México D.F. Viernes 5 de septiembre de 2003
Buscar la libertad fue el culto mayor del escritor
y luchador social guatemalteco
Falleció Mario Monteforte, uno de los grandes
exponentes de la cultura de AL
Preparaba la versión cinematográfica de
su célebre novela Donde acaban los caminos
PABLO ESPINOSA
El escritor Mario Monteforte Toledo, considerado el mejor
novelista guatemalteco después de Miguel Angel Asturias, falleció
la tarde de ayer a los 91 años en su casa. No cejó jamás
en su actividad. Sociólogo, diplomático, luchador social,
esgrimista olímpico, periodista, investigador, maestro en la Universidad
Nacional Autónoma de México, en suma una de las personalidades
mayores de la cultura latinoamericana, Monteforte Toledo trabajaba estos
últimos días en lo que resulta ahora su proyecto póstumo:
con el cineasta mexicano Carlos García Agraz dejó casi lista
la versión cinematográfica de una de sus novelas más
celebradas: Donde acaban los caminos, que escribió en 1952.
La semana pasada disfrutaba de uno de sus muchos placeres,
la equitación, cuando sufrió una leve caída. Ya había
superado el trance, la recuperación estaba al 80 por ciento, sin
embargo ayer falleció.
Su primera novela, Entre la piedra y la cruz, apareció
en 1948. Desde entonces fue ubicado como una de las voces narrativas más
sólidas. A la mencionada Donde acaban los caminos siguieron
otras novelas de impacto contundente: Una manera de morir (1958),
Llegaron del mar (1966) y Los desesperados (1976).
Su producción cuentística es también
valiosa. En La Jornada han aparecido algunos de sus cuentos no incluidos
en sus libros conocidos que reúne su trabajo en tal género:
La cueva sin quietud (1950) y Cuentos de las navajas (1992).
Al igual que su paisano Carlos Solórzano, Mario Monteforte desarrolló
en el arte del teatro aportaciones fundamentales. Es autor de, entre otras
obras, Los gringos (1976), El santo de fuego (1976), La
noche de los cascabeles (1987). Su obra científica, en tanto,
abarca una veintena de libros donde desarrolla sus ideas en torno a las
artes, pero ante todo su visión libertaria a propósito de
las mejores causas sociales.
Creyente de la democracia participativa
Durante
el gobierno democrático de su país fue presidente del Congreso,
vicepresidente de la República y embajador ante la Organización
de las Naciones Unidas. Entre la larga serie de reconocimientos que recibió,
fue condecorado con el Aguila Azteca por el gobierno mexicano y con el
Premio Nacional de Literatura y el de su país, así como el
primer Premio Centroamericano de Cultura Miguel Angel Asturias.
Con Augusto Monterroso y Luis Cardoza y Aragón
integró la célebre generación de los 40, motor de
la cultura contemporánea de Guatemala. Se disponía a celebrar,
este 15 de septiembre, su cumpleaños número 92.
En una entrevista reciente con Edward Waters Hood, de
la Universidad del Norte de Arizona, se definió así: ''El
culto mayor de mi vida es la búsqueda de la libertad y el sentido
de la realidad y lo de adentro del ser humano; esa lucha no es un deporte
sino una necesidad intelectual y física constante y creciente. Escribir
es la actividad más frustrante, menos reconocida y más absorbente
que se pueda elegir. Yo escribo porque es lo único que sé
medio hacer y porque soy testigo o protagonista de muchas de las cosas
ocurridas en el siglo XX y creo que deben conocerse mejor".
Buena parte de su vida la vivió en el exilio. A
la pregunta de Waters, ¿cuál siente que sea su patria? Monteforte
respondió: ''Dolorosa pregunta. Soy de Guatemala; allí están
todos mis muertos y la mayor parte de mi vida y mi trabajo político
y la gente que amo; también está allí mucho de lo
que más detesto. Pero no me siento sólo de allí; también
soy latinoamericano, debo la mayor parte de mi formación al Mediterráneo
y a México, y no puedo comprender al hombre sino dentro de una solidaridad
universal".
Refrendó, por último: ''Creo en la democracia
participativa, no en la equivalente a elecciones sino en la participación
del pueblo en el sistema del poder; la violencia sólo es legítima
cuando se opone a la violencia. Respeto todo lo sagrado y quizá
haya algo de religioso en lo que escribo, pero no tengo ni profeso religión
alguna. Creo que la conducta humana debe regirse no por el temor de ir
al infierno sino por el honor, la práctica y la defensa de la verdad,
la solidaridad humana y el respeto a quienes respetan a los respetables".
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