La Jornada Semanal,   domingo 17 de agosto del 2003        núm. 441
Roberto Garza Iturbide

La sinceridad de Carlos Carrera

Carlos Carrera, como cineasta, ha filmado lo que le viene en gana. Va un ejemplo: en un concurrido andén del metro, un bizarro personaje impide a una joven de enormes ojos tirarse a las vías cuando pasa el tren. La frustrada suicida arremete con violencia en contra de su salvador. La policía llega y detiene al tímido hombrecillo, aparentemente acusado por la joven de acoso sexual. Al paso del próximo tren, ella consuma su mortal objetivo (El héroe, cortometraje de animación, 1994).

Cuando un realizador hace lo que quiere y los resultados de su trabajo son, como en el caso de El héroe, una Palma de Oro en el Festival de Cannes, o bien 150 millones de pesos de recaudación en taquilla y la nominación al Oscar a la mejor película extranjera por El crimen del padre Amaro (2002), entonces..., ¿podemos afirmar que tenemos un cineasta consolidado?

Si bien la nominación al Oscar de la polémica El crimen del padre Amaro es a todas luces cuestionable, me parece necesario destacar que la Palma de Oro es un premio del mayor prestigio que, en la historia del cine mexicano, sólo dos cintas han merecido: María Candelaria (Emilio Fernández, 1946) por mejor fotografía (Gabriel Figueroa), y El héroe por mejor cortometraje. Además de la Palma de Oro, Carrera ganó con este corto el Coral de Oro en el Festival Internacional de Nuevo Cine de La Habana, el "Pitirre" a la mejor animación del Cinemafest de San Juan, Puerto Rico, y el Ariel al mejor cortometraje en México.

De entrada, podemos ubicar a Carlos Carrera en un reducido grupo de cineastas mexicanos –los cuento con una mano y me sobran dedos– que son conocidos en el circuito de los festivales internacionales de primera línea, y cuyas cintas ocupan, aunque sea de vez en cuando, un lugar en las carteleras de las salas de exhibición más exigentes del mundo.

Pero Carrera, a diferencia de otros directores de casa que acaparan los apoyos económicos del imcine y que sólo reciben aplausos en el extranjero, o que de plano hacen sus películas en inglés y más allá de nuestras fronteras, ha sabido ganarse al público nacional y, no obstante lo verde de su filmografía (cinco largos de ficción y diez cortos), también tiene ya un lugar en nuestra historia fílmica, cuyo peso e importancia dependerá de la calidad de las cintas por venir. Por lo pronto, El héroe es ya un clásico de la raquítica historia de la animación mexicana.

Autodidacta de la animación, Carrera realizó sus primeros cortos en la Universidad Iberoamericana y en el Centro de Capacitación Cinematográfica, donde logró desarrollar un estilo muy personal en el género que, a decir del investigador Juan Manuel Aurrecoechea, no tiene antecedentes en la historia de la animación mexicana. "Si se quiere encontrar alguna influencia en su obra quizá hay que buscarla en las escuelas checa, polaca o soviética, pero no en México."

Dotado de una imaginación desbordada, de mano ágil para los trazos y dominio del lenguaje cinematográfico, Carlos es un animador nato que ha preferido enfocar su talento al largometraje de ficción, género que, en ocasiones, parece complicársele. Si bien La mujer de Benjamín (1991) y Sin remitente (1995) son películas de una extraordinaria factura, ha caído en un par de baches con La vida conyugal (1993) y Un embrujo (1998). Abandonar un proyecto de animación como Malapata, que concluyó Ulises Guzmán, no fue la mejor decisión antes de dedicarse a filmar Un embrujo.

Tengo la impresión de que Carrera ha llegado a ese punto en que el artista se enfrenta a una disyuntiva: o bien se consolida como un realizador de primer nivel, o mete freno y se estanca en la mediocridad. De Carlos Carrera, por más personales y libres que sean sus proyectos, no podemos esperar cintas que simplemente cumplan con los requisitos básicos de calidad: un guión sólido, presupuesto (lo necesario), oficio en la dirección, un buen reparto y el apoyo técnico en fotografía y edición. Porque conocemos su enorme capacidad, además de lo anterior, de él esperamos películas extraordinarias, cuyas historias sean capaces de sorprendernos y transformarnos.

Según declaró hace unas semanas, actualmente está estudiando algunas propuestas para filmar en Hollywood, mismas que surgieron tras la nominación al Oscar de El crimen del padre Amaro. Estoy casi seguro, porque es un hombre congruente, que no aceptaría la dirección de una cinta en Hollywood si no se trata de un proyecto que en verdad le mueva. No me lo imagino dirigiendo el tipo de películas que hacen Luis Mandoki y Alfonso Cuarón en Estados Unidos. No, Carrera es diferente.

Mientras tanto, me entusiasma saber que está por terminar un cortometraje de animación producido por la Universidad Iberoamericana, y que se prepara para el rodaje en México de los largometrajes La infancia y La mujer que ha caído del cielo. Si con alguna de estas cintas, o la que venga, Carrera logra dar el paso que lo consolide como un director maduro, nuestra cinematografía contará con un nuevo referente de calidad, libertad y huevos para hacer carrera como cineasta en México.

Al margen de su indiscutible talento, y si el lector me permite dar un giro al tema, confieso que admiro la sinceridad de Carlos Carrera. En una entrevista reciente, respondió así cuando José A. Fernández le preguntó si vivía del cine: "Yo vivo de hacer comerciales. No se puede vivir del cine mexicano." Y más adelante, al comentar sobre la situación del cine nacional, remata: "La crisis del cine mexicano se ha generado por la distribución del dinero en taquilla y por la censura y la autocensura. El gobierno de Fox ha reducido el presupuesto para la cultura, lo cual es una forma de hacer censura."

Cuando un director con la trayectoria de Carlos Carrera afirma que en México no se puede vivir del cine y que la censura no es cosa del pasado, las ocurrencias del secretario de Gobernación me rebotan en las vísceras. Que Santiago Creel diga ante "la comunidad cinematográfica" que el cine nacional pasa por un buen momento resulta, por decir lo menos, hilarante; pero que asegure que el gobierno ha recibido alrededor de ochenta y cinco millones por la recaudación del peso en taquilla es un verdadero disparate. Los exhibidores ganaron los amparos y a la fecha no ha ingresado un centavo por ese concepto al fidecine o al foprocine. Lo único cierto, porque así lo han demostrado con el ridículo presupuesto asignado al conaculta, es que el desarrollo de las industrias culturales aparece al final y en letras casi ilegibles de la última página de la Biblia de prioridades del gobierno de Vicente Fox. Y como acertadamente apunta Carrera, reducir el presupuesto a la cultura es una forma de hacer censura.

Curiosamente, algo que no deja de llamar la atención es que Carlos Carrera, desde su ópera prima, La mujer de Benjamín (1991), ha recibido apoyos económicos (escuetos, pero apoyos al fin) del imcine, como los 3.5 millones de pesos que le otorgaron para El crimen del padre Amaro, cifra que representa una quinta parte del costo total de la película. Ojalá lo sigan apoyando, porque él sí se lo merece.