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México D.F. Sábado 27 de septiembre de 2003
DESFILADERO
Jaime Avilés
Rulfo y Gabo: influencias
Huellas del jalisciense en Cien años de soledad
Reviven fricciones entre pacistas y rulfistas
LAREDO, NORTE DE España. Frente a
estas playas de arenas largas y olas
perezosas, por donde el pasado lunes, con puntualidad
británica, el otoño entró con un séquito de
vientos y lloviznas, el cuerpo se ablanda y se disuelve maldiciendo al
inventor de las vacaciones, que terminan tan de golpe cuando apenas cobraban
sentido. Con lo que cuesta aflojar las cuerdas del violín y para
qué, si en el instante que lo logras comprendes que tienes que volver
a estirarlas. Quién sabrá cómo y cuándo regresará
la fuerza a estos brazos desmayados sobre las hilachas de una camisa, a
estas piernas desprendidas de la cintura, a este cuello paralelo a la tierra
que con tanta aflicción se endereza para que alguien, tal vez yo,
se mire las puntas de los pies y recuerde que debe cortarse las uñas.
He perdido los anteojos de leer, que en adelante, cuando
los reponga, serán los de escribir, y sobre todo los de revisar.
Por medio de esta confesión de indisimulada miopía me atrevo
a implorar la benevolencia de tantos lectores que, durante la semana, echaron
en el buzón de esta página cartas y más cartas para
advertirme que me equivoqué, en el Desfiladero precedente, al asentar
que Octavio Paz ganó el Premio Nobel de Literatura en 1983, cuando
se lo dieron, como bien consta en mis notas, en 1990, en pleno sexenio
de Salinas.
Porque en 1983 lo recibió William Golding, y en
1982 Gabriel García Márquez, y en 1981 Elias Canetti, corroboro
entornando los párpados ante la pantallita de Internet, que antes
de cotejar tales datos me ha deparado otro disgusto. Sí, porque,
en acto de penitencia, he releído mi entrega del sábado anterior
("Rulfo, Paz y el ninguneo"), sólo para topar, y darme de topes,
con una línea que me avergüenza: "La gran fiesta conmemorativa
que ha comenzado con el objeto de conmemorar los primeros 50 años
de El llano en llamas...".
¡Por Zeus! ¿Fiesta "conmemorativa" para "conmemorar"?
¿Y por qué no fiesta "festiva" para "festejar"? Sería
lo mismo. Hostias fritas, ¿dónde habrán quedado mis
lentes? Con lo fácil que habría sido tachar el vocablo "conmemorativa"
para que la frase pasara invicta por las lectoras pupilas del público
rumbo al olvido absoluto, que es el destino primero y final de los textos
periodísticos. La absurda reiteración, al contrario, la inmortaliza.
Por fortuna, si algo me alegra, es el otro paquete de cartas, no menos
numerosas, que aluden al meollo de aquel artículo. Sus autores se
proclaman rulfistas militantes y, lo que más me sorprende, antipacistas
furibundos.
Algunos redactaron sus opiniones, casi casi, podría
decirse, con una pasión futbolística digna de un América-Guadalajara,
pero insólita, y por ello maravillosa, en un país audiovisual
como el nuestro; verbigracia, un país sin librerías. Todos
comparten un fervor sin límite por la obra y la persona de Juan
Rulfo, exaltando su grandeza artística y su modestia personal, en
contraposición con la figura de Paz, generadora de envidias y descréditos
para bocabajear al creador de El llano en llamas.
Esta página quiere destacar, particularmente, las
observaciones de un rulfista del estado y la ciudad de Colima, cuyas notas
enriquecen y llevan más lejos el empeño de mi escroto
anterior, el cual recordó tanto los chismes que la burocracia literaria
enderezó contra Rulfo -al poner en duda que fuese el autor de Pedro
Páramo-, como las pruebas que demuestran que esos infundios
no eran sino cháchara de lenguaraces. Y es que a los epígonos
de Paz, en su momento, les irritaba que artistas y escritores extranjeros
llegaran a México y le hicieran al poeta dos preguntas. Una: ¿cómo
ve la literatura de su tierra? Y dos, la peor, la más hiriente:
¿cómo ve a Rulfo? Pero la carta que a continuación
será transcrita subraya, específicamente, la influencia de
nuestro clásico sobre García Márquez.
Muchos años después...
"Señor Avilés: Su artículo de hoy
sábado (20/09/03) hace justicia a Rulfo. ¿De dónde
salió tanta insidia contra él, ese ninguneo al que usted
con tino se refiere? Muchos estamos hartos de escuchar a cualquier intelectualito
pedante referirse a la escasa creatividad de Rulfo y al mérito de
sus amigos. Y más cuando semejantes aberraciones provienen -como
usted refiere- de ese payasito, paradigma de la superficialidad chistosa
y la tontería para damas desocupadas.
"Honesto ha sido Gabriel García Márquez
al reconocer, en La Jornada también, las lecciones de Rulfo,
tan importantes para él como las de Kafka. Y dígame si este
párrafo de Pedro Páramo no le recuerda el inicio de
Cien años de soledad: 'El padre Rentería se acordaría
muchos años después de la noche en que la dureza de su cama
lo tuvo despierto y después lo obligó a salir. Fue la noche
en que murió Miguel Páramo...'. Pero no sólo eso.
El ritmo de la narración, la precisión, el modo de contar
de Rulfo aparecen -así creo yo- constantemente en GGM.
"Ahora bien, ¿para qué mitificamos más
el Nobel? Si no lo recibieron Rulfo ni Borges, y no lo han recibido Miguel
Delibes ni José Emilio Pacheco, algo debe de fallar en él.
Supongo que ahora la literatura, como la política, ha de pasar por
la aduana de la televisión, no para masificar su lectura, sino para
vulgarizarse. (Yo creo que no hay arte popular; creo que la educación
debe llevar a muchos a las alturas espirituales del arte. ¿Es mucho
pedir cuando mantenemos al Estado?) Y, claro, para negocio editorial.
"Pedro Páramo y El llano en llamas
se han leído y se van seguir leyendo y releyendo. En mi familia
ya va la tercera generación que lo hace, mis hijos incluidos. Se
necesitarán muchos siglos para que Rulfo vaya al olvido. (¿Cuántos
le augura a Paz en cuanto la televisión deje de reciclarlo?)
"Quiero decirle que le escribo desde Colima, a ocho kilómetros
de Comala, la real, que físicamente no es la de Pedro Páramo,
pero sí la que conoció Rulfo con todos sus caminos y puentes.
La región rulfiana es esa que alguna vez en Colima, pocos años
antes de morir, Juan José Arreola propuso llamarla Xaliscolimán.
Son los valles de la región volcánica de Jalisco y Colima,
una zona geográfica y cultural (Apulco incluido) que uno reconoce
de inmediato en Pedro Páramo y El llano en llamas.
"Si alguna vez viene usted a Colima me gustaría
mostrarle Xaliscolimán, incluida la Media Luna. También encontrará
en el habla popular muchas historias y expresiones rulfianas (e historias
y dichos de Arreola), como dicen que ocurre en Aracataca con las historias
de GGM. Ojalá escriba usted más en torno a las babosadas
que suelen decir esos pedantones que presumen de erudición sobre
Rulfo, para colgarse de él y obtener alguna fama que les permita
siquiera pasar por el mundo quejándose como los fantasmas de Pedro
Páramo. Saludos desde Colima, Armando Martínez de la
Rosa."
Delfines futuros
Tiene toda la razón Martínez de la Rosa.
En 1980, al intervenir en el homenaje nacional que Bellas Artes rindió
a Rulfo, García Márquez relató que en 1961, el año
cuando descubrió Pedro Páramo, había publicado
La hojarasca y guardaba en un cajón El coronel no tiene
quien le escriba -la cereza del pastel de su obra-, La mala hora
y Los funerales de la mamá grande, pero se "sentía
metido en un callejón sin salida y estaba buscando por todos lados
una brecha para escapar". Fue entonces cuando Alvaro Mutis lo enfrentó
a la prodigiosa irrealidad de Pedro Páramo.
A la vista de su autorreconocido asombro por esa novela,
cabe preguntarse cuántas veces no habrá leído y releído
García Márquez aquella imagen subrayada por Martínez
de la Rosa -"El padre Rentería se acordaría muchos años
después de la noche en que la dureza de su cama lo tuvo despierto
y después lo obligó a salir. Fue la noche en que murió
Miguel Páramo"-, antes de dar con la estructura y la rítmica
de las palabras que desencadenarían el torrente de Cien años
de soledad: "Muchos años después, frente al pelotón
de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar
aquella tarde remota cuando su padre lo llevó a conocer el hielo".
¿Verdad que los pacistas jamás tuvieron
la generosidad de reparar en un "pequeño" detalle como ese? Los
libros se alimentan de libros y engendran a su vez otros libros que prolongan
la cadena infinita de las literaturas de todas las lenguas. García
Márquez bebió en Rulfo las enseñanzas que éste
había absorbido en las letras escandinavas -de las cuales, por ejemplo,
se nutrió el joven Joyce, que aprendió noruego para leer
a Ibsen en su idioma original-, y todo ello y mucho más, tan sólo
para que las nuevas generaciones de narradores las digieran a su modo y
las entreguen a las que vendrán más tarde, porque, si no
me equivoco, fue Borges quien a pesar de su ceguera observó que
cada libro es todos los libros, y todos los libros abordan sin remedio
el mismo asunto, que es la vida del ser humano y de sus preocupaciones
inacabables.
Pero la tragedia que nos amenaza a los mexicanos -y para
conjurarla ha emprendido una batalla ejemplar este periódico, ya
lo verá usted el próximo 10 de octubre- reside en que, sin
percatarnos de las terribles consecuencias que ello puede implicar, estamos
transitando hacia un futuro sin libros, sin industria editorial, sin redes
de distribución de impresos, sin crítica literaria y a fin
de cuentas sin lectores, lo que equivale a decir un futuro sin memoria,
sin reflexión, sin espacio para la recreación de la nostalgia,
sin veredas para la fantasía.
Los poshegelianos decían que somos diferentes de
los animales porque éstos no son capaces de sembrar y cosechar los
alimentos que consumen, pero en un futuro sin libros, sin recipientes para
guardar nuestra experiencia sobre la Tierra, terminaremos comunicándonos
como los delfines: emitiendo soniditos que a juicio de alguna especie superior
a la nuestra serán tomados, bajo sospecha, como signos de inteligencia.
Una inteligencia que dejó de evolucionar por causas hasta ahora
desconocidas: también dirán eso. Tal vez, por qué
no. Quién sabe. Uno no debe responsabilizarse de las cosas que se
le ocurren con un libro sobre los ojos, de panza al sol.
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