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México D.F. Lunes 15 de septiembre de 2003

Gabriela Rodríguez

Estigma, VIH y globalización

Al lado de la globalización del comercio y de los subsidios desleales al agro ocurren también procesos silenciosos que promueven el estigma como forma de regulación social. Se trata de un medio que agudiza la polaridad entre ricos y pobres y refuerza desigualdades y exclusiones prexistentes.

El estigma opera dentro de un sistema de relaciones sociales y lleva implícito un sentido peyorativo de desprecio y señalamiento a ciertas personas o conjuntos sociales; se trata de castigarlas porque no responden a los esquemas convencionales; el motivo no importa. Uno de los blancos más vigentes y visibles del estigma lo representan sin duda las víctimas de esa nueva enfermedad crónica y mortal que se extiende velozmente en las poblaciones más pobres: el VIH/sida.

Como otrora la peste bubónica, el tifo, la lepra o la sífilis, el sida ha sido visto, desde su inicio hasta nuestros días, como el justo castigo divino por los pecados sociales e individuales; ha sido fuente de nefastos presagios, de temores apocalípticos atribuidos a un supuesto desorden social imperante como resultado del desacato de los hombres a las normas civiles y religiosas.

Como dijera Susan Sontag: este tipo de transmisión ha sido considerada una calamidad que uno mismo se ha buscado y que merece un juicio mucho más severo que otras vías de transmisión. Lo que se señala como mayor peligro no es la promiscuidad, sino una determinada costumbre considerada contra natura; el sida no es sólo causado por el exceso sexual, sino también por la perversión sexual.

Atrás de esta visión distorsionada está la condena del Vaticano que recientemente difundió al mundo que se considere de gravedad moral el apoyo a los reconocimientos legales de las uniones entre homosexuales.

Hoy es realmente inconcebible que en la Secretaría de Salud del estado de Guerrero, la doctora Verónica Muñoz Parra suspendiera apenas el mes pasado una campaña de prevención del VIH/sida ante las presiones del arzobispo de Acapulco, Felipe Aguirre Franco, quien valoró que atentaba contra la moral social y promovía deformaciones sexuales. Hoy y siempre, definir las políticas de salud pública con base en los juicios de los jerarcas eclesiales es una manera de violentar el Estado Laico y los valores constitucionales, tal como vienen haciendo en múltiples actos los funcionarios de Acción Nacional, incluyendo al actual Presidente del país.

Además, organismos internacionales como Onusida y la Organización Mundial de la Salud han demostrado que la estigmatización de las víctimas del VIH/sida contribuye a la extensión de la epidemia al negar el derecho a la información y a los servicios entre quienes de por sí tienen menor capital cultural y social.

Tal como queda documentado en un amplio estudio con seropositivos de escasos recursos del puerto de Veracruz, realizado por Rosa María Lara y Mateos, el VIH se inicia en un contexto de globalización que lleva en sí mismo procesos de exclusión social de la población más vulnerable tanto de los países desarrollados como en los de economías dependientes, porque las personas que viven con VIH/sida están atrapados en una cadena de estigmas.

Comienza con el estigma del bajo estatus, pues la mayoría de los infectados son pobres; en segundo lugar está el de enfermedad endémica que se transmite por contacto sexual y, por si faltara, se agrega el estigma de apartarse de la norma de la heterosexualidad, como es el caso de la mayoría de las víctimas en América, que son hombres que tienen sexo con otros hombres, los llamados HSH.

Como dijera Ervin Goffman en su reconocido estudio sobre el estigma: el status de clase baja funciona como estigma de clase, sus miembros llevan la marca de su estatus en su lenguaje, su apariencia y sus modales, indicadores que los catalogan como ciudadanos de segunda clase.

En el testimonio que unos meses antes de morir nos deja uno de los informantes de la investigadora de Veracruz, se materializan los rastros del estigma.

Alex, de 26 años, a quien sus amigos conocían como Thalía afirma: "Definitivamente esta enfermedad te marca, no con una señal en la cara o algo así, pero le da un giro a tu vida, te hace ser diferente y para mí ser diferente es ser mejor, šse aprende a vivir! En realidad no había pensado qué me ha afectado más, si el rechazo por ser gay o por ser seropositivo, pero ahora que me lo preguntas, yo diría que me afectó más lo primero, pues cuando salí seropositivo, de alguna manera ya estaba acostumbrado al conflicto, ya me había hecho a la idea del rechazo de la gente. Ya cuando me había decidido a que me criticaran y me rechazaran por ser gay šme viene el VIH!, y šotra vez a la carga! Yo creo que ésa es mi penitencia, Ƒqué estaré pagando? Eso sí, siempre tengo presente el apoyo de Dios, lo considero muy importante. Yo sé que me voy a morir, pero confío en que hay algo más allá. Ese no es el fin, yo me siento bien con Dios, aunque reconozco que no soy perfecto, he dañado a algunas personas sin querer; lo que no soporto es a la Iglesia, a sus curas y al Papa con sus cosas, enjuiciando, condenando."

Hoy por hoy el sida se ha convertido en una enfermedad cara entre gente pobre; la epidemia viene avanzando entre los países con mayor población en condiciones de marginalidad y desigualdad social en el mundo; progresa allí donde la pobreza, la opresión, las migraciones y la violencia social se agudizan. Además del sufrimiento que impone a las personas y a sus familias, afecta profundamente el tejido social y económico de las sociedades.

El VIH/sida constituye una amenaza mayor para el mundo del trabajo porque afecta al sector más productivo de la población activa, reduce los ingresos e impone costos elevados a las empresas por causa de la disminución de la productividad, el aumento del costo de la mano de obra y la pérdida de trabajadores calificados.

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