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México D.F. Viernes 12 de septiembre de 2003

Gilberto López y Rivas

Con Allende en la memoria

En 1970 accede a la presidencia de Chile, por la vía electoral, el doctor Salvador Allende, candidato de la Unidad Popular, agrupamiento unitario de la izquierda de ese país. El programa del nuevo gobierno tenía dos objetivos fundamentales: recuperar los recursos estratégicos para la nación y abrir un camino constitucional al socialismo. Esto significó un hecho político inédito de inmensa trascendencia en la historia de América Latina que debemos recuperar en toda su validez actual.

Allende fue consciente de la magnitud del proyecto que impulsaba y por tal razón su gobierno amplió y profundizó la democracia, creó espacios para la participación política del pueblo, en particular de los trabajadores. Para la Unidad Popular la viabilidad del socialismo estaba unida al desarrollo de la democracia y al establecimiento de mecanismos para la construcción del poder popular.

Chile vivió durante el gobierno de Allende los niveles más altos de democracia de su historia. La ultraderecha chilena, apoyada por el gobierno de Estados Unidos desde un principio, y posteriormente la Democracia Cristiana, aprovecharon el auge democrático para conspirar abiertamente contra el gobierno constitucional y sabotear el proceso de transformaciones socioeconómicas en beneficio de la mayoría de los chilenos. El asesinato del general René Schneider, militar constitucionalista, el 26 de octubre de 1970, días antes de la toma de posesión, mostró a qué grado de terror estaba dispuesta a llegar la conspiración antinacional.

La aplicación y profundización del programa democrático y socialista del presidente Allende exacerbó la lucha de clases y agudizó la polarización social. Trabajadores del campo y la ciudad, campesinos, estudiantes, profesionistas se organizaban y movilizaban en apoyo a los proyectos gubernamentales, a la vez que exigían mayor radicalidad en la aplicación de los programas. Los sectores dominantes, que veían peligrar sus privilegios, así como grupos de empresarios medianos y pequeños, en alianza con la derecha y Democracia Cristiana, orquestaron acciones violentas que iban desde sabotajes a la producción hasta actos terroristas con el objetivo de desestabilizar económica y políticamente al país. Los medios de comunicación, propiedad de la oligarquía, practicaron durante los mil días de gobierno de la Unidad Popular un bombardeo sistemático al estilo goebbeliano para crear un clima de ingobernabilidad, propiciatorio del golpe de Estado militar.

No obstante el acoso, la popularidad y el apoyo al presidente Allende se incrementaron. Del 36 por ciento de los votos con que alcanzó la presidencia, se pasó a 51 por ciento en las elecciones municipales del año siguiente y a más de 43 por ciento en las elecciones legislativas de marzo de 1973. Estos datos mostraron un proceso de consolidación del gobierno de la Unidad Popular, lo que provocó un estrechamiento de la alianza de la derecha chilena con el imperialismo estadunidense, que precipitó en corto tiempo el golpe de Estado y la dictadura.

La experiencia chilena desató apasionados debates en las izquierdas chilena, latinoamericana y mundial en torno a la "vía pacífica" al socialismo. La derecha y el imperialismo inmediatamente se percataron de que se construía un Chile nuevo y decidieron acabar con ese ejemplo a sangre y fuego.

A la desazón provocada por la derrota del pueblo chileno en una lucha desigual en todos sentidos se añade la debacle del socialismo real entre 1989-1991 y la derrota electoral del gobierno sandinista. Esto nubló el horizonte teórico y práctico de importantes sectores de la izquierda y provocó diversos comportamientos políticos.

Hoy, a 30 años, es vital repensar la experiencia chilena, el legado de Allende y las posibilidades del socialismo en América Latina.

El presente latinoamericano nos muestra una izquierda diferente a la de los años 60 y 70 que adquiere gran fuerza: establece las juntas de buen gobierno, fortaleciendo las autonomías indígenas; accede al gobierno por elecciones, como en Brasil, o se apresta a ello, como en Uruguay, entre otros ejemplos; sin embargo, encuentra dificultades para llevar adelante proyectos alternativos a los que impulsan las grandes trasnacionales y los organismos financieros internacionales; por ello pierde su brújula y razón de ser.

Es necesario revertir la acción devastadora del capitalismo neoliberal y encontrar un desarrollo económico soberano para nuestras naciones y esto solamente será posible con el socialismo. En ese sentido, ampliar y fortalecer la democracia, en su más amplio y plural contenido, es la tarea urgente para que los pueblos puedan imponer gobiernos que manden obedeciendo, porque socialismo y democracia son consustanciales.

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