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México D.F. Jueves 25 de septiembre de 2003
Soledad Loaeza
El qué hacer de la Iglesia en México
Al iniciar el tercer milenio la Iglesia católica se enfrenta a situaciones críticas que demandan una rápida respuesta que garantice la continuidad de la institución en la forma y fondo que demanda la supervivencia del catolicismo. Una de ellas es el escándalo que han provocado en Estados Unidos las denuncias en contra de numerosos sacerdotes por abuso sexual de niños y adolescentes, cometido en los últimos treinta años. Las revelaciones a propósito de la investigación que la Procuraduría General de la República mexicana lleva a cabo acerca del posible involucramiento del cardenal Juan Sandoval Iñiguez con operaciones de lavado de dinero, es un segundo ejemplo del tipo de crisis que puede debilitar de manera irremediable a la Iglesia.
Ambos casos, el escándalo de los sacerdotes estadunidenses y del obispo mexicano, demuestran que, pese a todo, la Iglesia católica no puede escapar a la influencia de la sociedad en que está inserta, y por esa misma razón la institución puede reflejar en su interior algunos de los problemas que aquejan a su sociedad. Sin embargo, esta realidad no es un argumento para justificar sus faltas. La autoridad moral y religiosa de la Iglesia depende de su capacidad para defenderse de las tentaciones del mundo terrenal; además, es muy importante que demuestre que tiene esa capacidad para que los creyentes tengan un modelo, una referencia a la cual apelar cuando enfrentan ellos mismos la tentación.
Los problemas que enfrenta la Iglesia en estos momentos son también una oportunidad para que dé testimonio de su capacidad para integrarse al siglo xxi, predicando con el ejemplo. Así han intentado hacerlo en meses recientes la Arquidiócesis de Boston y la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, cuando han reconocido que el problema del abuso sexual, que en un primer momento intentaron ocultar, alcanzó grandes magnitudes porque no fue reconocido ni tratado debidamente. Han pedido disculpas públicas y ahora buscan compensar en cierta forma el daño que causaron. La Arquidiócesis de Boston se ha comprometido a pagar 85 millones de dólares en compensaciones a más de 500 víctimas, así como a revisar algunas el tratamiento de problemas que demandan soluciones tan dolorosas como puede ser la separación del magisterio sacerdotal. El nuevo arzobispo de Boston, Sean P. O' Malley, considera que ésta es la única manera en que la Iglesia puede resguardar la credibilidad que es indispensable para su magisterio.
Cuando aparecieron las primeras denuncias de abuso sexual a mediados de los años ochenta la respuesta de los obispos estadunidenses fue negar los problemas, ocultarlos o tratar de compensar a las víctimas en forma discreta, para acallar el escándalo. Sin embargo, jamás se les ocurrió decir que era una barbaridad sospechar siquiera de ellos, ni mucho menos denunciar una supuesta campaña en contra de la Iglesia católica, como han hecho algunos obispos mexicanos que han querido defender al cardenal Sandoval Iñiguez, y él mismo. Tendrían que saber que lo que está en juego es mucho más que el prestigio personal del arzobispo de Guadalajara; por consiguiente tendrían que anteponer los intereses de la Iglesia católica, que no son necesariamente los del cardenal, y admitir con humildad que se hagan las investigaciones que la autoridad considere necesarias para establecer la verdad.
Más aún, los obispos mexicanos tendrían que reconocer que el combate al narcotráfico en México es una prioridad para todos, deberían proponerse colaborar en la primera fila en esta lucha que erosiona algunos de los valores más caros a la tradición católica, en primer lugar, la familia, y que destruye todos los días vidas jóvenes en todo el país. Tendrían que mostrarnos qué han hecho para defendernos del narcotráfico.
Algunos pensarán que las experiencias de los sacerdotes estadunidenses y del prelado mexicano son incomparables. Primeramente porque, a diferencia de los religiosos estadunidenses acusados, el cardenal Sandoval Iñiguez no ha sido inculpado. Por otra parte, habrá quien piense que los crímenes también son inconmensurables, y que es infinitamente más grave violar la inocencia de un niño o de una niña, que ayudar a algún narcotraficante en apuros, que además puede tener muy buenas intenciones, ya sea construir una escuela o una iglesia. Sin embargo, las faltas de unos y otros -en caso de que se comprobara la culpabilidad de nuestro cardenal- son comparables porque en ambos casos estamos hablando de un abuso de confianza.
Al igual que los obispos estadunidenses, ante un problema que puede ser explosivo, los obispos mexicanos tendrían que diseñar una estrategia cuyo primer objetivo sea mantener la credibilidad de la Iglesia.
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