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México D.F. Miércoles 24 de septiembre de 2003

Luis Linares Zapata

El oneroso retorno de un brujo menor

La batalla por la ruta de desarrollo nacional, centrada en el diseño de las llamadas reformas estructurales, entró en su apogeo. Los grupos se disputan no sólo el contenido de esos programas cruciales que delinearán las futuras características de la nación, sino el tiempo en que se deberán llevar a cabo. Y, en medio de la pelea asoman las conocidas orejas de un personaje malquerido por la mayoría de la población: el ubicuito y modernizante señor Salinas, quien se autodesigna como aportador de ideas informadas. Un priísta que ha llevado atada la mala vibra, por alegado fraude, desde antes de asumir la Presidencia y que no ha ofrecido disculpa alguna por la cuestionada conducta familiar, bajo su influjo y protección, así como para la de él mismo, que bien puede configurar toda una averiguación previa. Al contrario, desea plantarse a la mitad del foro público para influir, con el más que presumido peso de su influencia sobre grupos de presión, periodistas, curas y partidos políticos, para coadyuvar con el gobierno a empujar las reformas estructurales que pretende Fox. Alguien pagará costos adicionales por esta intromisión impertinente y no sólo serán los priístas, que tan atentos oídos prestan al que intenta situarse como su figura conductora. Allá ellos si reinciden en lo que ya aparece como enfermiza proclividad: la ansiada vuelta al líder nato que algunos añoran.

En un lado del cuadrilátero de la disputa se ubican todos aquellos que de manera por demás decidida insisten en conducir la economía por las cuestionadas rutas de la globalización a ultranza. En efecto, se viene consolidando un enlace de intereses individuales de varios personajes con las intenciones de las grandes empresas trasnacionales y los centros de poder hegemónico, que ambicionan echar el guante, sin titubeos ni tapujos, a las riquezas del país. Para ello plantean la apertura a la llamada "inversión externa"; afirman con desparpajo y franca intransigencia, basada en sofismas profusamente difundidos, las dos más grandes empresas públicas (Comisión Federal de Electri-cidad y Pemex), que durante muchos y difíciles años los mexicanos han consolidado como la espina dorsal de la economía del país. Muchos de tales personajes, abocados a empujar la apertura (que es verdadera entrega), han dispuesto sus conciencias y energías al servicio de corrosivos intereses del exterior, amparados en creencias y dogmas, que en realidad encubren dictámenes imperiales que se extienden con idénticos planteamientos por toda Latinoamérica. Basta con asomarse a Bolivia, a Perú, no digamos a Argentina, Ecuador o Centroamérica, pa-ra constatar acciones calcadas al carbón, razonamientos igualmente torcidos bajo la apariencia de un pragmatismo eficientista con resultados desastrosos para la construcción de un futuro crecimiento sostenido y justo. Uno en el que se responda, con hechos tangibles, a los reclamos por una vida digna de las distintas poblaciones.

Aquí, en México, el compacto grupo de agentes promotores de la globalización se apoya en actores que bien podemos identificar. Un sector del PRI ha elegido a la profesora Elba Esther Gordillo como su cabeza de playa para llevar a cabo este cometido. Se le unen varios correligionarios, unos en el Senado que trafican con medrosas propuestas no claramente expresadas, pero agazapados para saltar en el momento oportuno sobre entrevistos beneficios inmediatos. Otros, posiblemente la mayoría de esa facción, pululan en la recién integrada Cámara de Diputados, pero no atinan, todavía, a extraer los resultados esperados por sus anticipados votos de apoyo. Navegan, por tanto, en medio de pedestres estiras y aflojas sólo para lograr canonjías mínimas o empujar sus ambiciones locales.

El panista Felipe Calderón ha sido llamado de emergencia para reforzar el equipo negociador del gobierno en un afán por destrabar lo que se presume atorado en los vericuetos de la legalidad transgredida en la Comisión Federal de Electricidad (que ya investiga la Auditoría Superior de la Federación) y frente a la reciedumbre opositora que ha estancado el avance de la administración federal. Y aquí es, precisamente, donde encaja el ex presidente Salinas. Ha ofrecido sus caros servicios a una causa privatizadora que él empezó, aleccionado desde el tristemente célebre acuerdo de Washington, cuando tenía las llaves del poder establecido. Llaves que tan mal usó para los intereses populares, pero con eficacia notable para acumular evidente riqueza que con indiscreto despliegue pasea por el mundo (aunque aún se recuerde el masivo desvío que hizo de los haberes de la llamada cuenta secreta). Sus presumidos oficios y el conocimiento de íntimas debilidades y ambiciones de muchos priístas de mando, combinados con la influencia, por complicidades pasadas, que mantiene sobre comunicadores, medios de difusión y empresarios han sido puestos a disposición de un gobierno que no ha dudado en aceptarlos a costa de distraer la mirada de la justicia.

Los efectos de tal trasiego ya se sienten por varios lados. El costo, sin embargo, permanece oculto, pero saldrá a la luz y será, sin duda, enorme. El PRI tendrá que afrontarlo aunque trate de disfrazar su aún no confesada colaboración al proyecto conservador en marcha. El PAN también pondrá su parte recordando pasadas convergencias que han quedado catalogadas con el vergonzante título de concertacesiones. Pero lo más triste aún: el PRD no atina a capitalizar para sus proyecciones tan groseras trapacerías de las elites privatizadoras. Concentrado como está en sus luchas internas por destrozar la figura de Rosario Robles a base de golpes bajos y periodicazos, deja pasar la oportunidad de definir un programa moderno de izquierda que sea una verdadera alternativa al reaccionario proyecto de la derecha y la tecnocracia.

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