México D.F. Lunes 8 de septiembre de 2003
Hermann Bellinghausen
El ojero
Calla la boca, Noche, no insistas en tu necia oscuridad. Deja en paz a Marín, que ha trabajado todo el día. Tú qué sabes, Noche, lo que Martín hace antes de tu llegada. Con su gabinete ambulatorio recorre barrios, unidades y colonias de la gran ciudad, y pone gran esmero en la consulta oftalmológica. Pero le gusta considerarse sólo un trabajador más. Pocos casos conozco de alguien que tenga interiorizada una conciencia digamos proletaria de lo que para otros es Ciencia y Cirugía.
''Se arreglan ojos, se curan perrillas, se operan córneas a domicilio, se gradúan lentes focales y bifocales''. Sus colegas del Hospital Contra la Ceguera le habían dicho que era una manera equivocada de anunciarse, que sonaba a broma. Martín lo toma, por el contrario, muy en serio.
Un consultorio de oftalmólogo puede ser el más reducido del mundo. Bastan una silla, espacio para el especialista, su escaso intrumental y la carta de letras en uno de los muros. Martín diseñó una caseta portátil con cortina corrediza. Un día por semana agrega su gabinete quirúrgico, y lo trae en una pick up prestada.
Se instala en la esquinas céntricas, en el zaguán de las vecindades o el patio de las escuelas. Donde se pueda. Clientela no falta. Dioptrías más o menos, por una u otra razón casi toda la gente padece cortedad de la vista.
-Doctor Martín, fíjese que ora cuando hago costura no veo dónde meto la aguja. Deje usted ensartar el hilo, eso me lo hacen mis hijos. Creo que estoy empeorando. ƑSerá la edad?
-Lleva un tiempo que se me puso borroso este ojo. Si me tapo el otro, haga de cuenta que ya no veo.
-Me duele la pielecita del ojo, doctor. Miré qué inflamado. No se quita la secreción.
Los colegas de La Ceguera reían del ''idealismo" de Martín hasta que él se hartó y dejó la plaza para dedicarse al gabinete de lleno. Como rompió con La Ceguera, ahora los pacientes que necesitan cirugía compleja los remite a La Luz. Qué suerte de oficio, piensa. Ayudar a la gente a ver. Deja que lo guíe su natural intuición lumínica.
-ƑDe qué vives? -le preguntan sus amistades.
-De la consulta.
-ƑA poco te alcanza lo poco que cobras?
-No diré que me sobra. Pero es que doy muchas consultas.
Tampoco creas, Noche, que Martín es algo así como un apóstol, un sacrificado. Hace lo que quiere. Disfruta y aprende de las personas que buscan sus servicios, le permiten cerrar a sus espaldas la cortinilla del gabinete y le abren el secreto de sus ojos.
Tiene por oficio curar enfermedades de la vista, prevenir glaucomas, desinfectar conjuntivas, atender cataratas, aliviar por dentro y por fuera córneas y pupilas. En comida casi no gasta. Como lo conocen en las colonias, alguien siempre lo convida. Y él anda, como dice, ''de Caravaggio'', contemplando con insaciable simpatía todos los tipos humanos: la estatura de las sombras, los irrepetibles rostros de piedra viva en las calles, los ojos abiertos de la gente, el candoroso fluir de sus conciencias.
La gratitud de los pacientes la agradece él más que la paga. Y ya ves cómo se emocionan quienes recobran la vista. Le hacen obsequios. Lo quieren bastante. Así que, Noche, deja dormir a Martín, no lo importunes con oscuridades de insomnio. ƑNo ves que también necesita soñar?
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