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México D.F. Sábado 16 de agosto de 2003
Edward W. Said
Prefacio a Orientalismo
Hace nueve años escribí un epílogo
para Orientalismo, que -intentando clarificar lo que consideraba
haber dicho y no dicho- enfatizaba no sólo las muchas discusiones
abiertas desde que mi libro apareció en 1978, sino el curso de las
crecientes malinterpretaciones de un trabajo en torno a las representaciones
de "el Oriente".
Que hoy me sienta más irónico que irritado
acerca de este hecho es un signo de la tanta edad que se ha colado a mi
interior. Las muertes recientes de mis dos mentores principales, intelectual,
política y personalmente -Eqbal Ahmad e Ibrahim Abu-Lughod-, me
han traído tristeza y pérdida, pero también resignación
y una cierta entereza para seguir adelante.
En Out of Place (Fuera de lugar), 1999,
describía los extraños y contradictorios mundos en los que
crecí, proporcionándome a mí y a mis lectores un recuento
detallado de los ambientes que, pienso, me formaron en Palestina, Egipto
y Líbano. Pero era un relato muy personal de todos esos años
de mi involucramiento político -que comenzó después
de la guerra árabe-israelí de 1967-, y se quedó corto.
Orientalismo es un libro atado a la dinámica
tumultuosa de la historia contemporánea. Abre con una descripción,
que data de 1975, de la guerra civil en Líbano, que terminó
en 1990. Llegamos al fracaso en el proceso de paz de Oslo, al estallido
de la segunda intifada, y el terrible sufrimiento de los palestinos
de las reinvadidas franjas de Cisjordania y Gaza. La violencia y el ho-rrible
derramamiento de sangre continúan en este preciso instante. El fenómeno
de los bombazos suicidas ha aparecido con todo el odioso daño que
ocasionan, no más apocalíptico y siniestro que los sucesos
del 11 de septiembre de 2001 con su secuela en las guerras contra Afganistán
e Irak. Mientras escribo estas líneas continúa la ocupación
imperial ilegal de Irak a manos de Gran Bretaña y Estados Unidos.
Su estela es en verdad horrible de contemplar. Se dice que todo esto es
parte de un supuesto choque de civilizaciones, interminable, implacable,
irremediable. Yo, sin embargo, pienso que no es así.
Me
gustaría poder decir que el entendimiento general de Medio Oriente,
los árabes y el Islam en Estados Unidos ha mejorado en alguna medida,
pero caray, en realidad no. Por todo tipo de razones, la situación
en Europa parece ser considerablemente mejor. En Estados Unidos el endurecimiento
de actitudes, el tensar el yugo de un cliché de generalizaciones
menospreciativas y triunfalistas, la dominación de un poder crudo,
aliado con el desprecio simplista hacia quienes disienten y contra "otros",
tiene su correlato exacto en el sa-queo y la destrucción de las
bibliotecas y museos de Irak.
Lo que nuestros dirigentes y sus lacayos intelectuales
son incapaces de comprender es que la historia no puede borrarse como un
pizarrón, dejándolo limpio para que "nosotros" podamos ahí
inscribir nuestro propio futuro e imponer nuestras formas de vida para
que estos pueblos "inferiores" las sigan. Es bastante común escuchar
que los altos funcionarios en Washington y en otras partes hablen de cambiar
el mapa del Medio Oriente, como si las sociedades antiguas y una miriada
de pueblos pudieran sacudirse como almendras en un frasco. Pero esto ha
ocurrido con frecuencia en "Oriente", ese constructor semimítico
que se inventa y reinventa en incontables ocasiones desde la invasión
de Napoleón a Egipto a finales del siglo XVIII. Y en el proceso,
los sedimentos no relatados de la historia, que incluyen innumerables historias
y una variedad sorprendente de pueblos, lenguajes, experiencias y culturas,
son barridos e ignorados, relegados al banco de arena junto con los tesoros
de-rruidos a fragmentos indescifrables que le fueron arrebatados a Bagdad.
Mi argumento es que la historia la hacen mujeres y hombres,
y es factible deshacerla y rescribirla de tal manera que "nuestro" Oriente
se vuelva "nuestro" para poseerlo y dirigirlo. Tengo en muy alta estima
las potencialidades y regalos de los pueblos de la región que luchan
por su visión de lo que son y lo que quieren ser. Ha sido tan abrumador
y calculadamente agresivo el ataque contra las sociedades contemporáneas
árabes y musulmanas, acusándolas de ser retrógradas,
carecer de democracia y abrogar los derechos de las mujeres, que se nos
olvida que las nociones de modernidad, iluminismo y democracia no son conceptos
acordados por todos ni son en modo alguno tan simples que puedan encontrarse
o perderse como huevos de Pascua en una sala de estar. La suficiencia desalentadora
de los publicistas estúpidos (que hablan en nombre de la política
exterior pero sin conocimiento alguno del lenguaje con que habla la gente
real), fabrica un árido paisaje, propicio para que el poderío
estadunidense construya un modelo artificial de "democracia" de libre mercado,
con el cual no se necesita hablar árabe, persa o francés
para pontificar sobre el efecto dominó que supuestamente necesita
el mundo árabe.
Pero existe una diferencia entre conocer otros pueblos
y otros tiempos (que resulta del entendimiento, la compasión, el
estudio y el análisis cuidadoso en sí mismos), y el conocimiento
que es pieza de una campaña global de autoafirmación. Hay,
después de todo, una profunda diferencia entre el deseo de entender
con el propósito de coexistir y ensanchar horizontes y el deseo
de dominar con el fin de controlar. Es sin duda una de las mayores catástrofes
de la historia que una guerra imperialista confeccionada por un grupito
de funcionarios estadunidenses que no fueron elegidos se lance contra una
devastada dictadura tercermundista, apelando a aspectos claramente ideológicos,
para intentar la dominación del mundo, el control de la seguridad
y los escasos recursos, y que disfrace su intención real, adosada
y pensada por orientalistas que traicionaron su deber co-mo académicos.
Las principales influencias del Pentágono y el
Consejo de Seguridad Nacional de George W. Bush fueron hombres como Bernard
Lewis y Fouad Ajami, expertos en el mundo árabe e islámico
que ayudaron a los halcones estadunidenses a idear fenómenos
ridículos como el de la mente árabe o la decadencia de siglos
del mundo islámico que sólo el poderío estadunidense
puede revertir. Hoy las librerías en Estados Unidos están
llenas de peroratas mal confeccionadas con títulos gritones como
el horror y el terror islamita, el Islam al desnudo, la amenaza árabe,
el riesgo musulmán, todos escritos por polemistas políticos
que hacen gala de un conocimiento que les fue impartido a ellos y a otros
por expertos que supuestamente han penetrado en el corazón de estos
extraños pueblos orientales. Los acompañantes de esta prédica
guerrerista son CNN y Fox, más la miriada de locutores y anfitriones
de programas de radio, evangélicos y de extrema derecha, innumerables
tabloides e inclusive revistas clasemedieras, todos ellos lanzados a reciclar
las mismas ficciones no verificables y las vastas generalizaciones que
acicatean a America contra el demonio extranjero.
Sin un esquema bien organizado de que los pueblos de allá
no son como "nosotros" y no aprecian "nuestros" valores -el corazón
mismo del dogma orientalista- no habría habido guerra. Así
que del mismo directorio de académicos profesionales pagados por
los conquistadores holandeses en Malasia e Indonesia, por los ejércitos
británicos en India, Mesopotamia, Egipto y Africa occidental, por
los ejércitos franceses en Indochina y Africa del norte surgieron
los asesores estadunidenses del Pentágono y la Casa Blanca, y utilizan
los mismos clichés, los mismos estereotipos menospreciadores, las
mismas justificaciones para ejercer poder y violencia (al fin y al cabo,
dice el coro, el poder es el único lenguaje que entienden). Toda
esta gente se unió para el caso de Irak con un ejército entero
de contratistas privados y em-prendedores voraces a quienes se confiará
todo, desde escribir libros de texto hasta la Constitución que remodele
la vida política de Irak y su industria petrolera.
Todo imperio, en su discurso oficial, ha dicho que no
es como los otros, que sus circunstancias son especiales, que tiene la
misión de iluminar, civilizar, traer orden y democracia, y que utilizará
la fuerza únicamente como último recurso. Lo más triste
es que siempre hay un coro de intelectuales deseosos de decir palabras
tranquilizadoras acerca de los imperios benignos o altruistas.
Veinticinco años después de la publicación
de mi libro Orientalismo, se alza una vez más la cuestión
de si el imperialismo moderno ha terminado o si continuó en Oriente
desde que Napoleón invadió Egipto dos siglos antes. Se le
ha dicho a los árabes y a los musulmanes que la victimología
y vivir de los despojos del imperio es sólo una manera de evadir
la responsabilidad del presente. Han fallado, se fueron por el camino equivocado,
dice el orientalista moderno. Por supuesto, está también
la contribución de Naipaul a la literatura: las víctimas
del imperio gimotean mientras su país se va a la mierda. Pero qué
superficial cálculo de una intrusión imperial es ésta
que poco anhela encarar la larga sucesión de años a través
de los cuales el imperio continúe su intromisión en las vi-das
de palestinos, congoleños, argelinos o iraquíes. Piensen
en la línea que comienza con Napoleón, continúa con
el surgimiento de los estudios orientales y la toma de Africa del norte,
para luego proseguir en empresas semejantes en Vietnam, Egipto y Palestina
y que durante todo el siglo XX ha pugnado por el petróleo y el control
estratégico del golfo Pérsico, en Irak, Siria, Palestina
y Afganistán. Luego piensen en el surgimiento del nacionalismo anticolonial,
el corto periodo de una independencia liberal, la era de golpes militares,
la insurgencia, la guerra civil, el fanatismo religioso, la lucha irracional
y la brutalidad irresponsable hacia los más recientes grupos de
"nativos". Cada una de estas fases y eras produce su propio conocimiento
distorsionado de la otra, sus propias imágenes reduccionistas, sus
propias polémicas peleoneras.
En Orientalismo mi idea es utilizar la crítica
humanista para abrir campos de lucha e introducir una secuencia más
larga de pensamiento y análisis que remplace las breves incandescencias
de esa furia polémica, contraria al pensamiento, que nos aprisiona.
A lo que intento realizar le llamo "humanismo", palabra que continúo
usando tercamente, pese al menosprecio burlón que expresan por el
término los sofisticados críticos posmodernos. Por humanismo
quiero significar, primero que nada, el intento por disolver los grilletes
inventados por Blake; sólo así seremos capaces de usar nuestro
pensamiento histórica y racionalmente para los propósitos
de un entendimiento reflexivo. Es más, el humanismo lo sostiene
un sentido de comunidad con otros intérpretes y otras sociedades
y pe-riodos; por tanto, estrictamente hablando, no puede existir un humanismo
aislado.
Esto quiere decir que todo ámbito está vinculado
con todos los demás; no existe nada en nuestro mundo que haya estado
aislado y puro de influencias exteriores. Requerimos hablar de aspectos
tales como la injusticia y el sufrimiento en el contexto amplio de la historia,
la cultura y la realidad socioeconómica. Nuestro papel es am-pliar
el campo de la discusión. Buena parte de mis pasados 35 años
he defendido los derechos que tiene el pueblo palestino a la autodeterminación
nacional, pero siempre he intentado prestar toda la atención posible
a la realidad del pueblo judío y la for-ma en que sufrió
persecuciones y genocidio. El punto central es que la lucha por la equidad
entre Palestina e Israel debe dirigirse hacia un objetivo humanista, es
decir, hacia la coexistencia, y no a una ulterior supresión y negación.
No es accidental que indique que el orientalismo y el
antisemitismo moderno tienen raíces comunes. Por tanto es necesidad
vital que los intelectuales independientes provean modelos alternativos
a aquellos que simplifican y confinan por basarse en una mutua hostilidad
que prevalece en Medio Oriente y en otras partes, desde hace tanto tiempo.
Como humanista cuyo campo es la literatura, tengo la edad
suficiente como para haber sido educado, hace 40 años, en el campo
de la literatura comparada, cuyas ideas conductoras se remontan a la Alemania
de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Antes debo mencionar la
contribución creativa, suprema, de Giambattista Vico, filósofo
y filólogo napolitano cuyas ideas anticiparon a pensadores alemanes
como Herder y Wolf, y después a Goethe, Humboldt, Dilthey, Nietzsche,
Gadamer, y finalmente a los grandes filólogos del siglo XX, como
Erich Auerbach, Leo Spitzer y Ernst Robert Curtius.
A los jóvenes de la generación actual la
mera idea de la filología les sugiere algo demasiado mohoso, de
anticuario, pero de hecho es la más básica y creativa de
las artes interpretativas. Su ejemplo más ad-mirable puede hallarse
en el interés de Goethe por el Islam en general y por Hafiz en particular,
pasión que lo consumía y lo condujo a la composición
del West-Östlicher Diwan, y que influyó en las ideas
posteriores de Goethe respecto de la Weltliteratur, el estudio de
todas las literaturas del mundo como si fueran un todo sinfónico
que pudiera aprehenderse teóricamente preservando la individualidad
de cada trabajo sin perder la visión del todo.
Hay una ironía considerable al percatarnos de que
si bien el mundo globalizado de hoy se agrupa en algunos de los modos de
los que he estado hablando, podemos estarnos aproximando a un cierto tipo
de estandarización y homogeneidad que la formulación específica
de las ideas de Goethe buscaba prevenir. En un ensayo publicado en 1951,
con el título de Philologie der Weltliteratur, Erich Auerbach
enfatizó exactamente ese punto, justo cuando se iniciaba el periodo
de posguerra, que fue también el principio de la guerra fría.
Su gran libro, Mimesis, publicado en Berna en 1946, pero que fuera
escrito cuando Auerbach era exiliado de guerra que impartía cursos
de lenguas romances en Estambul, intentaba ser un testamento de la diversidad
y la concreción de la realidad según la representaba la literatura
occidental de Ho-mero a Virginia Wolf. Pero al leer el ensayo de 1951 uno
siente que para Auerbach su gran libro era una elegía del periodo
donde la gente podía interpretar textos filológicamente -concreta,
sensible e intuitivamente-, usando la erudición y un excelente manejo
de varias lenguas, en apoyo del entendimiento que Goethe pregonaba en su
aproximación a la literatura islámica.
El conocimiento positivo de las lenguas y la historia
fue necesario, pero nunca fue suficiente, como tampoco la recolección
mecánica de datos podía en modo alguno constituir un método
adecuado para comprender lo que era un autor como Dante, por ejemplo. El
requisito fundamental para el tipo de entendimiento filológico del
que hablaban Auerbach y sus predecesores, el que intentaron poner en práctica,
era uno que con simpatía y subjetividad penetrara en la vida de
un texto escrito, desde la perspectiva de su tiempo y su autor (einfühlung).
En vez de pregonar la alienación y la hostilidad hacia otros tiempos
y diferentes culturas, la filología según la aplicaba la
Weltliteratur
implicaba un profundo espíritu humanista desplegado con generosidad
y, si se me permite el uso del término, con hospitalidad. Así,
la mente del intérprete creaba activamente un lugar pa-ra el otro,
extranjero. Este crear un lugar para el trabajo de los que podrían
ser ajenos y distantes es la faceta más importante de la misión
del intérprete.
Todo esto, obviamente, fue minado y destruido en Alemania
por el nacional-socialismo. Después de la guerra, Auerbach anota
con tristeza la estandarización de las ideas, y la creciente especialización
del conocimiento que estrechó gradualmente las oportunidades para
el tipo de trabajo filológico de indagación perenne e investigación
que él había representado, y, caray, es todavía más
depresivo saber que, desde la muerte de Auerbach, en 1957, la idea y la
práctica de la investigación humanista se ha encogido en
espectro y en centralidad. En vez de leer en el sentido real del término,
nuestros estudiantes se distraen hoy con el conocimiento fragmentado disponible
en la red electrónica y los medios masivos de comunicación.
Lo que es peor es que la educación está
amenazada por las ortodoxias religiosas y nacionalistas que los medios
masivos diseminan, pues se enfocan -ahistóricamente y de modo sensacionalista-
en las distantes guerras electrónicas dando a los que miran un sentido
de precisión quirúrgica, cuando de hecho oscurecen el terrible
sufrimiento y la destrucción producida por el armamento moderno
de la guerra. Al demonizar a un enemigo desconocido a quien etiquetan
de "terrorista", se cumple el propósito general de mantener a la
gente agitada y furiosa haciendo que las imágenes de los medios
exijan mucha atención que puede ser explotada en tiempos de crisis
e inseguridad, como el periodo posterior al 11 de septiembre de 2001.
Hablando como árabe y estadunidense, debo pedirle
a mis lectores que no subestimen este tipo de visión simplificada
del mundo que un puñado de elites civiles del Pentágono han
formulado como política estadunidense para la totalidad de los mundos
árabes e islámicos. Una visión en la cual el terror,
la guerra preventiva y el cambio de régimen unilateral -con el respaldo
del presupuesto militar más inflado de la historia- son las ideas
principales que se debaten sin cesar, empobrecidas por medios que se asignan
a sí mismos el papel de producir esos llamados "expertos" que validan
la línea general del gobierno. La reflexión, el debate, el
argumento racional y los principios morales basados en la noción
secular de que los seres humanos deben crear su propia historia, fueron
remplazados por ideas abstractas que celebran el excepcionalismo estadunidense
u occidental, denigran la relevancia del contexto y miran con desprecio
las otras culturas .
Tal vez dirán que hago demasiadas transiciones
abruptas entre interpretaciones humanistas, por un lado, y política
exterior, por el otro. Que una sociedad tecnológica moderna, poseedora
de un poder sin precedente -además de redes electrónicas
y jets de combate F-16- debe, a fin de cuentas, ser conducida
por expertos en política-técnica tan formidables como Donald
Rumsfeld y Richard Perle. Lo que en realidad se ha perdido es un sentido
de la densidad y la interdependencia de la vida humana, que no pueden ser
reducidas a una fórmula ni barridas como irrelevantes.
Esta es una de las facetas del debate global. En los países
árabes y musulmanes la situación no es mejor. Como argumenta
Roula Khalaf, la región se ha deslizado ha-cia un antiamericanismo
fácil que muestra muy poco entendimiento de lo que en realidad es
Estados Unidos como sociedad. Dado que los gobiernos se han vuelto relativamente
incapaces de afectar las políticas estadunidenses hacia ellos, vuelcan
sus energías en reprimir y sojuzgar a sus propias poblaciones, lo
que acarrea resentimiento, rabia e imprecaciones inútiles que no
abren la posibilidad de que en las sociedades haya ideas seculares en torno
a la historia y el desarrollo humanos. En cambio, son sociedades sitiadas
por la frustración y el fracaso, y por un islamismo construido por
un aprendizaje dogmático y por la obliteración de otras formas
de conocimiento secular, consideradas competitivas. La desaparición
gradual de la extraordinaria tradición ijtihad islámica,
o interpretación personal, es uno de los mayores de-sastres culturales
de nuestro tiempo, pues ocasiona la pérdida del pensamiento crítico
y de los modos individuales de lidiar con el mundo moderno.
Esto no significa que el mundo cultural haya simplemente
regresado hacia un neoorientalismo beligerante o al rechazo ta-jante de
lo exterior. Con todas las limitaciones que se quiera, la Cumbre Mundial
de Johannesburgo, de Naciones Unidas, celebrada el año pasado, reveló
de hecho una vasta área de preocupaciones globales comunes que sugiere
la emergencia, muy saludable, de un sector nuevo y colectivo que confiere
una nueva urgencia a la frecuentemente fácil noción de "un
solo mundo". En todo esto debemos admitir que nadie puede conocer la extraordinariamente
compleja unidad de nuestro orbe globalizado, pese a ser realidad que el
mundo tiene tal interdependencia de las partes que no permite la genuina
oportunidad del aislamiento.
Los terribles conflictos que pastorean a los pueblos con
consignas tan falsamente unificadoras como "América", "Occidente"
o "Islam" e inventan identidades colectivas para una enorme cantidad de
individuos que en realidad son bastante diversos, no deben permanecer en
la potencia que ahora mantienen y debemos oponernos a ellos. Aún
contamos con habilidades interpretativas racionales que son un legado de
la educación humanista, no piedad sentimental que clama por que
retornemos a los valores tradicionales o a los clásicos, sino una
práctica activa del discurso racional, secular, en el mundo. El
mundo secular es el de la historia como la construyen los seres humanos.
El pensamiento crítico no se somete al llamamiento a filas para
marchar contra uno u otro enemigo aprobado como tal. En vez de un choque
de civilizaciones manufacturado, necesitamos concentrarnos en el lento
trabajo de reunir culturas que se traslapen, para que se presten unas a
otras, viviendo juntas en formas mucho más interesantes de lo que
permite cualquier modo compendiado o no auténtico de entendimiento.
Pero este tipo de percepción ampliada requiere tiempo, paciencia
e indagación escéptica, y el respaldo que otorga la fe en
las comunidades de interpretación, algo difícil de mantener
en un mundo que demanda acción y reacción instantáneas.
El humanismo se centra en la individualidad humana y la
intuición subjetiva, no en ideas recibidas o autoridades aprobadas.
Los textos deben leerse como producidos y vividos en el ámbito histórico
de todas las posibles formas del mundo. Pero esto no excluye el poder.
Por el contrario, he tratado de mostrar las insinuaciones, las imbricaciones
del poder inclusive en el más recóndito de los estudios.
Por último, y lo más importante, es que
el humanismo es la única y yo diría la forma final de la
resistencia contra las prácticas inhumanas y las injusticias que
desfiguran la historia humana. Hoy contamos con el enorme y alentador campo
de-mocrático del ciberespacio, abierto a todos los usuarios de modos
no soñados por generaciones anteriores de tiranos o de or-todoxias.
Las protestas mundiales ocurridas antes de que comenzara la guerra en Irak
no habrían sido posibles si no fuera por la existencia de comunidades
alternativas por todo el mundo, alertadas mediante información alternativa,
y que son activamente conscientes de los derechos humanos y ambientales,
y de los impulsos libertarios que nos mantienen unidos en este pequeño
planeta.
© Edward W. Said
Traducción: Ramón Vera Herrera
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