl, hormiga, potzoa, acumular y co, lugar, significa "en el hormiguero". Existen muchas leyendas acerca del significado, aunque la que prefieren muchos de sus actuales pobladores es la que alude a su numerosa y trabajadora población, que constituyó un centro ceremonial y comercial de gran importancia, que tenía fama por sus técnicas artesanales especializadas en trabajar piedra, hueso, concha, madera y pluma, destacando principalmente la cerámica conocida como coyotlatelco.

El señorío de Azcapotzalco decayó alrededor de 1428, cuando los mexicas, tlatelolcas y texcocanos emprendieron una feroz ofensiva en su contra, hasta sacarlos de su territorio. Regresaron, ya como súbditos de México-Tenochtitlan, y para humillarlos los aztecas establecieron allí el mercado de esclavos. Tras la conquista, los frailes dominicos fueron los encargados de evangelizar la zona, construyendo el templo y convento de los Santos Apóstoles Felipe y Santiago, belleza arquitectónica que aún existe. En el claustro principal, una de las vigas que sostiene el techo de los corredores tiene la fecha de 1565. El atrio llama la atención por sus enormes dimensiones y su frondoso arbolado. El interior del templo conserva la capilla del Rosario, joya barroca que luce magníficos retablos churriguerescos.

Milagrosamente el bello claustro conserva en las esquinas techos artesonados. En la torre del campanario se encuentra la figura de una hormiga en estuco, que dice la leyenda que va subiendo poco a poco, moviendo una de sus seis patas cada año y que cuando llegue hasta la punta se acabará el mundo. Los chintololos afirman que notan que ha subido; Ƒserá? Este sobrenombre de chintololo con el que se autodenominan los originarios de Azcapotzalco es también motivo de diversas versiones. El cronista José Antonio Urdapilleta explica que es un aztequismo que parece derivar de tsintli, del que resulta chintli, que significa trasero, y tololontic, que quiere decir excesivamente redondo, o sea que traducido al español es: "el que tiene las asentaderas muy grandes".

Del porqué se les bautizó de esa manera hay muchas versiones. Una de ellas sostiene que durante la época prehispánica los naturales usaban un amplio calzón de manta y cuando se agachaban a trabajar la tierra, el viento inflaba la prenda, haciéndoles ver con unas asentaderas enormes, lo que les mereció el apodo, que ellos ahora utilizan con orgullo, como un signo distintivo de los oriundos de Azcapotzalco.

Otra de las sorpresas que guarda esta añeja localidad, es un mural que pintó Juan O' Gorman en 1926, en el vasto espacio de la biblioteca, que estuvo abandonado por años, hasta que Pablo Moctezuma -ahora cronista-, siendo delegado lo mandó restaurar. Se encuentra junto a la Casa de Cultura, que ocupa el edificio que antiguamente fue el ayuntamiento, hermosa construcción, con un amplio jardín y decorada con murales de García Bustos. Una mala noticia es que quieren construir viviendas en el barrio de San Miguel Amantla, en el predio bajo el cual se conservan importantes restos prehispánicos, donde Manuel Gamio llevó a cabo, en 1912, la primera excavación que se hizo en México con el método estratigráfico.

Volviendo a las buenas noticias, entre la generosa oferta de lugares recomendables para comer, sobresale el Nicos, con cerca de medio siglo; su exterior no nos dice nada del oasis interior. Situado en la avenida Cuitláhuac 3102, tiene una decoración sobria, con lambrines de madera clara, muy al estilo de las viejas cantinas de tradición. Es atendido personalmente por la familia Vázquez Lugo, cuyo hijo Gerardo es el cheff, quien prepara auténticas suculencias: sopa seca de natas, tamal de salmón, pollo relleno de setas, huitlacoche o espinacas, según la temporada, y traen cotidianamente de ranchos de Querétaro un exquisito queso de cabra, así como cordero, conejo y codorniz. Cierra los domingos.

cronmex @ prodigy.net.mx

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