LETRA S
Septiembre 4 de 2003

Crónica Sero

Joaquín Hurtado

Boston. El sol de las cinco se teje y desteje en las ondas del agua fría. Mi hijo cruza el azul verano del Charles River en un kayak rentado. Atrás, a mi derecha, encima, sobre el césped, mi numerosa familia festeja reunificada después de casi diez años de diáspora. La felicidad tiene sus límites y yo ya me sobrepasé en mi cuota de dichas. Más sereno me entrego a cualquier distracción.

Oh, sorpresa. Salta del Lonely Planet una artera puñalada: dice que soy la clase de viajero no bienvenido a los US. Qué noticia. He entrado tantas veces a fatigar los malls de Laredo, maravillarme en la Quinta Avenida neoyorquina y hacer conexiones en sus puertos aéreos, siempre con una tonelada de antivirales a la espalda, y hasta ahora me doy por enterado. Pero la guía de viajeros no miente. La habilidad de un inocente virus y el fracaso humano para entender que mis padres y hermanos, pero principalmente Samuel y Britta, me necesitaban aquí y ahora para su boda, me podrían haber provocado serios problemas con el Departamento de Inmigración. Esto en caso de que el oficial caradeperro hubiera preguntado ¿aids?; y yo hubiera contestado con susto o malicia yes, sir, since thirteen years ago. Any problem with?

Pero no preguntó, por lo tanto no dije. Como los homosexuales en su ejército. La hipocresía política siempre nos salva. Pero cuidado, sigo leyendo en mi guía de viajeros pobretones que Estados Unidos no hace ni solicita el test discriminatorio en sus fronteras... pero si pareces o levantas sospechas de que ya te anda bailando en las venas el alien de sus paranoias; o el color de tus uñas te delatan como marica high risk, los amerinazis se reservan el derecho de admisión. Y adiós shopping en McAllen. De patitas a tu rancho. Como las discos de moda que sin pudor escanean a la naquiza para que no se revuelva con la pretty people. Mejor evítales y evítate molestias, quédate donde estás, no sueñes con venir a reunirte con tu dispersa sangre, ni a reposar tu cabeza en el regazo de tu mujer, ni a gastar minidólares en las yard sales; ni mucho menos pretendas que tu hijo Isaac vaya y venga libremente remando por el río que divide Cambridge del resto de los mortales.

Cierro el Lonely. Mis ojos se pierden en la ribera del Charles donde mis sobrinos juegan. Me entrego a los placeres del descanso, del viboreo, de la molicie, al vuelo de las escandalosas gaviotas. Quizás en lo que yo tire güeva aquí, a unos pasos, los insoportables nerds de Harvard al fin desenreden los códigos del otro libro maldito cuya gramática ha matado a 20 millones y nos trae en el clandestinaje a otros tantos. Rema hijo, y cuídate del viejillo uncle Sam, pero si te lo encuentras nomás grítale God bless América, fucking gringo, y él sonreirá complacido.