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México D.F. Viernes 12 de septiembre de 2003
11-S: SEGUNDO ANIVERSARIO
Diez segundos que dejaron casi 3 mil muertos y una
herida incurable
Nueva York recuerda a las víctimas entre oraciones
y mensajes de paz
De los muertos en Afganistán e Irak, nadie dice
nada; no hay fotos, no hay duelo
DAVID BROOKS Y JIM CASON CORRESPONSALES
Nueva York, 11 de septiembre. Diez segundos que
cambiaron al mundo.
Diez segundos -el tiempo de un conteo de nocaut
en box, como dice Pete Hamill- es lo que tardó en caer cada una
de las torres gemelas, dejando más de un millón de toneladas
de escombros, casi 3 mil hombres, mujeres y niños muertos, y una
herida incurable en el panorama de Nueva York y de este país.
Los gritos de horror, las lágrimas, el terror,
el humo que ocultó toda la parte sur de la isla de Manhattan esa
mañana resplandeciente, soleada, sin una sola nube, son, a dos años,
ecos distantes, pero siempre presentes para cualquier testigo que vivía
en esta ciudad. Hoy, otro día transparente y soleado, demasiado
parecido al de hace dos años, las familias de las víctimas
ingresaron a la zona cero con sus ofrendas. En la conmemoración
del segundo aniversario, al igual que el primero, se guardó un minuto
de silencio a las 8:46, hora en que se estrelló contra la torre
el primer avión. Sonaron campanas para marcar la hora del derrumbe
de cada torre.
Hoy, al igual que en el primer aniversario, se leyó
en voz alta el nombre de cada uno de los muertos en un acto ante la tumba
colectiva de la zona cero. Esta vez fueron algunos de los hijos
de los caídos (suman 2 mil 375 quienes perdieron padre o madre,
o ambos en los atentados del 11 de septiembre aquí, en Washington
y en Pennsylvania), los encargados, por turnos, de leer de 10 en 10 los
2 mil 792 nombres.
Lágrimas corrían por las caras de bomberos,
de políticos -entre ellos el ex alcalde y héroe político
de esos días traumáticos Rudolph Giuliani-, de niños,
de algunos de los 853 viudos y viudas. Miles rodearon el sitio durante
el acto, y las cadenas nacionales de televisión trasmitían
al país entero.
Todo para marcar el peor ataque extranjero contra Estados
Unidos en sus 200 años de existencia, con el cual se abrió
un nuevo capítulo en la historia -el país más poderoso
y aparentemente intocable del mundo es, se comprobó, vulnerable.
Otro 11 de septiembre más.
El otro 11 de septiembre
Como
dijo Ariel Dorfman en entrevista con La Jornada en el primer aniversario
de esta fecha, ese momento trágico ofrecía una oportunidad
a este país: responder de igual manera y con igual terror que los
culpables del atentado, o "recordar el pasado estadunidense para que ellos
entiendan que tal como ellos son víctimas hoy de un atentado que
yo y tantos otros repudiamos; ellos también han sido, de otra manera,
responsables de otro tipo de atentados". Agregó que "si los estadunidenses
pudieran haber tomado conciencia del otro 11 de septiembre, me refiero
al chileno, hace 29 años, es muy posible que este sería otro
planeta. Nuestro 11 de septiembre, el chileno, es el símbolo de
muchos otros 11 de septiembre".
La opción era entre responder con igual o mayor
terror, o que la experiencia de un "terror injusto -como todo terror, ya
que todos los que lo sufren no se lo merecen", pudiera servir para que
"este pueblo creciera en compasión, en apertura al mundo, en comprensión
y empatía hacia los demás", afirmó Dorfman.
Dos años después queda claro cuál
fue la decisión del gobierno estadunidense con el aparente apoyo
de la mayoría de estadunidenses: han muerto más civiles en
Afganistán e Irak, entre otros países, bajo las bombas y
las balas estadunidenses en la "guerra contra el terrorismo", que en las
Torres Gemelas.
Es en nombre de los muertos en Nueva York que el gobierno
de George W. Bush proclama venganza y hace correr sangre en otras partes
del mundo; es por lo de Nueva York que se promueve el "patriotismo" estadunidense,
se marca una división entre "nosotros" y "ellos", y se anuncia la
nueva doctrina de "ataques preventivos". Pero la experiencia humana de
Nueva York no se presta a esta venganza, porque Nueva York no es "ni nosotros
ni ellos", Nueva York somos todos.
David Potorti, cuyo hermano murió en las torres,
dijo esta semana que "con el peor cinismo, Bush continúa su vínculo
alucinatorio de Irak con las muertes de nuestros seres queridos el 11 de
septiembre (...) Entre 6 mil y 10 mil civiles han muerto; dos o tres veces
el número de los que murieron el 11 de septiembre. Negar la realidad
de estas muertes no sólo es deshonesto ante el pueblo de Irak, sino
también ante los estadunidenses en cuyo nombre estamos realizando
la guerra contra el terror".
Ese día de los atentados, y los que siguieron,
ofrecieron síntomas de la otra respuesta posible. Poco a poco aparecieron
las historias de heroísmo, desconocidos rescatando a extraños,
los 343 bomberos que ingresaron a las torres para nunca salir, con el único
propósito de salvar vidas. De cómo esa misma noche aparecieron
trabajadores de hierro con sus cascos y palas para ayudar en el rescate,
desmantelando estructuras que algunos de ellos, 30 años antes, habían
construido.
Llegaron voluntarios de todas partes, algunos recorrieron
cientos de kilómetros, para escarbar y buscar sobrevivientes. En
las líneas de rescate se escuchaba palabras en inglés, español,
árabe, francés... y más entre los escombros de estas
torres de Babel. Buscaban a todos: se calcula que uno de cada seis de los
muertos en las torres era inmigrante o extranjero -unas 494 víctimas
de unos 90 países- según el Departamento de Estado (incluyendo
más de 15 mexicanos).
Desde todas las esquinas del país y del mundo se
escuchó un mensaje interminable de solidaridad. Nueva York, a fin
de cuentas, siempre ha sido más que una ciudad estadunidense, una
metrópolis mundial que pertenece a todos. En la ciudad, 8 millones
de habitantes -famosos por ser bruscos, suspicaces, que no dirigen la mirada
y menos la palabra a desconocidos- de pronto se brindaban apoyo, ayuda,
consolación, y mil momentos de ternura derritieron el hielo cotidiano
que envuelve a esta humanidad arrinconada en este esquina del planeta.
Alguien lloraba, alguien abrazaba. Un niño que perdió a su
padre, una madre que perdió a su hijo o hija, un primo, un colega,
todos perdieron, y todos se abrazaron.
Aparecieron en los postes de luz, en las bardas, en Union
Square y Washington Square, por toda la ciudad, papeles por todas partes,
cada uno con una foto y una descripción de un ser querido desaparecido,
rogando, si alguien lo había visto, que avisara. Un último
grito de esperanza perdida. Los papeles se duplicaron, triplicaron, duraron
días, semanas. Se mojaron con la lluvia y con las lágrimas
de desconocidos que los leían, uno tras otro.
Del humo, de los incendios subterráneos que duraron
meses, de los escombros surgió otra ciudad. Nueve meses llevó
"limpiar" el sitio de las Torres Gemelas y otros edificios (los siete inmuebles
del complejo del World Trade Center fueron destruidos, los únicos
de la zona).
Ahora se discuten diseños para decidir qué
construir en el sitio de nueve hectáreas, se recuentan las historias
de heroísmo y de terror, y se enterraron los restos del último
bombero esta semana (sólo un frasco de su sangre, ya que nunca se
recuperó el cuerpo). Y todos hablan de cómo cambió
su vida aquel día, de cómo algunos todavía no pueden
entrar al Metro, de cómo les da miedo ver aviones, de pesadillas
recurrentes, de cómo los que salieron a tiempo no pueden con el
recuerdo de lo que vieron.
De los muertos en Afganistán e Irak, nadie sabe
los nombres, y nadie los recita. No doblan campanas aquí, ni se
sabe cuántos son (ni cuántos más morirán),
no hay fotos, nadie sabe si un padre perdió a su hijo, o si una
hija perdió a su madre, ni cuántos papeles pidiendo auxilio
para encontrar a un desaparecido están manchados de lágrimas
y sangre.
Anoche, un grupo de familiares de las víctimas
de las Torres Gemelas encabezó una marcha silenciosa de unas 5 mil
personas por Broadway y rodeó el sitio del atentado con lo que llamó
un "círculo de la esperanza", pidiendo que "un fénix de la
paz se alzara sobre los escombros". (véase la organización
de los familiares: www.peacefultomorrows.org).
Esta mañana, un grupo de religiosos musulmanes,
judíos, protestantes y budistas realizó una "caminata de
la paz" desde el sur de Manhattan, pasando por una sinagoga judía
y terminando en la mezquita de Malcolm X en Harlem. En Union Square, la
organización "Neoyorquinos dicen no a la guerra" convocó
un acto de duelo, donde en silencio decenas de personas se colocaron en
el suelo desde la hora en que se estrelló el primer avión
hasta cuando cayó la segunda torre, en nombre de los que perecieron
el 11 de septiembre, y de los afganos, iraquíes, israelíes,
palestinos y demás que también han sido víctimas de
la violencia.
"No hablan el mismo idioma"
Oficialmente el gobierno de George W. Bush decidió
declarar que el 11 de septiembre se proclama "día del patriota",
en función de su advertencia hace dos años, pocos días
después de los atentados, de que "o están con nosotros o
están con los terroristas", nutriendo un nacionalismo patriótico
estadunidense. Pero Nueva York, en cuyo nombre se conmemora este día
(junto con el Pentágono), no habla el mismo idioma que la Casa Blanca.
Aquí el "nosotros" es todo el mundo. Uno viaja
cada día con representantes de todo el planeta en el Metro, trabaja
con gente de todas partes, festeja, llora, se enamora, se encabrona, baila,
canta, con todos, todos los días.
Nueva York es a la vez "estadunidense" y árabe,
paquistaní y chino, mexicano e irlandés, italiano y ruso,
hindú y dominicano, puertorriqueño y africano, y más.
Y el 11 de septiembre, durante algunas horas, tal vez días, la solidaridad
humana comprobó que no sólo existe, sino que tiene el secreto
para construir la otra respuesta posible ante los 11 de septiembre del
mundo.
Tal vez se necesitan sólo 10 segundos, y otros
más para imaginar cómo construir otro tipo de torre de y
para todos rascando el cielo común. En Nueva York, todo es posible.
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