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México D.F. Domingo 7 de septiembre de 2003
Rolando Cordera Campos
¡Era la política!
Para el querido Mario Monteforte, que viaja de nuevo.
El Presidente decidió convertir la política
en el eje de la segunda mitad de su gestión y por lo pronto corrió
a dos de sus colaboradores, aceptó la renuncia de otro de ellos,
puso al frente de Energía a un político y de Banobras a un
eficaz publicista de sí mismo. En la misma jugada, ¡un killing!,
diría algún genio desvelado de la mercadotecnia en retirada,
puso al frente de la procuración del ambiente a un boxeador en corto
importado de las batallas por el Distrito Federal y aparentemente puso
a buen resguardo a uno de sus amigos, a quien el defenestrado secretario
Víctor Lichtinger había puesto en abierto entredicho.
Esa debe ser la política para quienes habitan Los
Pinos, tan embelesados como estaban con la ilusión de que aquella
se había acabado con el milagro del 6 de julio. Business as usual,
dirá algún náufrago de la real politik, pero
lo que brilla por su ausencia, a casi una semana del gran viraje foxiano,
es la política democrática. Ya Juan de Dios Castro se encargó
de ponerla en la picota para goce y usufructo de quienes han encontrado
en la antipolítica reinante veta sin fin de beneficios y buenos
oficios. De las reformas, vaya usted a saber, hasta que en Wall Street
se decidan los míticos pero no por ello menos maléficos mercados
a darnos un calambre.
Para un ex colaborador de la "casa presidencial", todo
estriba en un cambio de objetivo mediático. Ahora, dijo a los medios
el hacedor de victorias rápidas que trocó el hoy, hoy, hoy
en mantra electoral, la atención del Presidente se centrará
en la clase política más que en los ciudadanos, como ocurría.
No más muchedumbre solitaria a la que no queda otra que tratar de
manipular; son los políticos, vistos como rebaño y pastor,
los que recibirán el cuidado especial de la Presidencia y sus operadores.
Fuera los spin doctors de los 15 minutos y las promesas a la orden;
adentro los que saben qué decir y a quién hacerlo a la hora
de maicear y encontrar legisladores patriotas dispuestos a colaborar
con el poder y salvar a México.
No hay en estos primeros movimientos del nuevo traje foxista
nada que permita imaginar que la política es en efecto la que está
al mando. Insistir en que todas las reformas pesan igual para el futuro
del país, como lo dijeron varios de los más cercanos colaboradores
del Presidente en estos días, es confundir la gimnasia con la amnesia.
Es poner a la opinión pública en un estado de alerta innecesario
y abusivo, cuando la alerta habita ya en millones de mentes que no saben
para cuándo vendrá el aviso del desempleo o del desahucio,
mucho menos si podrán vérsela alguna vez de nuevo con las
seguridades y las prestaciones de un contrato de trabajo formal y legal.
Echarle a esta población maltratada el agua fría del desastre
inminente por la falta de luz, es dar la voz de salida para los que pueden
y cavilan otra vez sobre la conveniencia de hacerlo, pero no concitar voluntades
para un cambio real en el orden político que como tal implica riesgos
y costos que hay que compartir antes de que sus frutos empiecen siquiera
a olerse.
Sin estrategia, embarcado el gobierno en la reformitis
en vez del reformismo racional, pronto quedará atrás el escenario
de mutaciones que insinuó el Presidente el pprimero de septiembre
y que, sin duda, despertó el interés y el entusiasmo en partes
de la ciudadanía, la opinión pública y algunos actores
económicos relevantes. Comprar la urgencia y la emergencia de este
reformismo epiléptico, puede probarse letal para los partidos que
no gobiernan pero pretenden hacerlo después mediante el ejercicio
democrático. Tratar de sacar raja del desconcierto que sobrevendrá
en las filas del gobierno, una vez que el gusto por el cambio... de nombres
y caras, se agote y su partido afronte la realidad amarga de ser gobernante
pero en minoría, será la tentación omnipresente en
esas franjas de la oposición que no siempre se atreve a decir su
nombre pero para la cual el código democrático no va más
allá de una útil pero transitoria franquicia.
Lo que el país requiere como oxígeno es
ponerse a crecer cuanto antes y asumir que cuenta con una demografía
(y una sociología) cada día más demandantes y airadas.
Dar a los jóvenes una señal de aliento y seriedad, mediante
educación de calidad y empleo con dignidad, debería ser la
consigna de la hora para todos. Y para eso hay que poner la máquina
del crecimiento en velocidad de arranque y el Estado al servicio de esta
necesidad ingente. Por eso es que la reforma fiscal es la única
que puede hacer compatibles en el tiempo, y no sin dificultades y desaciertos,
la estabilidad efectiva de las finanzas y las cuentas externas con la estabilidad
profunda que sólo pueden propiciar la expansión económica
y una ocupación más o menos segura y remunerativa.
Esto tendría que ser el eje de la política
y del desempeño del Estado. Lo demás, como la venta de aire
o de espacios para el negocio en electricidad o el remate de las reservas
petroleras, es distracción o avidez sin sostén, porque no
tendrá nunca el correlato mínimo de legitimidad que se requiere
para convertir el ansia de ganancias en riqueza tangible y durable.
Vicente Fox y su gobierno podrán probar que su
redescubrimiento de la política va en serio, si se atreven a poner
en orden sus prioridades y logran convencernos de que éstas son
congruentes con las del resto de la sociedad. No antes, mucho menos tratando
de hacer pasar por política fuegos de artificio como los desatados
hace unas tardes en San Lázaro
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