.. | México D.F. Lunes 1 de septiembre de 2003
TOROS
Desconcertante debut de Onésimo Cepeda como
apoderado; dio mala suerte a su pupilo
En la primera novillada, Herrerías impidió
la entrada de las cámaras de Canal Once
LUMBRERA CHICO
Para honrar la naturaleza democrática del gobierno
capitalino que le permitió reabrir la Monumental Plaza Muerta, el
"empresario" Rafael Herrerías impidió ayer que las cámaras
de Canal Once registraran la inauguración de la minitemporada de
novilladas en su feudo. La caprichosa medida, que viola flagrantemente
uno de los principios consagrados en la Constitución (el de la libertad
de prensa), fue aplicada como represalia por las insistentes críticas
que el periodista Luis Téllez ha hecho en el programa Toros y
toreros contra el cacique de Mixcoac. Ahora la Secretaría de
Gobernación está obligada a intervenir en el asunto.
Por
su parte, el obispo de Ecatepec, Onésimo Cepeda, debutó ayer
como apoderado del novillero tapatío Xavier Ocampo. Hasta donde
la memoria recuerda, esta fue la primera vez en que un príncipe
de la Iglesia participa en el callejón de la Plaza Muerta como asesor
de un diestro. Sin embargo, el tal monseñor sólo acarreó
mala suerte a su protegido, pues cuando éste brindó al prelado
la lidia de Campanero, un cárdeno oscuro, bragado y escaso
de pitones, pero con mucha raza, lo que no significa calidad, los dioses
encabezados por Eolo desataron un vendabal cargado de llovizna que hizo
imposible la faena. Cuando el bicho cayó muerto, los vientos recobraron
la calma quizá porque, como dijo un aficionado, "Dios quiso decirle
a su pastor que no le gusta que sus ministros sean tan payasos".
El encierro de Rancho Seco tuvo un peso promedio de 450
kilos, con tres ejemplares débiles y mansos y tres más con
aspereza y mal genio, aunque ninguno mostró emotividad. Aldo Orozco
logró lo mejor de la desangelada tarde ante Gamozo, negrito
listón y apretado de cuerna, al que le cuajó varias tandas
en redondo por la derecha consintiéndolo con la muleta a media altura.
El pupilo de José San Martín demostró una evolución
sostenida desde sus actuaciones de principios de año en La Florecita,
pero todavía tiene mucho que aprender. Si hubiera matado bien habría
cortado una oreja por su meritorio trasteo. En cambio mató estupendamente
al quinto de la tarde, en un volapié del que salió trompicado
llevándose un porrazo, y los 7 mil espectadores lo sacaron al tercio
para recompensarlo.
Quien va para atrás en todos sentidos es el morelense
Atanasio Velázquez, que derrochó frialdad ante sus dos enemigos,
los que por sus respectivas partes carecían de transmisión
y consiguieron aburrirnos tanto o más que Xavier Ocampo. Este, tal
vez debido a la presencia de su obispo protector, salió vestido
de rojo y oro como monaguillo, en tanto que Orozco lució un terno
que parecía túnica de nazareno en procesión. Y para
no desentonar con el carácter eclesiástico del festejo (y
del sexenio), algunos toretes fueron bautizados como Misionero,
Legionario y Carpintero (no se sabe si en alusión
a Jesucristo o al subalterno Juan Escamilla, que sigue desempeñando
ese oficio en España, donde tuvo que asilarse vetado como está
por Herrerías).
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