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México D.F. Miércoles 24 de septiembre de 2003
FORO DE LA CINETECA
Carlos Bonfil
La espera
Mirada a una relación familiar amarga
Sobriedad expresiva
UNA INTRIGA MINIMA, tan escueta como los diálogos que intercambian una hija y una madre en el compás de espera de la muerte de esta última. A La espera, del joven uruguayo Aldo Garay, se le podría llamar, kieslowskianamente, Breve película sobre el dolor. De apenas 65 minutos de duración (la cinta fue pensada originalmente para la televisión), y con la acción concentrada en un departamento muy modesto de Montevideo, esta mirada a una relación familiar amarga, llena de frustraciones y rencores, sorprende por la limpieza de su realización y por el tono siempre justo de las actuaciones. Una atmósfera de encierro capturada con sobriedad, sin las facilidades del tremendismo escénico, y en la que importan más los gestos y actitudes de los protagonistas, siempre inasibles, a menudo contradictorios, o la ambigüedad de ciertas situaciones (Ƒquién es el enigmático vecino, servicial y solitario?), que alguna ociosa recreación de un entorno miserable.
NO UNA PELICULA más sobre un duelo, sino sobre las dificultades de lamentar la pérdida (inminente) de un ser en apariencia odiado. Y cuando ese ser es la madre imperiosa y chantajista que postrada en la cama sigue machacando reproches contra el padre desaparecido o vigilando los movimientos de una hija pese a todo devota, el espectador no puede menos que sentirse perturbado, incómodo en su calidad de invitado de piedra, testigo presencial, voyeurista involuntario, de ceremonias tan íntimas como el aseo diario de la madre en sus detalles más escatológicos. O de frases de exasperación de la hija/enfermera a la madre: ''Hija de puta, Ƒpor qué no te morís de una buena vez?", proferidas con una insólita mezcla de rabia y de ternura.
DE NINGUN MODO la recriminación metálica, intransigente, que escupe Isabelle Huppert a Annie Girardot en La pianista, de Michael Hanecke, sino una expresión más compleja aún, prácticamente ahogada en la confusión amorosa que provoca en la hija la pérdida muy cercana, y en la madre la difícil reconciliación tardía.
EL FILME SE basa en la novela Torquator, del escritor uruguayo Henry Trujillo, pero al parecer la adaptación ha tomado libertades con el original, y algunos personajes, en particular el vecino, hombre maduro, quedan muy reducidos por razones de economía en la producción, aunque cabe pensar que también por una decisión estilística.
LA ESPERA NO parece en absoluto una película cercenada, a la que hubieran mutilado escenas capitales o escamoteado algún desenlace más sonriente. Cada secuencia señala la voluntad deliberada de una propuesta minimalista, con personajes secundarios muy banales que, como en la vida, en nada entorpecen o modifican el curso del acontecimiento central que es la muerte, con toda su sequedad y naturaleza intransferible. Entre madre e hija sólo hay un ritmo de espera, un desenlace ineludible y una liberación improbable. Despojada de todo heroísmo, y sin la salida de una negociación sentimental, sin redenciones ni perdón, la muerte materna se impone aquí como un gran absurdo, no por previsible menos brutal.
LA PELICULA CONSIGUE capturar, desde su título, lo que parecía privilegio de la narración literaria: la observación paciente de un clima moral, aquí muy enrarecido, y su traducción en imágenes tan sugerentes como la situación lo requiere. Un departamento que anticipa la morgue, un conjunto habitacional que anuncia ya el camposanto y sus criptas levantadas hacia el cielo, personajes que viven por adelantado el duelo, mientras la cinta hace economía de la agonía de una enfermedad. Toda esta atmósfera y esta sobrecarga emocional hace de La espera un acierto de la sobriedad expresiva. Algo poco común en el cine latinoamericano actual, algo verdaderamente digno de un buen foro.
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