México D.F. Sábado 27 de septiembre de 2003
Ilán Semo
Juicios sobre la democracia
Una de las expresiones del sentido errático que han adoptado los cambios políticos que se inician en 2000 es, sin duda, el carácter fragmentario que distingue a las versiones de la democracia (y sus fines) que definen a cada una de las fuerzas centrales de la sociedad política actual. Democracia es un término del que se habla mucho y se elabora poco. Un desdén que resulta sintomático si se piensa que aparece como la resistencia a someterse a una obligación impuesta por las circunstancias. En sus disímbolos usos, el término democracia no trasciende el nivel de un sintagma lejano del que se hace uso propagandístico o al que se reduce a un simple instrumento de futuros que siempre acaban por confinarla en el rincón de los "métodos" de la política.
Para el panismo, la democracia ha significado un compendio de añadiduras (parlamentarias, esencialmente) al infructuoso intento de mantener la antigua estructura de todas las demás realidades del Estado. El priísmo se ha mostrado mucho menos interesado en ella, y la remite a una suerte de anexo evolutivo de un sistema que había "madurado" para hacerse democrático. En la logística discursiva del PRD resulta imposible fijar alguna sistematicidad al respecto, sobre todo cuando el discurso es tan lejano a los órdenes que imperan en la casa propia.
Lo que preocupa, sin embargo, no es tanto la displicencia de las indefiniciones ni la radical ausencia de consenso en torno a la única tarea que parece capaz de reunir voluntades efectivamente nacionales, sino la gradual emergencia de una visión de la democracia profundamente anclada en el maniqueísmo que adquirió el término para codificar las sinuosas laderas de la mentalidad autoritaria. Hoy lo común en la sociedad política es escuchar esa retrovisión que reduce la democracia a un "medio", a un "instrumento", a un "método": un medio, se dice, para lograr el bienestar, para mejorar las condiciones sociales de vida, para propiciar la igualdad. Es un discurso en el que reina la decepción, pero sobre todo el anacronismo, la nostalgia por los grandes relatos de la política y la indiferencia frente a sus tareas esenciales.
Hay poco que entender en esa lógica perversa de los medios y los fines. Sobre todo si se parte del hecho de que los medios acaban siempre por determinar los fines, y los fines son los que propician la producción de los medios. Sin embargo, la "idea de la democracia como medio" (y no como un fin, se entiende) fue la visión que caracterizó durante todo el siglo XX a quienes, en realidad, la despreciaban profundamente.
Hay tres tradiciones políticas cuyas historias hablan abundantemente de este desprecio. El cesarismo liberal, que cifró los grandes paradigmas del imaginario político del siglo XIX y la primera parte del siglo XX, y que despojó a la democracia de ingredientes autorreferenciales. El socialismo autoritario, que primero la declaró "burguesa" y después la registró como un medio más para llegar a la revolución (casi siempre imaginada bajo regímenes dirigentistas). Y por último el populismo, cuyo compromiso democrático siempre fue y sigue siendo circunstancial y maniqueo.
El dilema es que estas tres tradiciones son las que conformaron la parte sustancial del imaginario político mexicano durante el siglo XX. Y su indiferencia frente a la innovación democrática no es casual.
En rigor, la democracia y la igualdad social tienen poco que ver entre sí. La democracia puede adaptarse a las más disímbolas economías sin por ello perder su carácter sustancial. Quienes entendieron este hecho fueron la tradición liberal democrática y un sector de la izquierda occidental. ƑCuál fue la lección que ambos extrajeron de un siglo de autoritarismo y maniqueísmo que vio a la democracia como un medio?
Fue una lección simple y difícil: vale realmente la pena considerar a la democracia como un fin en sí, más allá de todas las consecuencias sociales que traiga o deje de traer consigo. Vale la pena considerarla como un auténtico patrimonio, más allá de los regímenes sociales que de ella se desprendan. Toca a sus diversas fuerzas impulsar esta diversidad, pero siempre y cuando dejen de ver en el régimen democrático a un simple "medio".
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