México D.F. Jueves 11 de septiembre de 2003
Allende, el presidente que nunca se rindió
Pinochet vociferaba: ''nada de diálogo; ofrézcanle un avión y en el camino ese avión se cae''
XIMENA ORTUZAR ENVIADA
Santiago de Chile, septiembre. Augusto Pinochet irrumpió en la política chilena el 11 de septiembre de 1973. Al mismo tiempo la democracia entraba en un largo y doloroso receso. Militar gris, próximo a pasar a retiro, se sumó a última hora a la conjura para derrocar a Salvador Allende. Logrado ese objetivo, acaparó el poder e intentó perpetuarse en él.
La imagen de Pinochet en su primera aparición pública tras el golpe -gafas negras, labios apretados, brazos cruzados sobre el pecho- recorrió el mundo y dejó la impresión de un hombre decidido, de carácter fuerte, de gran liderazgo. Sin embargo, su historia personal antes de ese 11 de septiembre demuestra otra cosa. Siempre dominado, humillado a veces, consciente de su mediocridad, vio en el asalto al poder una revancha que ni siquiera planificó. Pero la aprovechó a fondo.
Alumno mediocre
Pinochet como interno hizo sus primeros estudios en un seminario, del que lo expulsaron por romper unos vidrios. Siguió su preparación en un colegio de curas, donde destacó como mal alumno. Sus compañeros de curso de aquellos años lo apodaban el burro. En 1929 aprobó a duras penas el segundo año de enseñanza media. Después debió repetir el tercero. Luego decidió entrar a la Escuela Militar, opción para escolares de bajo rendimiento en estudios tradicionales, pero fue rechazado por sus mediocres calificaciones. En 1931 Pinochet volvió a la carga y fue otra vez rechazado por la misma razón.
En 1933 logró su objetivo: ingresó a la Escuela Militar, pero siguió siendo un alumno mediocre. Alejandro Ríos Valdivia, quien fue su profesor, recuerda: "No era buen ni mal alumno. Era del montón".
Lo anterior demuestra que Pinochet siguió los consejos de su apoderado en la milicia, el general Alfredo Portales Mourgues: "Nunca seas el primero ni el último, sé siempre hombre del medio; el que pasa inadvertido es el único que llega a término en la empresa que acomete".
Después, como profesor de la misma escuela, Pinochet se destacó por su autoritarismo y mal humor. En su libro Las cien águilas, Germán Marín, quien fue su alumno, dice: "El capitán Pinochet no era mejor ni peor que cualquier oficial intermedio de la escuela, aunque se diferenciaba por exhibir uno o dos puntos más de inmisericordia cuando montaba en cólera".
El mando y la obediencia
Quienes conocieron a Avelina Ugarte de Pinochet aseguran que fue una madre autoritaria, de férreo carácter. Pinochet, el niño, le obedeció ciegamente.
A partir de los 15 años, en el ejército su vida tuvo dos variables: obedecer y mandar. Siempre obedeció y cuando debió mandar exigió obediencia total. Encaramado en el poder, sometió al país a esas reglas.
Recurrente, eligió a una mujer dominante como compañera de su vida: Lucía Hiriart. Quienes la conocen aseguran que es más autoritaria que su esposo. Alguien cercano a la pareja confió: "Hay que comprender que Augusto Pinochet fue siempre un hombre humillado. Lucía, en su simplismo, es una mujer tremendamente autoritaria. Hasta el día del golpe, el general, frente a ella, se sintió siempre minimizado."
Según el testigo, quería eternizarse en el poder, ya que comandando al país se sentía vengado de las humillaciones conyugales.
Lucía Hiriart no sólo lo empujó a asaltar el poder sino que disfrutó de éste como propio. Y lo ejerció. La rudeza de sus dichos asombraba hasta a los más duros. En 1984 dijo: "Si yo fuera jefe de gobierno sería mucho más dura que mi marido. šTendría a Chile entero en estado de sitio!"
Durante el gobierno de Allende, Pinochet, obediente y respetuoso de las jerarquías, cumplió sus deberes castrenses haciendo tiempo para ascender a general y retirarse. Era su máxima ambición.
La renuncia del jefe del ejército, general Carlos Prats González, en agosto de 1973 -forzada por la profunda crisis política del momento-, lo puso en situación inesperada: Allende lo nombró sucesor de Prats, quien ante una consulta del presidente opinó: "Pinochet no es brillante, pero es leal".
Ernesto Ekaizer, autor del libro Yo, Au-gusto, declara: "Paradójicamente, Pinochet se lo debe todo a Allende y a Prats González". Traicionó a ambos. Y murieron a causa de esa traición.
Reciclado
El tirano que asombró al mundo por la brutalidad de su régimen era tan burdo, ignorante y poco refinado que sus asesores tuvieron que "reciclarlo". Federico Wi-lloughby, colaborador cercano y "asesor de imagen" reconoce: "Logramos hacer de Pi-nochet un presidente".
Y puntualiza: "Por lo menos lo conseguimos en lo formal: que se vistiera como presidente, que hablara como presidente, que tuviera dentadura de presidente. Y al cabo de un tiempo, eso era así".
Aprendió a manejarse socialmente. Se refinó. No fue fácil. Sus asesores lograron que remozara su dentadura, incluso que cambiara incrustaciones de oro por fundas de porcelana, para darle un aspecto menos vulgar. Y le indicaron qué vestir cuando se quitaba el uniforme. Esto último ocurría muy rara vez. El apego de Pinochet a su uniforme fue una de sus características.
Según un oficial que colaboró con él por muchos años, "Pinochet se atrinchera detrás del uniforme. Cada vez que se lo pone, se transforma. La gorra cinco centímetros más alta y los zapatos con tacones de unos centímetros más de lo normal, pese a que él no es bajo, parecían darle seguridad y le permitían ubicarse, incluso físicamente, en situación de superioridad".
Comenta Willoughby: "No exagero al de-cir que al general tuvimos que enseñarle a hablar. Recuerdo que para nosotros una de las tareas más difíciles fue convencerlo de que no debía improvisar". Porfiado, Pinochet improvisaba.
En junio de 1975, mientras la junta militar hacía saber al mundo que permanecería en el poder "sólo el tiempo necesario para reinstaurar el orden" en el país sudamericano, Pinochet declaró: "Yo me voy a morir. El que me suceda también tendrá que morir. Pero elecciones no habrá". Y en otra ocasión vaticinó: "Seré recordado como emperador romano".
Durante un encuentro con estudiantes universitarios, accedió a escuchar algunas inquietudes. El vocero estudiantil: "General, nosotros pensamos..." Pinochet interrumpió tajante: "šA la universidad no se viene a pensar, sino a estudiar! Y si les so-bra tiempo, hagan deportes."
En ocasión de satanizar a la izquierda explicó: "Yo sé que el marxismo-leninismo es una teoría diabólica. Lo sé por mis estudios: leo 15 minutos diarios."
El traidor
Enterado de los planes golpistas, Pinochet dudó, vaciló y seguramente temió participar en ellos. El 9 de septiembre de 1973, a las 19 horas, apenas 36 antes del golpe para derrocar a Allende, se plegó a los golpistas. Así lo confirman los testimonios de otros conspiradores.
Lo hizo porque sus pares de las otras tres armas le advirtieron que el golpe iba, con o sin él. Lucía, a su vez, lo increpó por su indecisión que haría de sus nietos "esclavos del yugo comunista" que, advertía, se cernía sobre Chile.
A las 6 de la mañana del 11, ya estaba en uniforme de combate y con gafas negras. En la central de telecomunicaciones del ejército, situada en el sector suroriente de Santiago, a varios kilómetros de La Moneda, instaló su puesto de mando.
Como se demuestra en los diálogos sostenidos por Pinochet y el almirante Patricio Carvajal, jefe del estado mayor conjunto de las fuerzas armadas, quien esa mañana entró en tanque al palacio de La Moneda, y con el general Gustavo Leigh, comandante en jefe de la aviación, quien ordenó el bombardeo de ese palacio, apostado en el sector oriente de Santiago, Pinochet había experimentado un viraje total: el indeciso y dubitativo militar se había transformado en el más enconado partidario del golpe.
Esos diálogos, grabados y transcritos, publicados en el libro Interferencia secreta, muestran a un Pinochet tan feroz e implacable que sus dos camaradas aparecen ahora como "blandos".
Pablo Azócar, autor del libro Pinochet, epitafio para un tirano, dice: "Súbitamente Pinochet había cambiado de bando, y los nombres de sus enemigos. Así como en el plano militar se refocilaba con arengas contra peruanos, bolivianos y argentinos, en el plano político durante un tiempo fueron los fascistas y los conservadores; durante los 17 años de su mandato, los comunistas, los políticos, los curas, los sindicalistas."
Consumado el asalto a La Moneda, acaparó para sí todo "mérito" del golpe, rescribió la historia y relegó a sus camaradas de armas a un plano secundario. Los sacó de escena cuando le estorbaron en su afán de perpetuarse en el poder.
Esa mañana del 11 de septiembre de 1973, advertido del alzamiento uniformado y ante la ausencia de Pinochet, el presidente Allende comentó, preocupado: "ƑDónde estará el general Pinochet? Tal vez lo han detenido".
En su refugio a varios kilómetros de La Moneda, Pinochet vociferaba: "Nada de diálogo, exíjanle a Allende rendición incondicional. Ofrézcanle un avión para él y su familia para irse donde quiera. šY en el camino ese avión se cae!"
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