México D.F. Sábado 16 de agosto de 2003
Rafael Alvarez Díaz*
Defender a los defensores
Ser defensor de los derechos humanos en México
sigue siendo un oficio peligroso. El reciente asesinato de Griselda Teresa
Tirado Evangelio, ocurrido en Puebla, nos recuerda la lamentable condición
de vulnerabilidad de quienes en este país optan por defender, sin
concesiones, los derechos de los pueblos indios y los derechos humanos
en general.
El momento de su violenta muerte ha sido también
la ocasión para percatarse públicamente de su trabajo, para
que la conozcan muchos que nunca habían oído hablar de ella
y para confirmar la existencia de mujeres así, modestas, dedicadas
a defender los derechos individuales y colectivos de los más empobrecidos,
sin grandes aspiraciones de reconocimiento o de ocupar puestos de poder,
creyendo firmemente en los cauces legales para dirimir las controversias
y para combatir la impunidad de quienes desde el Estado abusan del poder.
Este hecho pone seriamente en cuestión la eficacia
del pretenciosamente llamado Mecanismo de Coordinación Interinstitucional
para la Protección de los Defensores, creado a partir del reclamo
nacional e internacional por el asesinato de Digna Ochoa y presidido por
la Secretaría de Gobernación, pues a ésta compete
por ley vigilar el cumplimiento de los preceptos constitucionales, por
parte de las autoridades del país, especialmente en lo que se refiere
a las garantías individuales.
A las exigencias de justicia, es imprescindible añadir
medidas eficaces de prevención y erradicación de la violencia
contra los defensores; trivializar el tema por parte de la autoridad, pretender
el desgaste y la confusión de la opinión pública,
desviar la atención hacia otros asuntos, intentar desconocer que
ahí hay un grave problema resultará infructuoso, a la vez
que pondrá en evidencia la precaria democracia con la que contamos.
Es inadmisible que en México se hable de un estado
de derecho, de transición a la democracia, al tiempo que se amenaza
y hasta asesina a defensores de derechos humanos y no pasa nada. El mensaje
que se envía a los perpetradores de estos crímenes es terrible:
se puede matar a defensores y permanecer en la impunidad.
Algunos organismos mundiales, como Amnistía Internacional,
han señalado que la situación de los defensores de derechos
humanos y la suerte que ellos corren en cada país es indicador de
la situación general en que se encuentra el respeto a las garantías
fundamentales para el conjunto de la sociedad.
La representante especial sobre la Situación de
los Defensores de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones
Unidas (ONU), Hina Jilani, afirmó que el trabajo de los defensores
garantiza el desarrollo democrático de los países y representa
un dique contra la impunidad.
La preocupación internacional por la seguridad
de los defensores de derechos humanos quedó reflejada en una declaración
adoptada por la Asamblea General de la ONU en 1998, que establece principios
orientados a asegurar la colaboración de los estados con los defensores,
garantizándoles la libertad que necesitan para desarrollar sus legítimas
actividades sin obstáculos ni represalias.
En 1999 la Organización de Estados Americanos aprobó
una resolución sobre los defensores, en ella los estados declararon
su intención de reconocer y respaldar la tarea que desarrollan,
otorgar garantías y facilidades necesarias a fin de que sigan ejerciendo
libremente sus actividades de promoción y protección de los
derechos humanos y adoptar las medidas necesarias para garantizar la vida,
la libertad e integridad de los defensores.
A pesar de la existencia de estas declaraciones internacionales,
en nuestro país siguen siendo especialmente vulnerables los defensores
locales que trabajan en comunidades pequeñas o en zonas de conflicto.
Los limitados intentos gubernamentales, cuando han existido, para proporcionar
protección a quienes se encuentran en peligro distan mucho de satisfacer
las necesidades de los defensores que arriesgan su vida al dedicarse a
esta profesión. La inseguridad a veces es mayor en zonas alejadas
de los núcleos urbanos y de las capitales.
Esperamos que la investigación del asesinato de
la abogada Tirado Evangelio no se centre exclusivamente en el perfil sicológico
de la víctima y en su entorno personal y social.
La mejor garantía de seguridad para los defensores
de derechos humanos es la presentación, ante la justicia de quienes
cometen estos crímenes, es decir, la erradicación de la impunidad
mediante el castigo de los responsables materiales e intelectuales. Pretender
cualquier otra solución por parte de la autoridad contribuiría
a la indefensión y a la simulación.
* Defensor de derechos humanos.
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