México D.F. Viernes 12 de septiembre de 2003
CUMBRE DE CANCUN
Velada de duelo e indignación con la asistencia
de más de 3 mil personas
El homenaje al señor Lee hermanó
a pueblos que sufren los mismos despojos
Fue un acto de honor, no de cobardía o desesperación,
afirman sus compañeros coreanos
LUIS HERNANDEZ NAVARRO
Dos fotos de Lee Kyung Hae coronan la ofrenda que le brinda
el Congreso Nacional Indígena (CNI). En ellas luce sonriente, pulcramente
vestido de traje y corbata, sin seña que evidencie desesperación.
Una cruz de parafina derretida y veladoras prendidas, adornadas con pétalos
de rosas rojas, parecen formar su cuerpo. Un rectángulo de flores
y otro más de veladoras enmarcan el altar. Tres copas de copal rematan
y aromatizan el icono sagrado con el que se le rinde homenaje.
Ofician la ceremonia los sabios del CNI. El purépecha
Juan Chávez, el tzeltal Manuel Pérez, dirigente de XiNich,
la conducen. Rarámuris, wixárricas y mazahuas los acompañan.
Son más de 3 mil personas las que asisten al auditorio para velar
simbólicamente a su nuevo compañero muerto. Estarán
allí de las 11 de la noche del martes 11 a las 0:30 del miércoles.
Se reza el rosario y se pide perdón a la tierra y a la naturaleza.
Se prepara el terreno para que acoja el alma de Lee Kyung Hae, el ''señor
Lee'', como le dicen con respeto muchos de los indígenas que hoy
lo hicieron uno de los suyos.
Presente, la delegación coreana se emociona con
el duelo indígena. Muchos de sus integrantes lloran con la cara
descubierta, sin ocultar su dolor. País dividido entre creyentes
budistas y católicos, Corea del Sur es tierra de sincretismo religioso,
como lo es el México profundo. Lee era un católico practicante
convencido.
En Cancún esa muerte se convirtió en una
vía de hermanamiento entre pueblos. ''Estamos muy consternados.
Ofrendó su vida por nosotros'', dice Adelfo Regino esa noche. ''¿No
se parece eso a lo que hizo Jesús?'', interroga afirmando Rafael,
un chiapaneco que algo sabe de ritos.
La fuerza del silencio
La
ceremonia del CNI no fue la primera, mucho menos la última. Unas
horas antes el grupo de los coreanos organizó otra, estrictamente
privada.
Un par de horas después, cuando el rumor de su
inminente deportación se extendió y decidieron dejar sus
hoteles para acampar en la zona cero, decenas de jóvenes los acompañaron,
efectuando en el lugar de su deceso una especie de velorio. Centenares
de veladoras se consumieron esa noche mientras la policía levantaba
el enrejado para llevárselo unos cuantos metros atrás.
Fue una velada de duelo e indignación. Muchachos
y muchachas encararon a los uniformados guardando silencio. Conmovidos,
los policías se protegían de las miradas acusatorias bajando
la visera de sus cascos y apretando con dureza sus escudos de plexiglás.
Ese silencio parecía tener mucho más fuerza que los palos
y las piedras utilizadas por chavos radicalizados y grupos de provocadores
a los que nadie conocía horas antes. Una muchacha vestida rigurosamente
de anaranjado, con el tatuaje de un águila en la espalda, les repetía
sin exaltarse shame, hasta que solicitó que se le dijera
su equivalencia castellana, sólo para repetir nuevamente su ritual
pero exclamando ahora ¡vergüenza! Otros lloraban. Poco antes,
también en inglés, un improvisado poeta se preguntó
sobre el sentido de lo que había sucedido. De pie, varias parejas
se trenzaban en apasionados abrazos.
Un activista se acercó hasta el cordón y
le dijo la policía: ''queremos que vean a través de nosotros.
Somos pacíficos''. Ni qué dudarlo, la madrugada se llenó
de dolor y consternación.
Día de Muertos en su país de origen, esa
noche la comunidad coreana de San Francisco, California, organizó
un velorio a la memoria del señor Lee.
Doce horas después, una procesión de Vía
Campesina abandonó su campamento para establecerse en el fundado
por los asiáticos frente al lugar en que su compañero se
inmoló y celebrar una nueva ceremonia. Varias ofrendas florales,
una con una pequeña bandera mexicana, se colocaron al lado de las
fotos del difunto. Atrás una manta pedía: ''Dios bendiga
al hermano Lee''. Los coreanos se sentaron alrededor del altar y rindieron
testimonio de su camarada. Sobre sus ropas colocaron una fundas con las
leyendas ''No WTO! ¡No to Neo-liberal globalization!'' Un
enorme cuchillo de cartón con manchas de sangre y la leyenda ''La
OMC mata campesinos'' pasó a integrarse a la iconografía.
Un artista brasileño interpretó Imagine, de John Lennon,
y la gente se tomó de las manos. Al concluir, los asistentes depositaron
en el lugar de su inmolación crisantemos blancos, mientras pronunciaban
algunas palabras sobre el muerto. Le dieron la despedida.
Vallas y muertes
En el silencio de la noche, la policía retiró
las vallas que impedían el paso más allá de la zona
cero. A la hora de fijar la nueva frontera, el gobierno mexicano no fue
muy generoso. Levantó una barricada a unos 500 metros de distancia
de la anterior, colocó un doble enrejado y elevó el tamaño
del mismo. Construyó así una especie de manifestódromo
oficial, un muro de las ignominia donde descargar la ira a pedradas, que
evita cortes de tráfico y aísla la protesta del escrutinio
público.
La estrategia oficial (¿o habría que decir
la falta de ella?) no resuelve un pequeño problema: deja una gasolinera
en el corazón de la zona de conflicto. ¿Qué pasaría
si cualquier provocador lanzara, por decir algo, una molotov allí?
Mejor ni imaginarlo. Total, la reunión oficial se realiza a muchos
kilómetros.
La nueva franja fronteriza que divide la zona tolerada
y la zona VIP formaliza la separación entre dignatarios con derecho
a trasladarse por toda la ciudad y ciudadanos de segunda que tienen vedado
el acceso a una zona de exclusión. Reproduce una separación
que en los hechos ya existe: la zona hotelera para quienes pueden pagarla
o trabajar en ella, el resto de la ciudad para los demás.
La muerte del señor Lee le dio al movimiento
un nuevo centro organizativo. En el imaginario de la contestación
a la OMC ese es un ya un lugar sagrado, como lo es el sitio en el que Carlos
Giuliani fue asesinado en Génova por un carabinero. Es, en cierta
forma, una especie de pequeña ermita en formación. La presencia
policiaca directa en ese territorio es una afrenta. Bastaba ver la cara
de terror de las fuerzas del orden público horas después
de la inmolación para ver que lo que allí estaba en disputa
era muy importante.
Fue Pat Money, una de las figuras más interesantes
presentes en los foros alternativos a la quinta reunión ministerial
de la OMC, quien aseguró que las barreras están allí
no para evitar que los manifestantes entren, sino para garantizar que los
que están adentro no puedan salir.
Recordó también que Cancún había
estado siempre cerca de los dominios piratas. ¿Y qué otra
cosa es la OMC, sino una institución legitimadora de la nueva piratería
que legaliza las patentes sobre el pozol que han elaborado los indígenas
chiapanecos durante cientos de años?
Hace 200 años que esos piratas están muertos
y enterrados en estas tierras. Miles de altermundistas aseguran
que la OMC también está muerta. Y Pat Money dice que este
moderno complejo hotelero protegido por un cordón policiaco anticonstitucional
es la lápida del cadáver de la OMC. Ese cadáver encerrado
en el ataúd, que la delegación coreana cargó y usó
como ariete para derrumbar la valla.
Lee sacrificó su vida para enterrar a la OMC. Ese
sacrificio sólo parece haber traspasado las paredes del Centro de
Convenciones de Cancún como molestia, no como advertencia. ''No
tenemos nada que ver con el asunto'', se han apresurado a decir los funcionarios
encargados de la negociación. El mensaje que Lee quiso enviar con
su sacrificio no ha sido escuchado. Apenas ha servido para mover unos 500
metros las vallas que separan los dos cancunes.
Suicidio e inmolación
La muerte del señor Lee pretendió
ser descalificada por funcionarios de la OMC. Escasas horas después
de producida se hicieron correr entre periodistas la versión de
que era un individuo ''emocionalmente inestable''. Recordaron un intento
previo por quitarse la vida en 1991, en rechazo a la ronda Uruguay, y la
protesta que recientemente efectuó en Ginebra contra el organismo
multilateral.
El fallecimiento conmocionó también al movimiento
altermundista y precipitó un intenso debate sobre el significado
y el alcance de la acción. ¿Puede una causa que defiende
la vida justificar una muerte?, se preguntaron no pocos activistas.
De acuerdo con lo dicho por el coordinador de Vía
Campesina, Rafael Alegría, a nombre de su organización, la
medida está plenamente justificada.
"El acto del campesino Lee -dijo- representa la más
enérgica protesta y desesperanza ante la falta de alternativas para
los campesinos y los pobres del mundo. Fue un acto premeditado y consciente.
Pidió, y así se cumplirá, que 'sigamos firmes en la
lucha', porque no quiere ver otros campesinos e indígenas muertos
por la política de la OMC. La OMC no puede seguir matando campesinos
e indígenas todos los días."
La larga serie de velorios y homenajes apuntan en la misma
dirección. La respuesta del pueblo de Cancún ha sido sorprendente.
Como si se tratara de una redición de la simpatía que se
vivió en México durante el pasado campeonato mundial de futbol
hacia la selección de ese país, en los barrios de esta ciudad
se saluda con afecto a los sudcoreanos. Apenas el pasado martes, cuando
marchaban disciplinadamente rumbo al hospital donde se atendía a
Lee, los inquilinos de varias unidades habitacionales salieron a expresarles
su apoyo.
Otros, en cambio, desaprueban la acción. Leticia,
artista española solidaria con la lucha de los pueblos indios, dice:
"Ahora sé qué significa la expresión esa de 'cargar
con el muerto'. Nos están imponiendo un muerto. Si hubiera muerto
del otro lado de la valla, ¿qué? Han profanado lo más
sagrado. No nos va el mundo de la muerte. Nos va la vida, la alegría.
Por eso luchamos. ¿Dónde está el espíritu de
fiesta? Si construir otro mundo se hace así, yo paso..."
Algunos activistas responden a estas críticas señalando
que se trata de una posición extrema y dramática, sólo
explicable en el contexto de una cultura específica.
Los compañeros coreanos de Lee explican que no
se trató de un suicidio sino de una inmolación. "Fue un acto
de honor, no de cobardía o desesperación", aseguran.
Sin futuro
La muerte de Lee no es un hecho aislado. En Corea, como
en el mundo rural de muchos países, se viven oleadas de suicidios
de agricultores, que usualmente pasan inadvertidas. El que un adulto se
quite la vida en comunidades aisladas parece no afectarle a nadie, salvo
a su familia. El mismo hizo referencia a ellas en el artículo publicado
por La Jornada que muy bien podría ser parte de su testamento
político.
En Estados Unidos agricultores en bancarrota que se responsabilizan
a sí mismos de su fracaso empresarial, sin cuestionar el modelo
que los conduce a la quiebra independientemente de sus cualidades personales,
se matan regularmente sin que nada suceda.
En Uruguay, explica la editora Carmen Arméndola,
"es un honor cuando un productor se cuelga en la portera. Como la tierra
se debe dejar a los hijos, esa es la forma en que los agricultores endeudados
en lo individual pueden salvar la propiedad. Es una afrenta ante la familia
que se salda de esa manera".
Como líder nacional de su unión campesina,
Lee viajó a otros países y tuvo trato con dirigentes que
hoy están presentes en Cancún. Ellos coinciden en que era
un hombre emprendedor, alegre, trabajador y responsable, padre de dos hijas
a las que quería mucho. Lo contrario de la imagen de un personaje
inestable emocionalmente que los funcionarios de la OMC pretenden divulgar.
Su inmolación fue una decisión política que ha marcado
profundamente esta reunión.
Este 16 de septiembre se realizará en Cancún
un funeral ceremonial de Lee de acuerdo con la fe católica, con
la presencia de un sacerdote coreano.
Al igual que muchos hombres y mujeres con fuertes ligas
con la tierra, el dirigente campesino era un hombre muy religioso. Mientras,
para quienes a pesar de hablar distintos idiomas comparten la lengua de
la tierra, Lee comienza ya a convertirse en leyenda: la leyenda de un justiciero.
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