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México D.F. Sábado 16 de agosto de 2003
DESFILADERO
Jaime Avilés
Rosario Robles Berlanga
¿Para qué sirve el PRD? ¿Quién
elegiría en 2006 un gobierno en el que estuviera Chucho o
Amalia?
ROSARIO ROBLES HA tomado la decisión más
importante de su vida política. Al abandonar la presidencia del
PRD pone fin a una gestión desastrosa, reinicia una trayectoria
personal marcada por el éxito que se hundió en un hoyo negro
y deja en el aire a las bandas de timadores profesionales que se desclasaron
hacia arriba utilizando la autoridad moral de Cuauhtémoc Cárdenas,
el prestigio de la insurrección cívica de 1988, la sangre
de quienes murieron en la lucha contra la dictadura del PRI y la obra de
Andrés Manuel López Obrador como dirigente nacional del partido
y como gobernante de la capital del país.
En abril de 2002, cuando Rosario se colocó al frente
de las ruinas que había dejado la conducción protosalinista
de Amalia García, escribí en una crónica del momento
que a pesar de todas las adversidades era una guerrera que a fin de cuentas
saldría victoriosa. Cuatro años antes, cuando era todavía
la número dos de la administración cardenista, la encontré
no sé dónde y me reclamó por el título de una
vieja columna, entonces a cargo del tonto del pueblo, que con el nombre
de Ciudad sitiada contaba el terrible acoso que Ernesto Zedillo mantenía,
sirviéndose a toda hora de los medios, contra el primer gobierno
democrático del Distrito Federal.
-Pues dile al tonto que ahora escriba un artículo
que se llame ciudad recuperada.
Era
verdad. Pese a la campaña ininterrumpida de las televisoras, a los
plantones cotidianos de Antorcha Campesina frente al antiguo Palacio del
Ayuntamiento y al sinfín de triquiñuelas ideadas por la maquinaria
del autoritarismo para sacar a Cárdenas de la carrera presidencial,
la macrópolis comenzaba a sentir los vientos del cambio en su relación
con las autoridades locales. Después vino la apoteosis de Rosario,
una vez que tomó las riendas de la ciudad y que llegó al
clímax con la promulgación de la ley Robles a favor
del aborto. Con esos antecedentes, no tenía por qué no protagonizar
una experiencia similar cuando entró en la cueva de Alí Babá
y los 40 ladrones.
Pero la historia, ya se sabe, unas veces adquiere formas
trágicas y otras opta por la farsa. Aquella mañana de abril
de 2002, cuando Rosario se sentó detrás de una pinchurrienta
mesita de madera luego de protestar como jefa máxima del perredismo
bajo la sombra del Monumento a la Revolución, pensé, y lo
dije así en la antecitada crónica del momento, que la ceremonia
parecía más bien el solemne acto de una modesta secundaria
de Iztacalco. Y allí empezó el desastre.
Rosario había ganado la presidencia del partido
con la pura fuerza de su aura personal, pero los miembros de su equipo
fueron barridos electoralmente por las tribus de los chuchos y los
amalios gracias a los usos y costumbres fraudulentos del priísmo,
en virtud de lo cual se quedaron con los puestos clave del comité
ejecutivo y la ataron de pies y manos, aunque tuvieron la gentileza de
no amordazarla. A juicio de algunas personas que la habían acompañado
en la brega, en ese instante debió enfrentarse con sus secuestradores
para echarlos a patadas, empleando su ascendente moral sobre las bases
en todo el país. Sin embargo, prefirió guardar silencio,
esperar tiempos mejores, y la inercia de este gravísimo error acabó
transformándola en la representante de sus enemigos. Ahora por su
boca hablaban los chuchos y rezongaban los amalios.
Sí, chucha
Para romper la dinámica del enfrentamiento interno,
Rosario lanzó una idea creativa y sensata: involucrar a los militantes
de a pie en la organización de una consulta nacional para pedir
a la gente común un diagnóstico sobre los mayores problemas
de México. Llena de entusiasmo, formó un grupo de activistas
y dirigentes vinculados con el movimiento social mas no necesariamente
con el PRD, que estableció óptimas relaciones con más
de 500 organizaciones del campo, los sindicatos, los feminismos, las luchas
específicas de las minorías y la globalización alternativa.
De la noche a la mañana, bajo la batuta de Carlos Imaz que se encargó
del proceso, el PRD sumó a su agenda los teléfonos y correos
electrónicos de un amplísimo abanico de fuerzas grandes,
medianas y pequeñas, que estaban, y siguen, inscritas en el ojo
del huracán, ahí donde transcurre la vida real y se siente
el rigor cotidiano de los chingadazos.
Recuerdo que en la reunión final de ese polifacético
think tank, al que fui invitado por motivos que todavía no
me explico, se dijo que si para los comicios de 2003 la mitad de las candidaturas
al Congreso de la Unión quedaban en manos de esos nuevos aliados,
el PRD agigantaría su influencia electoral y se nutriría
de savia fresca. Sí, chucha, respondieron los amalios.
Y todavía sueñan, agregaron los chuchos. Y como
no había dinero, ni cargos, ni prebendas ni nada que repartir en
concreto, porque se trataba simplemente de salir a la calle a hablar con
los transeúntes para captar su atención y convidarlos a dar
una batalla contra Fox y el salinismo, la burocracia perredista no participó
en la consulta y todo quedó en frustración.
Meses más tarde, a la hora de asignar las candidaturas,
chuchos y amalios se adueñaron de la inmensa mayoría
de los distritos y la presencia electoral del PRD se esfumó, ojalá
para siempre, en más de la mitad del país. Salvo en el DF,
el estado de México, Michoacán y Tabasco, el partido del
horrible símbolo del sol azteca se convirtió en chatarra,
escoria, basura, polvo, caca, nada. En buena hora y que los que tengan
escoba lo barran y lo sepulten en un depósito de desechos tóxicos
de donde nunca más pueda salir.
Después de las elecciones, en las que con gran
visión de ajedrecista Rosario duplicó el número de
diputados gracias a la fuerza de Cárdenas y López Obrador,
vino lo que ella denominó la "reforma interna". Pero entonces chuchos
y amalios se encargaron de anunciarle que eso tampoco iba a
suceder y, si aún dudaba que ellos eran los verdaderos amos de las
prerrogativas del IFE y los únicos beneficiarios de la lealtad de
la militancia, le presentaron el informe financiero que debería
ser discutido por el Consejo Nacional.
Quienes tuvieron acceso a tal documento me dicen que chuchos
y amalios colocaron en la misma columna los ciento y pico millones
de pesos de la deuda histórica de Amalia García, más
los 60 y pico millones que ejerció Rosario en el primer semestre
de 2003, más la deuda que la dirigencia colegiada acordó
contratar para hacer frente a las multas y los gastos corrientes, ¡más
los 120 millones del segundo semestre que todavía ni siquiera ha
entregado el IFE! Y, como bien observó alguien, "sólo les
faltó sumar el año, el mes, el día, la hora y los
minutos de la fecha, para abultar más aún los números
del supuesto desastre financiero de la presidenta nacional".
Errores tremebundos
En esas condiciones, Rosario Robles ha tomado, insisto,
la decisión política más importante de su vida. Aún
están en pie, y luchando, las 500 organizaciones de la consulta,
rebosantes de vida propia, de ideas, de necesidades no resueltas, deseosas
y ansiosas de transformar el país. Aún están en pie
las bases que eligieron a Rosario y ahora no comprenden. Pero sobre todo
aún están en pie los Salinas, los Fernández de Cevallos,
los Castañedas, el Fobaproa, la amenaza privatizadora que pende
sobre la industria eléctrica, las concesiones ilícitas que
Fox dio a Halliburton y Repsol para desnacionalizar nuestro petróleo
por debajo de la mesa y los apetitos del neoliberalismo que se frota las
manos aguardando la hora de dar el zarpazo contra Chiapas. Y junto a esas
calamidades, cómplices y embozados, están los chuchos
y los amalios que sólo sirven al enemigo.
No quiero dejar de decirlo: atada de pies y manos como
estuvo a lo largo de estos 16 meses terribles, Rosario cometió errores
tremebundos que deben señalarse. Tuvo la oportunidad de ponerse
al frente de las feministas de Monterrey y encadenarse a las rejas de un
hospital psiquiátrico privado que en realidad es una cárcel
clandestina de mujeres, pero no lo hizo porque estaba explorando la posibilidad
de que Eloy Cantú Segovia fuera su candidato al gobierno de Nuevo
León, olvidando que ese político priísta avaló
con su manto protector a los hermanos de Gabriela Rodríguez Segovia
que la internaron en el manicomio de mala muerte llamado Centro Avanzado
de Salud Anímica (CASA) para separarla de su amante y despojarla
de su fortuna.
Desoyó la voz de alerta que pidió su apoyo
en favor de lo mejor del perredismo en el municipio mexiquense de Los Reyes
La Paz, que estaba sufriendo el acoso de los priístas, y en consecuencia
perdió la alcaldía. Tampoco hizo nada cuando supo que en
Tabasco, uno de los bastiones más importantes de su partido, hay
un diputado federal que trabaja para los intereses de Roberto Madrazo y
recibe dinero en forma corrupta, omisión que se tradujo en un descenso
impresionante de la votación perredista en la tierra de López
Obrador.
La buena noticia es que ahora, como militante de base,
Rosario Robles puede encadenarse a las rejas de los manicomios y capturar
la atención de los medios acerca de los abusos que aún se
cometen contra las mujeres indefensas. Y también puede mezclarse
con las bases de Los Reyes La Paz que naufragan en la amarga desolación
del desconcierto. Y también puede informarnos abiertamente qué
piensa de la doble militancia de los perredistas salinistas de Tabasco.
¿Para qué sirve el PRD hoy en día?
¿Para ganar las elecciones de 2006? ¡Qué asco! ¿Quién
votaría por un candidato de ese partido que, en caso de ganar la
Presidencia de la República, tuviera que incrustrar en su gabinete
a una amalia, así, chiquitita con minúscula, o a algún
chucho?
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