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P O L I T I C A
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México D.F. Lunes 8 de septiembre de 2003

Armando Labra M.

Abdicar, reformar

Los cambios en el gabinete tienen sentido no por las personas que entren o salgan, sino por las nuevas, mejores o más eficientes políticas que se vayan a instrumentar. Para hacer lo mismo, o más, o peor de lo mismo, no vale la pena sólo reciclar al personal. Sobre todo en un gobierno cuyo grito de guerra es precisamente el cambio. Y más aún, cuando ese gobierno no sólo no cambia, sino que es incapaz de administrar siquiera las inercias.

Sólo una virtud se puede desprender de los recientes ajustes en el gabinete y en posiciones menores: distrajeron la atención respecto al alud de críticas justificadísimas al tercer Informe de gobierno, ocasión en la que a nadie sorprendió que todos los discursos resultaran muy superiores al del Presidente.

Patético informe, por cierto: una primera parte copiosa de cifras falsas y amañadas; una segunda, de escueta, blanda e irrelevante autocrítica, y un final de buenos deseos ausentes de compromiso y de posibilidad de realización. Una auténtica abdicación. Una reiterada abdicación anual que los mexicanos no estamos deseosos de encarar, quizás porque nos parece inconcebible que un presidente tire la toalla, por los efectos tremendos que tal derrota conlleva. Pero así es. No es justo ni fructuoso esperar del presidente Fox lo que no puede dar. Llegó a su frontera en 2001, lo sabe y por eso abdica cada vez que puede. Las consecuencias son un asunto gravísimo, pero comienzan a adosarse otros más graves.

Los vacíos de la abdicación son el motivo de la disputa de los políticos más avezados, desde hace ya tres casi tres informes. En efecto, en esta columna hemos venido neceando con que el actual gobierno terminó antes de cumplir un año y el primer informe lo corroboró, mostrando ya signos de abdicación que se remarcaron hace un año y que hoy quedaron claramente expresados en fondo y forma el primero de septiembre en San Lázaro. Atestiguamos un momento anticlimático del sexenio político, que en otros tiempos, al contrario, marcaba la cúspide del poder presidencial. Tan grave circunstancia no parece convocar una reflexión de altura, sino apreciaciones de corto alcance.

En esa perspectiva menor, por ejemplo, se puede considerar que los cambios de gabinete refuerzan al PAN en el gobierno. No hay que olvidar que desde el principio del gobierno foxista Acción Nacional asumió la postura de no reproducir la condición de partido de Estado que tanto criticó al PRI. Por ello los panistas que se incorporaron al gabinete inicial fueron los menos posible.

Los incesantes descalabros del gabinete foxista y del propio Presidente -Ƒcómo olvidar el efímero, ineficiente, costoso e inconstitucional grupo de supercoordinadores?- comenzaron pronto a generar una factura política creciente no a Fox y su gabinetazo, sino al PAN.

Ahora Acción Nacional escala tibiamente en el gabinete haciendo evidente su carencia de cuadros del nivel necesario. No hay un solo cambio reciente que asegure un desempeño regular, no digamos bueno y menos aún brillante. Tampoco se hicieron cambios en posiciones cruciales y, como decíamos al principio, nada indica que suceda lo fundamental: cambio de políticas.

Ya aprendimos los mexicanos que apoyar ciegamente "el cambio" sin saber hacia dónde, cómo, o para quién ni cuándo nos impone costos descomunales. Hemos perdido no tres años claves, sino todo un sexenio.

Nuestro desafío esencial es qué hacer para evitar que la descomposición se agrave aún más. Hasta ahora las instituciones creadas el siglo pasado soportan y amortiguan, pero Ƒhasta cuándo? Otros retos importantes se desprenden del irreflexivo afán de reformar todo sin saber para qué, para quién, cuándo, cómo: es decir, que estamos por volver a tropezar con la misma piedra de la riesgosa fantasía de convocar en torno a conceptos sin tomarnos la molestia y la tarea de definirlos y suponer que por sí mismos disiparán el cúmulo de problemas profundos que arrastramos. No sólo Fox pensó que con dormir en Los Pinos las cosas cambiarían solitas y bien. Que la alternancia significaba la inauguración de la democracia y con ello la solución automática de la vida nacional.

Hoy, desesperados por encontrar vías de salida al marasmo en que estamos, se insiste en la reforma del Estado, pero, salvo contados talentos nacionales, la mayoría está pensando en reformar al gobierno, sus procedimientos, su administración, su ética, que es otra cosa muy distinta.

Sin consensos nacionales sobre el proyecto nacional es impensable reformar un Estado y bueno, llevamos años hablando estérilmente de la famosa reforma pero Ƒy el sentir de los mexicanos, su consenso? ƑAlguien lo conoce? ƑSabemos, todos, si acaso coincidimos?

En los tiempos de abdicación que vivimos se torna cada día más urgente reflexionar y definir qué país queremos, porque a diferencia de muchos tiempos pasados, hoy la voz de la gente tiene no sólo peso sino consecuencias, como hemos podido constatar durante tres años sin gobierno. Esas consecuencias están a la vista, son nuestra mayor incógnita y nadie la resolverá por nosotros.

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