México D.F. Domingo 14 de septiembre de 2003
La poeta merecedora del Aguascalientes 2003
abona a la polémica de Mario Lavista
María Baranda: no escribo poesía por
dinero, sino por una necesidad interior
ERICKA MONTAÑO GARFIAS
En México un poeta vive del aire, artificialmente.
De entre toda la literatura ''la poesía es la más lastimada
por estar fuera del comercio''. Así lo expresa la poeta mexicana
María Baranda, cuyo libro más reciente, Atlántica
y el rústico, es el primero que publica el Fondo de Cultura
Económica. Este libro es el tercero de una trilogía que se
completa con Fábula de los perdidos y Los memoriosos.
Ser poeta se padece de manera interna y externa, dice
en entrevista la ganadora del Premio Aguascalientes 2003, y responde, de
paso, la pregunta que hizo el compositor Mario Lavista en el artículo
''¿De qué vive un compositor?'', publicado en estas páginas.
En esas líneas el músico subrayó que los compositores
no pueden vivir de la composición, así como los poetas "no
viven de escribir poesía. ¿Cuántos ejemplares vende
un poeta como Alberto Blanco o María Baranda?". (La Jornada,
25/08/03)
Se
padece de manera externa, continúa Baranda, ''porque la poesía
casi no se ve, es para muy pocos, se cree que debe haber una gratuidad
en nuestro trabajo. Como poeta no se puede vivir o se vive artificialmente.
Yo estoy beneficiada por una beca del Fondo Nacional para la Cultura y
las Artes, y ojalá que ese sistema de apoyo no se acabe y que las
autoridades culturales se den cuenta de que deben apoyar a los artistas'',
señala la autora también de El jardín de los encantamientos,
Nadie los ojos y Narrar.
''Si bien me va -agrega- gano como poeta 3 mil 500 pesos
al año, y eso porque alguna revista se atreve a pagar bien alguno
de mis trabajos, pero existe un supuesto de que no cobramos por nuestra
labor. Si hay una invitación para dar una conferencia o una lectura
te dicen: 'maestra, no podemos pagarle', o te ofrecen 200 o 500 pesos.''
Pese a todo, escribe poesía "porque es algo que
no se hace por la cuestión económica, sino por una necesidad
interior, de decir lo que se está viendo, lo que sucede dentro de
uno. Si no, no habrían existido los Rimbaud, los Baudelaire, los
López Velarde o las Sor Juana''.
Ser poeta se padece de manera interna, porque "tiene mucho
de don o de gracia. Hay que estar abierta todo el tiempo con los ojos,
los oídos, la boca, con todos los sentidos a las cosas que pasan,
y en un momento se conjuga lo que es la reflexión del mundo con
ese momento de ebullición, que es una suerte de chispa".
Pero al estar abierto al mundo exterior, a las experiencias
de afuera, se está expuesto al dolor. "Un verdadero poeta no puede
dejar de estar lastimado", y pone como ejemplo la reciente guerra en Irak.
"Me parece una cosa desastrosa que la guerra se pueda televisar y que las
personas se sienten en su cómodo sillón, prendan su aparato
y vean los primeros ataques a la ciudad de Bagdad".
Entonces recuerda esas imágenes: "era increíble
ver cómo el cielo era tan luminoso. Si no había una referencia
previa pensaríamos que era una serie de fuegos artificiales, y eso
me pareció desgarrador. Es una imagen que además nos emparenta
con los romanos, porque ¿cuál es la diferencia entre haber
acudido al circo romano y ver cómo los leones se comían a
estos hombres, y prender la televisión y ver cómo caen las
bombas".
Por ello escribir poesía es una manera de estar,
de vivir, "por eso es que hay tantas cosas que lastiman. De pronto todas
esas cosas que uno tiene que decir se convierten en una carga y hay que
hablar de ellas, no como denuncia social, sino como denuncia del hombre
mismo, de la condición de estar vivo".
Precisamente, Bagdad se convirtió en el tema de
uno de los poemas en los que trabaja y que comienza así "El cielo
de Bagdad está en mis ojos" y que se convirtió más
que en una reflexión sobre lo que ahí sucede en una "guerra
interna. Casi nada tiene que ver con Bagdad, nada más el referente
de ese cielo como una visión interior de mucho dolor. Ese dolor
que ahora está en el aire".
Pero, reconoce, no todo lo externo lastima, "también
ves cosas hermosas y eso es un crecimiento espiritual. Es como estar en
contacto todo el tiempo con la tierra. La poesía es mi escape para
no retener las cosas que lastiman y hablar de las cosas bellas".
Además de la poesía, María Baranda
conjuga su actividad con la escritura de cuentos para niños, entre
ellos Tula y la tecla mágica, que obtuvo el premio Castillo
de la lectura, y Silena y la caja de los secretos, por el que ganó
el séptimo Premio de Literatura Infantil El Barco de Vapor 2003.
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