LETRA S
Septiembre 4 de 2003

Vivir y dejar vivir
 

Dios no quiere muertos por VIH/sida, sino vivos usando condón

Prohibir el condón es condenar a muerte por sida a millones de seres humanos

ls-catolicas

Guadalupe Cruz Cárdenas

El 1o de diciembre del 2001 iniciamos la campaña permanente Condones por la Vida. Después de casi dos años, reiteramos la necesidad de seguirla impulsando, al constatar que en el seno de nuestra Iglesia es largo todavía el camino para que aprendamos a respetar los derechos sexuales y reproductivos.

1 Hace unos días (La Jornada, 27 de agosto de 2003), por presiones del arzobispo de Acapulco, Felipe Aguirre Franco, se frenó una campaña de salud pública para prevenir el sida basada en el uso del condón. Este penoso hecho requiere que católicas y católicos digamos una palabra para recordar a nuestros obispos que descalificar y obstaculizar campañas de salud pública de prevención de VIH/sida y prohibir el uso del condón es cargar con una significativa responsabilidad por la muerte de miles de personas a causa de esta pandemia.

2 Siempre ha sido nuestra intención mantener un diálogo respetuoso en el interior de nuestra Iglesia acerca de estos temas, en el marco de las enseñanzas del Concilio Vaticano II que invitan a tomar en cuenta los avances científicos en aras de la defensa de la vida de las personas "para que la cultura religiosa y la rectitud de espíritu lleven el mismo paso que el conocimiento de las ciencias" (Constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual, 62).

Quisiéramos que nuestros obispos reconozcan los diversos estudios científicos que sostienen que "el condón reduce 10 mil veces la transferencia de fluidos, disminuyendo significativamente el riesgo de transmisión del VIH/sida..., que el uso correcto y constante protege al usuario en 95 por ciento de contraer la infección por el VIH y que el uso incorrecto y/o la falta de constancia son las principales causas de fallas" (Conasida). Por estas razones reiteramos que una campaña en favor del condón es una campaña por la vida.

3 Necesitamos como Iglesia dialogar y repensar temas que tienen que ver con la salud sexual. No hacerlo tiene repercusiones negativas no sólo entre la población católica, sino en el resto de la sociedad, ya que así se promueve la desinformación y con ello la propagación de la pandemia y de una "moral de los sanos, de los sanos con poder religioso".

4 Creemos que es labor de la Iglesia y de los obispos contribuir a favor de la vida de las personas concretas y a la construcción del respeto de los derechos humanos. De esta manera, creemos firmemente que reconocer y proteger los derechos sexuales es proteger los derechos humanos, previniendo al mismo tiempo la expansión del VIH/sida.

5 ¿Por qué nuestros obispos no viven y dejan vivir? Nadie les está pidiendo que sean ellos quienes impulsen campañas de uso del condón, sino que dejen de prohibirlo. Cuando continúan en una activa labor de cabildeo con los gobiernos para limitar el acceso y uso de los métodos anticonceptivos, incluido el condón, están influyendo en las políticas públicas de salud y violentando el estado de derecho, pues vivimos en un Estado laico y no confesional. Además, no sólo están exhibiendo sus miedos y prejuicios, sino que ocultan el rostro evangélico, humano y solidario de nuestra comunidad eclesial, que es el de Dios. Este rostro no es el de un obispo que suprime la libertad, que coarta el derecho a la salud y que no ama la vida de las personas concretas.

6 El sida sigue cuestionando la violencia de los sanos y de quienes se sienten buenos; cuestiona, al igual que Jesús, ese lugar y esa actitud de superioridad en que se instalan los fariseos. El sida es una forma de medirnos como Iglesia, de medir a nuestros obispos, de medirnos como institución, "es un termómetro para sopesar la moral y la solidaridad". El sida cuestiona al arzobispo Felipe Aguirre Franco y al gobernador priista de Guerrero, René Juaréz Cisneros, por las políticas estatales de salud pública; por la partida presupuestal destinada a combatirlo; por el abasto de medicamentos a las personas enfermas; por los recursos humanos, materiales y espirituales que están invirtiendo para prevenirlo; por el prejuicio, la estigmatización y el silencio que matan.

La prohibición del condón por parte de nuestros obispos y el silencio de católicos y católicas, condena a morir a millones de personas.