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México D.F. Domingo 14 de septiembre de 2003
Juan Saldaña (3)
Medio ambiente: historia sin fin
Con los claros tintes de una obsesión maniaca,
el tema ambiental se abre paso y cobra dimensiones espantables aun frente
a hechos que nos impactan a profundidad. En la más descarnada y
atroz realidad la autoinmolación del líder campesino surcoreano
Lee Kyung Hae constituye, sin duda, la más dramática llamada
de atención al sistema imperante. Responden la insensibilidad y
el silencio. Nada más ajeno a los intereses inmediatos de los capitostes
del comercio mundial que el empobrecimiento y la miseria de grandes masas
de trabajadores del campo y la ciudad que están a punto de revertir
el tradicional equilibrio entre las fuerzas de la producción del
capitalismo salvaje y sin fronteras.
Y para objetivar nuestras preocupaciones ante estas realidades
siempre atroces, por si fuera poco, la marcha implacable del desequilibrio
ambiental avanza en nuestro mundo, sí, progresa a velocidad uniformemente
acelerada.
Al reiterar que la situación ambiental constituye
ya, de manera muy avanzada, un problema del desarrollo humano en nuestro
planeta, los especialistas se han puesto de acuerdo y hablan del desarrollo
sustentable, como verdadera fórmula de supervivencia global frente
al exterminio del entorno.
Para aproximarnos a la definición del tal desarrollo
sustentable vale la pena afirmar que el único camino que resta ya
al género humano para subsistir, en plazos históricos, es
el de la preservación del llamado "capital ecológico". Selvas,
bosques, suelos, aguas, climas en equilibrio, atmósferas respirables
sin radiaciones dañinas, y, además, el indispensable equilibrio
entre los diferentes ecosistemas del planeta, constituyen, todos ellos,
el acervo ecológico que el desarrollo humano debe conservar y acrecentar.
Tal es el desarrollo sustentable. Es el desarrollo que no compromete a
la naturaleza y a nuestro entorno biofísico. Es el desarrollo sustentable
porque soporta el avance de los pueblos; porque lo alimenta y sostiene
pero con muy precisos afanes de permanencia indefinida. Sólo el
desarrollo sustentable permite avizorar el libre transcurso de las generaciones.
Sólo, pues, en el desarrollo sustentable puede continuar el género
humano creciendo y creando etapas superiores de civilización.
Hasta aquí, hablar de desarrollo sustentable pareciera
implicar que el avance de las sociedades modernas depende de un "conservacionismo"
mecánico o literal que desplaza globalmente el aprovechamiento de
los recursos naturales y tiende a mantenerlos, como área intocable.
Nada más ajeno a la intención de estas líneas. Por
el contrario, se sostiene aquí la urgencia de fijar los límites
de la actividad productiva hasta el punto en que dichas tareas inician
y, como hemos visto, culminan el proceso de deterioro y, en casos, de exterminio
de la vida en los espacios naturales.
El avance de las sociedades modernas tendrá que
fincarse, cada vez más, en el enriquecimiento permanente de sus
relaciones con la naturaleza. Por tanto no se trata de separar la conservación
del entorno del desarrollo de la sociedad. Deben ser conceptos paralelos
y profundamente interrelacionados. De hecho, quienes deben asumir la responsabilidad
específica de la preservación del entorno, deben conocer
también la forma y ritmos en que las tareas productivas habrán
de utilizar los recursos naturales, conservándolos y fortaleciéndolos.
La vida en las sociedades modernas pareciera olvidar que
el verdadero desarrollo de la humanidad, en sentido positivo, se ha dado
con mayor eficacia y con mejores resultados, durante los siglos en que
el esfuerzo humano compartió con la naturaleza, en sentido amplio,
sus mejores momentos.
La preservación ambiental y el respeto al patrimonio
natural, esto es, el impulso a las tareas ecológicas deben formar
parte de nuestro desarrollo integral, del desarrollo sustentable. Pero
el avance tecnológico: los quehaceres productivos en la industria
y en el campo e incluso, la "internacionalización" de las finanzas
y la despiadada lucha de los capitales que borran fronteras y pretenden
ignorar historias e intereses de pueblos y naciones, tendrán por
fuerza que incluir en los cálculos fríos de sus beneficios
y ganancias, el capítulo de la inversión ambiental.
Más vale que lo hagan. De otra manera, resultará
sencillo avizorar las consecuencias.
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