México D.F. Domingo 14 de septiembre de 2003
MAR DE HISTORIAS
Para Elisa
Cristina Pacheco
Llevaba más de media hora en el supermercado. Las personas que iban delante de mí rumbo a la caja avanzaban despacio. Pensé en abandonar el carrito con las mercancías y hacer la compra el otro fin de semana. Desistí al recordar que mi despensa estaba vacía. Para distraerme tomé una revista. En la portada anunciaba su artículo estelar: "Qué hacer con los viejos amores".
Apenas comenzada la lectura, escuché el acento extranjero de la mujer que iba detrás de mí:
-Señorita, Ƒqué pasa? ƑPor qué se demora tanto?
La cajera señaló al comprador que tenía enfrente:
-Aquí el caballero a fuerzas quiere hablar con el supervisor porque no está de acuerdo con los precios.
Oí risitas y de nuevo a mi vecina:
-ƑY por darle gusto a él nos hace perder el tiempo?
-Si tiene prisa vaya a otra caja -respondió la empleada.
El hombre corpulento, vestido de pants, formado delante de mí, también externó su irritación:
-Pero si ninguna otra está funcionando. šEsto es un desierto! ƑDónde está el personal?
-Están en un curso de competitividad. Ya mero terminan.
Mi vecino de pants se echó sobre la banda móvil y retó al cliente moroso:
-Caballero: cancele su compra y deje que paguemos.
Sentí curiosidad por ver al terco, pero el hombrón me tapaba y apenas alcancé a escuchar la respuesta del inconforme:
-Sí, en cuanto pueda hablar con alguien que me aclare por qué hoy cuesta un peso más el paquete de papel sanitario.
-šUn peso! šPor Dios..! -murmuró la extranjera.
El cliente moroso se apartó de la fila y la miró, pasando la vista por encima de mí:
-Un centavo de más sería un abuso. No voy a tolerarlo-. Para enfatizar su disgusto arrojó un paquete.
La fila se desordenó y aproveché para huir hacia los anaqueles. Pasé un buen rato fingiendo interés en envolturas y códigos de barras. Cuando tropecé por quinta ocasión con un hombrecito de traje y corbata negros, entendí que mi comportamiento había inquietado al personal de seguridad.
En los siguientes minutos perdí de vista al hombre con aspecto de enterrador pero estaba segura de que me observaba. Imaginé que esa noche le contaría a su esposa el incidente, atribuyéndome la personalidad de una cleptómana. No lo culpo. ƑEl cómo iba a saber que todo lo hice para evitar que el profesor Orozco me viera?
Sólo una vez, en septiembre del 99, lo había llamado por su nombre: Leopoldo. Después de aquel día el profesor me rehuyó y nunca volvimos a hablar a solas. Al año siguiente se cambió de escuela y perdimos contacto. No era justo que, después de tanto tiempo, lo rencontrara en el menos romántico de los lugares y protestando por el aumento en el precio del papel sanitario.
Cuando pensé que ya no había riesgo de tropezarme con el profesor Orozco, volví a la caja. Sólo encontré la revista y la compré. De camino a mi casa recordé su artículo central: "Qué hacer con los viejos amores". Mi interés en el tema involucraba al profesor Orozco y, sin poder evitarlo, reconstruí de memoria lo sucedido entre él y yo aquel septiembre. II
En la secundaria, desde principios de agosto comenzábamos los preparativos para la fiesta mexicana bajo la supervisión del profesor Orozco. Los estudiantes adoraban su clase: era divertida y sucedía en el auditorio. Allí, sentado al piano, el maestro procuraba despertar en sus alumnos el amor por la música. Los breves conciertos terminaban siempre con Para Elisa. En opinión de mis compañeras, esa rutina era un mensaje dirigido a mí: "Se muere por ti, Elisa, no te hagas tonta".
Aunque lo negaba, terminé por creerlo y por ilusionarme. Le hice la confidencia a Sarita, la maestra de historia, una tarde que fuimos al centro para comprar los adornos septembrinos. Ella, a cambio de mi sinceridad, me contó que estaba feliz porque su hermano José, residente en Los Angeles, vendría con su familia para las fiestas patrias.
-Llevo añísimos sin verlo. Allá se casó con una gringa. Vino a visitarnos cuando su hija Fibby acababa de cumplir cuatro años-. No alcancé a preguntarle cuándo había sido eso porque me lo impidió su risa:
-La nena canta lindísimo y sueña con ser otra Selena.
Agobiadas de paquetes, Sarita y yo terminamos cenando en La Blanca. Ella habló mucho de su hermano José y yo del profesor Orozco, de mi entusiasmo por su manera de tocar el piano. Me sonrojé cuando mi amiga me dijo:
-Mucha música Ƒno? Ya que te toque otra cosa. III
Una semana después hicimos ensayo general. Sarita no estuvo presente: había ido al aeropuerto a recibir a su familia. Pasé la mañana atendiendo las indicaciones del profesor Orozco y sugiriéndole cambios de última hora. El resultado fue muy satisfactorio.
-Valió la pena tanto trabajo -comentó el profesor Orozco-. Merecemos un premio. ƑPor qué no comemos juntos después de nuestro festival? Luego, si quiere, vamos a ver la iluminación. ƑQué dice?
-Pues que estaría muy bien, profesor-. Interpreté su mirada y corregí:
-Quise decir: Leopoldo.
A riesgo de ser impertinente, en la noche llamé a Sarita para darle la buena nueva. Se puso feliz e insistió en que saludara a su hermano José y a su sobrina Fibby. Ella parecía muy al tanto de nuestro festival escolar y la invité con su familia.
Pasé la noche en vela. A ratos imaginaba de qué hablaríamos el profesor Orozco y yo -de música, seguramente- y a ratos me hundía en el clóset, buscando algo discreto pero atractivo que ponerme.
Al día siguiente, en presencia del profesor Orozco, Sarita elogió mi aspecto con el vestido color pichón. Dije que, como siempre, exageraba y le pregunté por su familia.
-Vienen a las 12 porque antes irán a La Villa. Mi sobrinita estaba ansiosísima por conocerla.
Antes de las 12 Orozco y yo coincidimos tras bambalinas. Su sonrisa me recordó nuestra cita. Cuando lo escuché tocar la marcha con que empezaba el programa se me salieron las lágrimas. Al término de los bailables y recitaciones, Sarita subió al escenario para recordarnos el valor de las luchas independentistas. Después, entre serpentinas y confeti, sonó un popurrí interpretado por el profesor Orozco. Los aplausos ahogaron mi voz cuando anuncié una pequeña convivencia en el patio central.
En cuanto salimos, al profesor Orozco y a mí nos rodearon los padres de familia para felicitarnos. También se acercó Sarita con su familia. Apenas pude controlar mi sorpresa cuando vi a Fibby: la sobrinita era una joven de rostro pícaro y caderas desbordantes bajo jeans entalladísimos. Le di la mano pero ella sólo miró al profesor Orozco:
-Cuendo lo oí tocaste, se me pone la carne de galline y me sientes más mexicana. šVive México!
Hasta yo celebré el entusiasmo de Fibby. En ese momento una mujer me llamó aparte. Quería que la orientara en un problema con su hija. No recuerdo lo que hablamos. El temor a Fibby me aturdía. Para tranquilizarme pensé: "Es sólo una niña. Pronto se irá".
Cuando regresé al grupo, Fibby salió a mi encuentro:
-Orozco, invítenos a comier y luego a visites ilumineción.
El profesor Orozco la corrigió con dulzura. Después de que oyó a Fibby repetir correctamente la frase, se volvió hacia mí:
-Elisa, desde luego usted también está invitada.
No sé cómo logré sobreponerme a la decepción ni de dónde saqué fuerzas para excusarme. Di media vuelta. Escuché la voz de Fibby: "Félixes fiestes" y luego la del profesor Orozco: "Fe-felices".
|