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México D.F. Domingo 17 de agosto de 2003
ES SABIO APRENDER DE LA EXPERIENCIA AJENA
La
privatización de los servicios públicos, en todas las latitudes
y en todos los países, metropolitanos o dependientes, desde la Rusia
de los magnates hasta el Reino Unido de Anthony Blair, con su "tercera
vía", Estados Unidos o los sufridos países sudamericanos,
tienen en común la preocupación de las empresas por aumentar
sus ganancias a costa de la calidad de los servicios que prestan y del
bolsillo de los usuario de los mismos. El resultado es, a mediano plazo,
el caos en esas verdaderas arterias de la economía y, por supuesto,
un pesado lastre que retrasa la recuperación de los salarios, ya
golpeados por la recesión. En muchos casos -el agua, los ferrocarriles
ingleses- el fracaso de las privatizaciones obligó a restatizar
las empresas entregadas a capitalistas privados (por supuesto, con grandes
pérdidas debido además a la necesidad de reparar todos los
daños causados por la falta de mantenimiento y modernizarlas). En
particular, en Chile, Argentina, Perú y Brasil, se comprobó
cómo las compañías eléctricas privadas elevaban
las tarifas, despedían personal para reducir sus costos laborales
y aumentar sus ganancias, pero no realizaban inversiones técnicas
que mejorasen la capacidad y el servicio de su red, de modo que los apagones
se extendían cada vez más, al mismo tiempo que las facturas
aumentaban. El ejemplo de Nueva York es concluyente: la Consolidated Edison
aumentó en dos años sus tarifas en 38 por ciento y logró
el mayor apagón de la historia. Agreguemos a esto el control estratégico
de servicios esenciales para el funcionamiento económico nacional
por parte de inversionistas extranjeros para nada interesados en el desarrollo
nacional, pero sí en triplicar en poco tiempo su inversión
inicial. Hace menos de un mes, por ejemplo, se produjo en Buenos Aires
un gran apagón que obligó al presidente Néstor Kirchner
a preguntar públicamente a las compañías eléctricas
extranjeras si acaso no estaban tratando de forzar, mediante un verdadero
chantaje, un nuevo aumento de las tarifas.
Por consiguiente, no se puede prescindir de la experiencia
que deja el reciente apagón en Estados Unidos y Canadá, así
como de la gran crisis eléctrica en California provocada por la
Enron (empresa corrupta y corruptora que sugirió ideas básicas
para el plan energético mexicano además de financiar la campaña
electoral del presidente George W. Bush y que éste trató
de promover en Argentina en épocas del presidente Raúl Alfonsín,
según denuncia del entonces ministro Terragno). En los estados del
país del Norte donde no había pasado la desregulación
de los servicios eléctricos no hubo ningún problema porque
los servicios estatales han mantenido un margen de seguridad que los privados,
en cambio, han reducido al máximo para tener menores costos fiscales
y laborales. El apagón no fue entonces causa de un problema meramente
técnico. Deriva, por un lado, de la política de despilfarro
energético y del consumo innecesario derivado de la producción
y promoción de aparatos y servicios eléctricos en cantidad
cada vez mayor (para remplazar trabajadores por computadoras, reducir los
costos industriales y responder al caos creado por el alejamiento, por
razones de especulación inmobiliaria, de millones de personas del
lugar donde trabajan y al cual deben transportarse sobre todo mediante
trenes subterráneos). Y, por otro lado, tiene un nombre: la privatización
de servicios estratégicos. Por eso es posible decir que, si el apagón
en Estados Unidos y Canadá no se debió a un atentado terrorista,
la privatización hace planear doblemente el terror sobre los usuarios,
porque demuestra que un atentado podría paralizar el corazón
de un gran país si le corta la arteria eléctrica, y porque
también somete a decenas de millones de personas, de todas las edades,
al terror de quedar horas en los elevadores o en el Metro, deshidratándose,
o de quedar expuestas por días, inclusive en invierno, durmiendo
en las calles, como en una ciudad bombardeada. Sería bueno recordar
estas experiencias y aprender de ellas en vez de fingir ignorarlas y seguir
promoviendo en el exterior e inclusive en el Congreso nacional la privatización
de la energía eléctrica mexicana como si fuera una panacea
y no una promesa de desastres.
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