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México D.F. Domingo 17 de agosto de 2003
Antonio Gershenson
Apagones, cierre de plantas y mercado eléctrico
El gran apagón, calificado por la prensa local
del mayor en la historia en esa zona, que afectó a ocho entidades
estadunidenses y a las partes vecinas de Canadá, apenas empieza
a hacer sentir sus efectos. Con todo, ya se habla que se detectó
la necesidad de inversiones en la red para evitar sobrecargas, pero que
no pudieron conseguir el financiamiento. En California, las consecuencias
de la crisis energética ya llegaron a la supresión de la
legislación "desreguladora" que confiaba al mercado la regulación
de los complejos sistemas de abasto de energía.
En México ocurren casi al mismo tiempo otros hechos,
a primera vista, inconexos con los mencionados. Se cierra la empresa Fertilizantes
Mexicanos. Se cancela la línea de producción de aleación
primaria de la empresa Aluminio y Derivados de Veracruz, Aluver; 600 trabajadores
despedidos, según información del gobierno del estado, en
total. Ambos casos tienen origen común: los altos precios de la
energía eléctrica.
En efecto, si analizamos los factores de ajuste que aplica
cada mes la Comisión Federal de Electricidad (CFE) a las tarifas
de alta tensión (que son las que aplican en los casos mencionados),
veremos que el factor promedio para el periodo enero-julio de 2003, implica
un aumento de tarifas, frente ese lapso del año anterior, de 36.3
por ciento. Para empresas, y para procesos industriales, con un uso intensivo
de la electricidad, ese cambio puede ser catastrófico, como fue
en los ejemplos citados.
Elemento central en este incremento de tarifas fue el
aumento del precio del gas natural. Como hemos visto, los precios de ese
energético en México se basan en los del sur de Texas. La
misma mentalidad de querer inventar un mercado y depositar en él
la regulación. Los precios en el Canal de Houston, índice
para grandes cargamentos, no han bajado de cuatro dólares y medio
por millón de BTU (british thermal unit), en todo el año,
agosto incluido. El promedio de los primeros ocho meses es de 5.59 dólares.
El precio promedio para 2003, en el escenario base del
concurso de Mérida III, la primera planta eléctrica que se
concursó conforme al sistema más usado ahora, propiedad privada
de las plantas y un contrato de compra por la CFE para 25 años,
era de 1.77 dólares por millón de BTU, en números
redondos. El precio real hasta agosto es más del triple que el de
ese supuesto, base del mito del "gas barato" que se usó para justificar
la dependencia casi absoluta de ese energético, y que ahora debemos
importar en forma no sólo creciente sino disparada, para la generación
de electricidad.
En México, en Nueva York y ciudades cercanas y
en California, hay un problema común: el abandono de la planeación
de largo plazo. Esta es necesaria en las industrias con largos periodos
de recuperación de la inversión, especialmente si de ellas
depende el desarrollo de la economía en su conjunto. En estas industrias,
que en México son calificadas como estratégicas inclusive
en la Constitución, no se puede, sin tener efectos serios en la
economía del país, operar con quiebras, con periodos de muy
baja inversión, con ciclos económicos, que en otras ramas
tienen efectos no deseados, pero con repercusiones mínimas para
la economía en su conjunto.
Cuando la British Energy, operadora de las plantas nucleares
británicas y que proporciona una cuarta parte de la energía
eléctrica total, se vio frente a la quiebra, Londres emprendió
su rescate aunque con algunos condicionamientos. Se objetaba mucho, aun
dentro del gabinete, el uso de fondos públicos para rescatar una
empresa privada. El Financial Times de Londres publicó un
artículo acerca de que no se podía privatizar una firma cuyo
servicio es imprescindible y cuyo cierre es inadmisible.
En México, cuando se decidió emprender el
camino de la instalación de plantas eléctricas de propiedad
privada, lo primero que se pensó fue en garantizar su rentabilidad,
para hacerlas atractivas a la inversión privada. Para ello se decidió
librar de todos los riesgos a las empresas que emprendieran ese camino.
Un contrato de 25 años de compra de energía por la CFE. Y
les quitan los riesgos, a estas empresas, de los costos de la energía
primaria, en este caso sobre todo el gas natural.
Ese riesgo es muy grande. En 1992, año de la reforma
legal salinista que abrió el camino a este tipo de operaciones,
el gas natural en Houston subió a más del doble en seis meses.
En 1996-97, luego de muchos altibajos, hubo también un aumento a
más del doble, pero ahora en tres meses. La cuestión era
y es: si se libra de semejante riesgo a las empresas que instalen plantas
eléctricas para vender la energía a la CFE, ¿a quién
se le traslada el riesgo, dado que seguimos aferrados a los precios del
sur de Texas?
Parte del riesgo, que corresponde a las tarifas que no
tienen el ajuste automático, la absorbe la CFE. Eso, claro, afecta
su economía, lo cual se ha querido compensar con aumentos a las
tarifas domésticas y, en algunos momentos, a los servicios municipales.
La otra parte del riesgo se traslada a los consumidores, lo cual, en momentos
como el actual, genera hasta el cierre de fuentes de trabajo, al tiempo
que se recomienda el autoempleo, tal vez en alguna esquina en que no haya
ya demasiados limpiaparabrisas o tragafuegos.
No se vale "inventar" un mercado eléctrico al que
se fijan reglas monopólicas, como el traslado de los riesgos del
generador de electricidad a los consumidores. No se vale fabricar el crecimiento
de una rama de actividad a costa de hundir las otras. La industria eléctrica
requiere, en California y en el noreste estadunidense, aquí y en
China, de la planeación de largo plazo. Sólo que en China
sí la aplican, aumentan la inversión pública cuando
decae la privada, orientan las inversiones conforme a una perspectiva de
cuando menos 20 años y, claro, ahí sí hay crecimiento
hasta mayor a 7 por ciento en la economía real, y no sólo
en las fantasías de los periodos electorales.
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