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México D.F. Jueves 21 de agosto de 2003

Miguel Marín Bosch*

La ONU en Irak

La destrucción de la sede de Naciones Unidas en Bagdad el pasado martes acabó con la vida de 20 personas que trabajaban para la ONU en la reconstrucción de Irak. El atentado quizá acabe también con la presencia de esa organización en ese país ocupado por la llamada coalición encabezada por Estados Unidos y el Reino Unido.

ƑPor qué está la ONU en Irak? Tras la etapa militar, invasión que muchos calificaron de rápida y eficaz, empezó la ocupación del país con miras a su reconstrucción política, económica y social. Esa etapa se inició muy mal debido a la incompetencia del general Jay Garner, el primer estadunidense encargado de la pacificación del país. Luego se ha hecho patente la inexperiencia de los soldados en este tipo de operativo. Y, por último, hay la resistencia de una parte de la población a la ocupación extranjera. Esa resistencia parece tener más apoyo y una infraestructura mucho mayor de lo esperado. Así lo demostró la magnitud del bombazo del martes.

La guerra contra Irak fue ilegal. El Consejo de Seguridad de la ONU se rehusó a autorizar dicha acción militar. Pero una vez iniciada, ningún miembro de la organización levantó su voz para protestar, y el que calla otorga. Estados Unidos y su coalición se salieron con la suya. Cuando menos así parecía a principios de mayo. Ahora la situación es otra.

Muy pronto tuvieron que buscar el auxilio de otros. Y recurrieron a la ONU, y ésta dio el brazo a torcer. Y el 22 de mayo el Consejo de Seguridad, en su resolución 1483, aceptó la presencia de la coalición en Irak y reconoció su "autoridad". Conforme a esa resolución, el secretario general nombró a Sergio Vieira de Mello como representante especial para ese país, encargado (por un periodo inicial de cuatro meses) de coordinar, bajo la mirada de la coalición, las actividades de la ONU y de sus (y otros) organismos especializados para la asistencia humanitaria y reconstrucción.

En el Consejo de Seguridad recae la responsabilidad principal de Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz y seguridad internacionales. En la última década el consejo ha ido multiplicando sus operaciones de paz y actividades conexas. Empero, no todas sus decisiones han contado con el apoyo decidido de los demás miembros de la organización. He ahí la clave del problema que tendrá que resolverse pronto si la organización ha de convertirse en un verdadero instrumento multilateral de paz, y así cumplir con los nobles objetivos que sus fundadores se fijaron en 1945. La solución a este problema tendrá que buscarse en un equilibrio entre el reconocimiento del papel de las grandes potencias, por un lado, y la necesidad de que actúen conforme a la voluntad de la mayoría de los miembros de la ONU, por el otro.

En la última década del siglo xx, Naciones Unidas dejó de ser un foro de debates casi olvidado para convertirse en otro cada vez más activo y relevante. Su imagen ha vuelto a ser la que tenía a finales de los años 40 y principios de los 50. Hoy se le considera, con razón o sin ella, como la poseedora de la respuesta a muchos de los problemas mundiales.

La opinión pública mundial no siempre es consciente de lo que razonablemente se le puede pedir a la organización. Con frecuencia es vista como una institución independiente de sus estados miembros. Y cuando las cosas salen mal, hay quienes, sin saberlo, critican a "la ONU", como si tuviera vida propia. El problema se complica todavía más al no contar con reglas claras para guiar sus múltiples operaciones para la consecución y el mantenimiento de la paz. El público y los medios de comunicación no siempre pueden distinguir entre una fuerza observadora de la ONU, enviada para prevenir el inicio de hostilidades entre dos bandos antagónicos, y una fuerza militar de la ONU parecida a un ejército nacional, con un mandato para restablecer la paz en alguna región.

A menudo se le pide al Consejo de Seguridad que emita un juicio acerca de determinada situación y luego éste aparece impotente para componerla. Además, las tropas que los estados miembros deciden poner bajo el mando de la ONU son vistas por algunos como parte de un ejército humanitario, mientras que otros las consideran como un indicio de un proyecto intervencionista o punitivo. No debería pedírsele a la organización que, en un determinado conflicto, lleve a cabo misiones humanitarias (parecidas a las que, con neutralidad muy estudiada, viene realizando desde hace más de un siglo el Comité Internacional de la Cruz Roja) y, al mismo tiempo, exigirle que tome partido en el mismo.

Debería resistirse a asumir misiones paralelas, con frecuencia contradictorias, en torno a un mismo problema. Aún más importante sería evitar convertirse en un "actor complementario" en la solución de crisis, encargado de recoger los trastes de otros, como en Somalia, Ruanda o Haití. Tampoco debería prestarse a jugar un papel de "frente" para cubrir la intervención de otros como en los casos de Bosnia-Herzegovina y Kosovo, en los que la OTAN dirigió la misión de Naciones Unidas. En Afganistán la historia ha sido otra. En Irak el papel de la ONU se ha visto reducido al que le asignó Estados Unidos como la potencia ocupante.

A la memoria de Sergio Vieira de Mello.
Creyó en la ONU y luchó para mejorarla

* Ex subsecretario de Relaciones Exteriores e investigador de la Universidad Iberoamericana

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