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México D.F. Lunes 15 de septiembre de 2003
TOROS
Durante 57 años, domingo a domingo, abrió la puerta de los sustos en la Plaza México
Gonzalo Rivero, El Chino, decano de los torileros de América y del mundo
Se va de la fiesta una figura entrañable "Si me lo piden, saco al toro de cola", decía
LUMBRERA CHICO
ƑQuién que se considere taurino podría atreverse a decir que no recuerda su silueta quijotesca, su cabellera entrecana, su sonrisa tímida y su disciplina inquebrantable? ƑQuién a fuerza de verlo desde siempre, cada domingo de fiesta brava, no se aprendió de memoria su alargada figura cuando antes del despeje el alguacilillo tomaba de manos del inspector de callejón la simbólica llave que servía para abrir la puerta de los sustos y cabalgaba hasta él para entregársela en medio de un silencio que resecaba la garganta? ƑQuién no llegó a pensar que formaba parte del inventario del embudo de Insurgentes, cuando sonaban timbales y clarines y él atraía hacia sí la hoja de madera del ruedo para desencajonar a la próxima fiera del sorteo?
Nadie que haya ido por lo menos una vez a la Monumental Plaza México (hoy tan muerta y tan insepulta) habrá dejado de ver sus discretas, pero reiteradas apariciones bajo la pizarra del toro, en cada novillada y en cada corrida. Sin embargo, esas imágenes tan suyas, tan irremplazables, que hoy evoca con dolor la nostalgia, nunca más habrán de repetirse porque, como él solía decirlo, "todo por servir se acaba" y "no tiene mayor gusto el cántaro que romperse yendo al agua".
En otras palabras, lo que estas líneas intentan decir es que don Gonzalo Rivero, de todos mejor conocido como El Chino, decano de los torileros de América y probablemente también del mundo, ya no regresará a los túneles ni a las puertas de la México para cumplir con los ritos de su noble oficio. La historia inmediata cuenta que a principios de la temporada de invierno 2002-2003 esta verdadera institución de la tauromaquia vernácula despertó cierta mañana con un extraño defecto de la vista.
"En el centro de cada ojo veo una mancha negra y no sé qué es", me confesó un domingo del pasado diciembre, sentado como todos los días de toros a una mesa de El Ruedo, poco después de la dos de la tarde. Pero en esta ocasión no había ante él la infaltable botella de ron blanco. "Estoy en tratamiento", agregó. "Ando malo del corazón y de todo; inclusive me dijeron que le baje al cigarro, pero qué esperanzas: no hay nada qué hacer contra la edad."
Hoy El Chino tiene 84 años, de los cuales dedicó nada menos que 57 a la invariable rutina de llegar los domingos temprano a la plaza, atestiguar el sorteo de los ejemplares que iban a ser lidiados por la tarde y bajar a las corraletas para organizar el encierro. Cuando los cabestros se mezclaban con los toros y comenzaban su peregrinación hacia el espacio donde cada bicho era aislado de sus hermanos, de repente se abría una pequeña puerta y El Chino asomaba de un burladero y citaba de largo al bovino. Y aguantaba a pie firme hasta que el peludo le embestía, pero entonces el anciano, con las mañas que aprendió cuando joven, tornaba a su escondite y el cuadrúpedo se perdía en las tinieblas del túnel, donde otras puertas accionadas por cuerdas lo guardarían en su cajón.
Pese a que se convirtió en parte del paisaje del ruedo, El Chino no fue el primer torilero de la México. El 5 de febrero de 1946, cuando ésta fue inaugurada, Gonzalo Rivero contaba apenas con 26 años. Uno de sus tíos se encargaba de encajonar y soltar el ganado, mientras él observaba y aprendía a buen resguardo. Pero al comienzo de la segunda temporada grande, precisamente en el año en que murió Manolete, el héroe de esta crónica se convirtió en titular del puesto. Y había de adquirir tal sapiencia, que adoptaría la costumbre de presumir entre los jóvenes corraleros: "Si a mí me dicen que el toro tiene que salir de cola, trotando en reversa, lo saco de cola, eso no es problema".
Enemigo del pesimismo, El Chino convalece desde hace algunos meses en la ciudad de Aguascalientes, en donde las líneas de esta página lo encontrarán sin duda para desearle un pronto y feliz retorno, y decirle con la mano en el corazón: muchas felicidades por tu vida, muchas gracias por tu trabajo, figura grande.
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