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México D.F. Lunes 15 de septiembre de 2003
José Cueli
Se torea como se es...
Intempestivamente apareció el domingo pasado en el ruedo de la Plaza México un joven novillero, Jesús Luján, que rompió con la monotonía que invadía las corridas de toros. La tarde de ayer lo repitieron y sus posibilidades y carencias están a la vista. El novillero poblano parece poseer ese don, esa pasión vital que le permiten diferenciarse de los demás toreros. Es decir, tiene su sello, su estilo propio. Connatural, lo llamó Don Paco Prieto en el periódico Reforma.
Nuevamente Jesús Luján, con los bien presentados, difíciles y mansos novillos del actor Gonzalo Vega que se presentaban en el coso insurgentino, expresó su sentir, sus ganas de ser; esa mezcla de caos, libertad y juerga, coincidentes con el caminar y gesticular, desgarbado, desprejuiciado, que floreció en las faenas con los toros del actor.
Y es que ser torero "non" es dificilísimo; muchos creen serlo, lo pretenden desmesuradamente y no lo son. Ser torero supone una conducta vital, un finísimo sentido estético del toreo, que requiere de la naturalidad. Los aficionados de toda la vida rápidamente aíslan a los torerillos inflados por los administradores. La captación de tal circunstancia resulta muy simple. En el menor detalle, en la manera de enfrentar al toro, en la percepción de lo que transmite, en fin, una serie de imponderables traman el arte de torear.
Se trata de un juicio rápido, agudo, implacable, más allá de la publicidad de algunos toreros. La verdad torera, la naturalidad, se empobrece con la teatralidad, es su opuesto. Jesús Luján inicia el camino de ser torero, y los aficionados esperamos no se malogre, como tantos otros. Por de pronto tiene esa naturalidad. Le faltan la técnica, el oficio, que vienen después.
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