Víctor
M. Quintana
Los feminicidios de Ciudad Juárez
El
terror ha vuelto a explotar en Juárez. Lo mismo que la furia
de la sociedad que todavía tiene la capacidad de indignarse.
El descubrimiento de los restos de otras ocho jóvenes salvajemente
ultrajadas y asesinadas ha vuelto a sacudir la tranquilidad de utilería
de esta frontera.
Mientras se discute si ya son 237 o más las jóvenes
masacradas en ocho años, las organizaciones no gubernamentales
hablan de feminicidio. Casi toda mujer en Juárez, por el solo
hecho de serlo, lleva una condena de ataque sexual y de muerte sobre
sus espaldas. Casi todas porque son las muchachas, las trabajadoras,
las de color moreno, las de las colonias populares, las pobres, pues,
el blanco exclusivo de este genocidio sexista y clasista.
Y las autoridades omisas quieren exorcizar su negligencia con las
declaraciones de siempre. Incluso presentan a la sociedad dos sujetos
convictos y confesos de haber asesinado a ocho muchachas, de cuyos
nombres y dos apellidos se acuerdan sorprendentemente. Memoria que
se les ha de agudizar con las descargas eléctricas en los genitales,
comprobadas debidamente por los médicos.
Mas la sociedad ya no cree ni en culpables instantáneos ni
en fiscalías, como la Especial para Crímenes contra
Mujeres, porque es evidente que el gobierno en ninguno de sus tres
niveles ha sido capaz de proteger la vida y la integridad física
de la mujer juarense.
Ahora es claro que el feminicidio en Juárez es posible y repetible
porque se da dentro de una doble red. La primera es la red que posibilita
que se rapten jovencitas, se asesinen con toda saña y se arrojen
en baldíos a unos cuantos metros de transitadas avenidas. Ningún
individuo solo puede hacer esto; tiene que contar con al menos dos
de tres condiciones: un grupo de esbirros que lo ayuden a ejecutar
su crimen de principio a fin. O con la complicidad de las fuerzas
del orden. O ser alguien que por su carácter y su nivel social
"esté sobre toda sospecha".
Esta no puede ser sino la red del crimen organizado. La que vende
emociones perversas, la de las fotos o de las películas de
pornografía extrema, la del sexo snuff, actividades sólo
posibles en el contexto de grupos sociales enfermos, de elites degeneradas;
que no pueden desligarse del consumo y de la venta de enervantes.
¿Se está diversificando el cártel de esta frontera?
En todo caso, toda esta actividad de la delincuencia organizada sexo,
drogas, muerte y videos no puede subsistir si no es con la vista
gorda o la abierta complicidad de elementos policiacos. ¿No
acaban de procesar a un agente de la judicial de Chihuahua por tráfico
de drogas? ¿No se acaba de detener al director del Cereso de
ese mismo estado por su complicidad en la fuga de reos ligados al
narco?
Como la impunidad, la violación también se extiende
como red y se alimenta con aquélla. Se viola y se mata impunemente
porque los padres golpeadores no reciben ningún castigo. Porque
las muchachas obreras prefieren dejar el trabajo que denunciar al
supervisor o jefe acosador. Porque maestros y conserjes violadores
reciben como única pena el cambio de escuela. Porque la mujer
en esta frontera se ha vuelto un objeto tan desechable como las miles
de llantas arrojadas a los baldíos polvosos de esta ciudad.
La sociedad chihuahuense acaba de conquistar contra viento y marea
una legislación adecuada para combatir la violencia sexual
contra mujeres, niñas y niños. Es necesario que ahora
la apliquen con rigor las autoridades honestas y sensibles. Que, dejando
de lado celos políticos, funcionarios de los tres niveles se
pongan de acuerdo y aporten lo mejor de sus recursos para emprender
una lucha sistemática y eficaz contra la violación-red
y la impunidad-red en Juárez y que le rindan escrupulosas cuentas
a la sociedad. Y, sobre todo, que limpien sus corporaciones de elementos
corruptos y cómplices.
Pero eso no basta. Porque la industrialización maquilera y
la inmigración desbordada han colocado a Juárez en un
estado de emergencia social. Es necesario que se ponga en marcha ya
un programa extraordinario de desarrollo social, que ofrezca educación,
salud, vivienda, atención sicológica, o casas de cuidado
diario para los hijos de las madres trabajadoras, tratamiento de adicciones,
opciones sanas de diversión para los jóvenes. Y esos
recursos deben aportarlos los gobiernos, sobre todo el federal. Si
con endebles razones se rescata a banqueros, si se rescatan los ingenios;
con toda la fuerza de la razón las mujeres de esta ciudad generosa,
que ha ofrecido empleo y albergue a decenas de miles de migrantes
de toda la República, deben ser rescatadas del horror.