En
riesgo, las garantías individuales
Nora Patricia Jara
- Superpolicías, fallidos émulos de Robocop que huyen
ante las cámaras de televisión al enfrentar a una turba
de ambulantes, y hasta el homicidio de la familia Narezo Loyola en
la delegación Tlalpan que al parecer puede tener relación
con narcojuniors vinculados con agentes judiciales, son hechos
que, aunque aislados, involucran a elementos policiales poco eficaces
y tal vez coludidos con las mafias de la criminalidad organizada.
En los dos niveles de gobierno local y federal, el combate
a la inseguridad parece perder terreno en lo jurídico; si bien
en el ámbito nacional se avanza en la promoción de leyes
que hagan punibles delitos como la explotación sexual contra
menores, en otras áreas, como las libertades civiles, también
retrocedemos de forma alarmante.
Las denuncias de espionaje telefónico son nuevamente una práctica
común; otro ejemplo pueden ser los citatorios de agentes del
Ministerio Público contra periodistas para que revelen sus
fuentes, como los requerimientos hechos a reporteros de La Jornada,
quienes al parecer han documentado información que ambiciona
la autoridad, la cual, ante la carencia de un trabajo profesional
de investigación, falta claramente al artículo sexto
constitucional, que señala que la manifestación de ideas
no será objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa.
A ello habrá que sumar el cumplimiento parcial de las recomendaciones
de las comisiones de Derechos Humanos, el hostigamiento a representantes
de estas instancias como sucede en Jalisco, Querétaro
y Chiapas, las descalificaciones de nuestros diputados locales
cuando la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal
rechaza la aplicación de programas como Mochila segura y los
misteriosos exámenes antidrogas en secundarias públicas.
También ante la posible operación de policías
encubiertos, para lo cual la Secretaría de Seguridad Pública
demanda autorización para que patrullen las calles agentes
vestidos de civil, con el fin de aminorar algunos indicadores como
el asalto o robo a transeúnte, o hasta poder identificar el
comportamiento antisocial de algunos grupos, como grafiteros y bandas
de criminales.
En Madrid el uso de policías encubiertos en las zonas turísticas
contribuyó a reducir las estadísticas delincuenciales.
Estos agentes actúan como observadores apostados estratégicamente
en zonas de gran afluencia peatonal y comercial y al momento de detectar
algún hecho o acción sospechosa piden la colaboración
de la autoridad correspondiente para enfrentar el conflicto o hacer
arrestos en caso necesario; no trabajan aisladamente, son parte de
un sistema de seguridad pública que basa su éxito en
la confianza ciudadana hacia su policía. Así, la colaboración
de agentes semisecretos puede pasar inadvertida, sin inhibir el cotidiano
andar de la urbe y ser a la vez efectiva.
La propuesta pudiera ser benéfica, pero difícilmente,
con los elementos que tenemos, podemos asegurar que estas agrupaciones
no se convertirán en halcones o en unidades de inteligencia
con metafacultades. En extremo, la desesperación social y gubernamental
por dar resultados en el combate a la delincuencia ha llevado a declarar
el toque de queda para menores en algunas entidades de la República
y a ordenar la revisión de sus pertenencias antes de entrar
a su escuela, como sucede en la ciudad de México, convirtiéndolos
en el eje de los programas de combate a la distribución y comercialización
de narcóticos y drogas callejeras, cuando los niños
y los adolescentes son el último eslabón de la cadena
del narcotráfico.
Todas estas medidas, junto con la falta de justicia y la demora en
el esclarecimiento de crímenes como el de Digna Ochoa y Plácido
y los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, nos advierten
de una marcada tendencia a ignorar las garantías individuales
de las personas para hacer cumplir el supuesto estado de derecho o
perseguir delitos, realidades que no podemos dejar de denunciar.