México D.F. Lunes 11 de agosto de 2003
ENTREVISTA / SUSAN SONTAG,
ESCRITORA
''Bush comprometió a EU a una guerra permanente''
EN EL ESTADUNIDENSE PRIVA LA CONVICCION DE LA HEGEMONIA,
LAMENTA
En Reconociendo el dolor de otros, su reciente
ensayo, invita a pensar en la guerra para no sufrirla en carne propia
KEVIN JACKSON THE INDEPENDENT
"Creo -dice Susan Sontag en tono lacónico- que
ya usé seis de mis nueve vidas''. Es un cálculo razonable
que vale la pena analizar: la mayoría de los contemporáneos
de Sontag pertenecientes a la primera división de la literatura
estadunidense no se han enfrentado a nada de mayor riesgo que no sean el
adulterio y el divorcio (que ciertamente no son poca cosa), pero cuando
Sontag escribe sobre la enfermedad, el dolor y la violencia, lo hace con
la autoridad que da la experiencia.
Primero experimentó un encuentro potencialmente
mortal con el cáncer, hace un par de décadas. Fue una brutal
experiencia que finalmente dio fruto en forma de amplio ensayo, La enfermedad
como metáfora, y su continuación, El sida como metáfora.
De manera más reciente, después de que un
serio accidente automovilístico la dejó en silla de ruedas
durante varios meses, sufrió una peligrosa reincidencia del cáncer
que requirió de tratamientos casi tan peligrosos como la enfermedad,
pues incluían fuertes dosis de morfina para calmar el insoportable
dolor.
En
Sarajevo, durante la guerra de Bosnia, Sontag, de manera voluntaria y valerosa,
compartió por unos meses las diarias huidas del fuego de bombas,
morteros y francotiradores. En tres ocasiones un proyectil pasó
rozándola; falló por sólo unos segundos o metros.
Estas últimas experiencias también han dado, ahora, un fruto
inesperado: su último libro, Reconociendo el dolor de otros.
A primera vista se trata de un concienzudo análisis
de fotografías de guerra; algunas reseñas incluso lo han
considerado (errónea, aunque comprensiblemente) un capítulo
adicional a su estudio vanguardista Sobre la fotografía.
Sin embargo, el libro ofrece reflexiones más profundas sobre el
sufrimiento humano, la naturaleza de la bondad, los señuelos, los
engaños, y la verdad en las imágenes. Es, en resumen, un
sumario de lo que significa estar vivo y atento en la zona más rica
del mundo al comenzar el siglo XXI, que toma forma de centuria de guerra
implacable.
Pero no se piense con base en estos antecedentes que Sontag
es una depresiva Virgen de Dolores, como intentan retratar algunos perfiles
mal intencionados.
Porque Sontag es una persona que atrae muchos rencores
periodísticos. Siempre lo ha hecho, desde que emergió en
la escena a principios de los 60 como una mujer brillante y sobrecogedoramente
hermosa.
Si su vertiginosa combinación de seriedad moral
y erudición la volvieron internacionalmente respetada entre las
clases lectoras, fue su atractivo de actriz de cine lo que la convirtió
en la menos usual de las rarezas: el intelectual como superestrella.
Por por cada persona que ha leído, digamos, su
magnífico ensayo sobre Walter Benjamin, incluido en el libro Bajo
el signo de Saturno, debe de haber cientos que han visto su retrato
en Vanity Fair o que han escuchado chismes ociosos sobre su larga
relación con la prestigiosa fotógrafa de esa revista, Annie
Leibowitz.
En estos tiempos desafortunados para su nación,
Sontag se ha convertido en blanco de la prensa reaccionaria estadunidense
(la combinación del sustantivo prensa estadunidense con el
adjetivo reaccionaria está cada vez más cerca de volverse
un pleonasmo). Después de su respuesta a las masacres del 11 de
septiembre de 2001, publicada en la revista The New Yorker, columnistas
de todo el país la llamaron traidora, idiota y títere de
Saddam. Unos incluso la apodaron Osama Bin Sontag.
Pero por otro lado, casi dos años después,
''no pasa un día sin que alguien se me acerque en la calle y me
agradezca mi valentía, lo cual, por supuesto, me hace reír.
No creo haber sido valiente. No creo que se requiera valentía para
decir lo que uno piensa, pero así debe parecer a otras personas,
porque ahora todo el mundo está intimidado...".
Pues bien, este perfil -le advierto al lector- no será
una típica crítica a la escritora. Soy fanático irredento
de Sontag. Cuando se me envió por primera vez a entrevistarla a
Nueva York, hace unos 15 años, me acerqué a la tarea con
una combinación de euforia casi adolescente y terror escénico
descarnado. Fui admirador de su obra desde antes de salir de la universidad.
Precisamente porque había leído su prosa sabía que
me enfrentaría a una mente informada, comprometida y analítica.
Sontag no toleraría a los tontos, y yo me sentía más
que eso aquella calurosa tarde de verano.
Lo que no me permití pensar (y debí hacerlo
si estaba consciente de que sus ensayos sobre literatura, fotografía,
danza o cine no reflejan nunca puritanismo, sino todas las variaciones
del placer estético) es que su carácter formidable tenía
un lado desenfadado, ingenioso, caprichoso y -¿me atreveré
a decirlo?- divertido.
Desde aquel encuentro hemos estado en excelentes términos,
lo cual vale la pena mencionar no nada más porque quiero alardear
de ello (que desde luego es la intención), sino porque los demás
amigos de Sontag tampoco son famosos ni, Dios nos guarde, glamorosos. Ella
conoce o ha conocido a muchas figuras relevantes de la cultura durante
los últimos cuarenta y tantos años, de Barthes a Brodsky
y a Barishnikov, pero aún pasa varias semanas al año en Bosnia,
visitando a los ciudadanos que conoció durante el sitio, ayudándolos
en sus penurias.
En una ocasión, cerca de la frontera de Inglaterra
con Gales, la observé conversando con una agradable reportera de
un periódico local, y vi cómo le dio la vuelta a la entrevista
hasta que las dos terminaron hablando durante horas de los problemas familiares
de la periodista. Así que cuando me preparé para visitarla
de nuevo y discutir Reconociendo el dolor de otros, sabía
que no podía andar con pies de plomo.
Actualmente Sontag vive en un hermoso penthouse
de techo alto en el distrito de Chelsea, en Man-
hattan, que es mucho más lujoso que el lugar más
modesto en que vivía anteriormente. Me imagino que el nuevo lugar
fue costeado con las regalías de la novela histórica El
amante del volcán, best-seller traducido a por lo menos
20 idiomas.
Cuando llegué había bullicio: un periodista
alemán aún interrogaba a Sontag y las asistentes de la escritora
atendían pedidos y preguntas del suplemento literario del Times,
de festivales de cine, de grupos de derechos humanos, de universidades,
de editores... Por tanto, me senté a platicar con su traductor al
italiano, Paolo Dilonardo, otro de sus amigos cercanos que no son famosos.
Cuando al fin se liberó de sus labores, Sontag
me saludó con un abrazo cálido (externa fácilmente
gestos afectuosos, inclusive a sus desgarbados visitantes ingleses), e
insiste en que hablemos sin formalismos antes de comenzar oficialmente
la entrevista. La conversación, que no quedó grabada, se
llevó una hora o más, y versó sobre un sinfín
de temas en los que intervinieron libros y escritores. Me pregunta qué
puedo decirle sobre dos escritoras británicas que acaba de descubrir:
Hilary Mantel y Jenny Diski (no puedo decirle mucho, lo siento). ''¿Ha
leído a Mercel Benabou?'' (Sí). ''¿No es encantador?''
(absolutamente). Luego, y porque Paolo está con nosotros, se refiere
a los escritores italianos Petrarca y Leopardi, e Italo Calvino (relee
Si en una noche de invierno un viajero), y también al genio
portugués Fernando Pessoa. En ese momento sale apresurada de la
habitación y regresa con el más extenso trabajo en prosa
de Pessoa, El libro de la inquietud, y nos lee extensos fragmentos,
deleitándose en la elocuencia llana y melancólica del heterónomo.
Cuando la vi por última vez, hace unos tres años,
sufría los efectos de la quimioterapia: su cabello (que por muchos
años fue una abundante melena negra con su distintivo mechón
blanco, parecido al de Indira Ghandi) se había vuelto gris; caminaba
con dificultad y se cansaba fácilmente. Hoy, a los 70 años,
se ve plenamente recuperada, llena de vitalidad y entusiasmo. Ríe
con facilidad y constantemente salta para tomar de sus repisas copadas
otro libro o artículo u objeto.
Más allá de las imágenes, la realidad
Al fin llegó el momento de la entrevista propiamente
dicha. Yo había planeado comenzar con la pregunta de qué
tanto su nuevo ensayo procedía de sus experiencias en Sarajevo,
aunque sólo se refiere brevemente a esa guerra, pero ella se adelanta
al mencionar el sitio desde el principio y afirmar que Reconociendo
el dolor de otros (el título es una gentil broma polisémica:
reconocer, ver; reconocer, respetar; reconocer, interesarse por algo...)
no es tanto un libro sobre la fotografía de guerra, sino un libro
sobre la guerra misma, más allá de las imágenes y
más cerca de la realidad. Y en este aspecto contribuye el hecho
de que Sontag pertenece a la pequeñísima fracción
de la raza humana que ha visto la guerra de primera mano y no filtrada
por los medios.
''El libro proviene de la realidad. El libro es lo opuesto
a decir: '¿y qué hay de las imágenes?' Se trata de
cómo podemos, y hasta qué grado, asimilar el sufrimiento
de otros. ¿Asimilamos algo? Y ahora que el libro está terminado
puedo afirmar que es, ante todo, un libro sobre la guerra, sobre la realidad
de la guerra. Mi indignación se acrecienta ante las políticas
del gobierno estadunidense y la nueva belicosidad oficial de Estados Unidos.
Este es un país en el que, a diferencia de Europa del este, la guerra
parece ser... -y se detiene para encontrar el término preciso- ...algo
bueno.
''No se trata sólo de una cuestión de imágenes.
En el pensamiento de los estadunidenses la guerra es aceptable y mucho
más que eso. Creen que es aceptable reforzar la hegemonía
estadunidense. Considero que es muy plausible decir que la república
ha terminado y el imperio ha comenzado, con todo y que éste aún
tiene mucho qué aprender y no parece ser muy hábil en la
administración colonial. En verdad creo que este perverso gobierno
se creyó su propia retórica de que (la guerra en Irak) fue
una liberación, y que así la consideraría la mayor
parte de la población iraquí. Nunca entendió que los
iraquíes -por no decir el resto del mundo- la percibiría
como una invasión para conquistar un país. Tuvimos un cambio
de régimen; éste no es el viejo Partido Republicano, no es
una vieja configuración, es un momento nuevo que está muy
conectado con la idea de una guerra permanente. El terrorismo nunca se
acaba, y si se está comprometiendo al país a una 'guerra
contra el terrorismo', se está haciendo un compromiso con la guerra
permanente. Quisiera que este libro contribuyese a que la gente piense
qué es la guerra en realidad, sin tener que experimentarla en carne
propia".
Sontag ha vivido esa experiencia en varias ocasiones.
Durante la guerra de Vietnam, por ejemplo, visitó dos veces el norte
del país. También ha escrito, aunque poco, sobre el tiempo
que pasó en Sarajevo y el recuento narrativo definitivo de lo que
vivió se volvió a publicar en su última colección
de ensayos, Cuando cae la tensión.
Pese a los testimonios cuidadosamente reproducidos, la
prensa aún repite rumores y calumnias sobre lo que ella hizo. Por
tanto, y para dejar las cosas claras, he aquí nuevamente lo que
pasó.
''Mi hijo, David Rieff, había ido a Bosnia para
escribir sobre la situación. Yo tenía mucho miedo por él,
pero al mismo tiempo quería verlo. Conocía a alguien que
encabezaba una organización humanitaria y realizaría un viaje
allá; le pedí que me dejara ir con ellos. Respondió:
'claro, si te atreves', porque era increíblemente peligroso. Me
quedé dos semanas; conocí a mucha gente y les dije: 'si regreso,
¿puedo trabajar aquí? ¿Encontrarían un trabajo
para mí? Quería quedarme porque era Europa y porque estaba
ocurriendo algo terrible y quería ayudar. No tenía nada que
ver con escribir. Sólo hice el compromiso y me quedé hasta
que terminó el sitio.
''Hay personas que parecen creer que fui a Sarajevo con
la idea de dirigir Esperando a Godot. No hice nada por el estilo.
Lo que pasó es que les dije: 'Creo que lo que me interesaría
más es trabajar en un hospital. Puedo dar primeros auxilios, también
sé escribir a máquina y dar clases a los niños, porque
las escuelas estaban cerradas. Puedo hacer películas y dirigir teatro
(¡ay, dirigir una obra!). En verdad, por Dios, esa fue la última
intención de la lista que mencioné.
''Les pregunté por qué querían que
dirigiera una obra y me dijeron en tono indignado: '¡por favor, aquí
tenemos actores y están desempleados!' Tuve la misma reacción
ignorante de todos los que supieron lo que iba yo a hacer. Pero me dijeron:
'no somos salvajes, ¿sabe? No somos gente que tenga que estar haciendo
cola donde se distribuyen el pan y el agua. Tenemos cultura'. Que me dijeran
esto me dio tanta vergüenza que acepté.''
Así fue como Sontag y su equipo hicieron la puesta
en escena del primer acto de Esperando a Godot, en momentos en que,
según un macabro chiste local, todos estaban Esperando a Clinton.
Feminista de facto
Reconociendo
el dolor de otros comienza y termina de forma inesperada: con Virginia
Woolf y su ensayo sobre la guerra: Tres guineas. Sontag se enorgullece
al proclamar su profunda admiración por la prosa de Woolf, y al
hacerlo pone hincapié en la cuestión de los géneros:
''la guerra -señala Woolf con delicadeza- es vicio de hombres y
no de mujeres''. Para cualquier lector devoto de Sontag esto aparecerá
como un giro interesante. No hace falta decir que ella es una heroína
feminista por sus propios méritos, por lo que es sorprendente apreciar
lo poco que Sontag escribió sobre cuestiones de mujeres hasta, digamos,
hace una década.
-¿Está consciente del cambio?
-Sí, y no sé por qué lo hice. Creo
que se me olvidó... -se interrumpe con un acceso de risa, burlándose
de sí misma. Perdón. Ya sé que suena tonto, pero creo
que simplemente se me olvidó hablar de eso. Era real para mí,
en mi vida, pero olvidé que tendría que hablar de ello en
mis libros.
De forma apropiada, el catalizador de su transición
a temas feministas fue el descubrimiento de los ensayos de Woolf: el famoso
Un cuarto propio y el menos conocido Tres guineas.
''Me impresionó mucho su valor, porque su postura
es impopular actualmente y lo era en sus tiempos; ni siquiera existía
en el mapa. Libros como Tres guineas son muy valientes. Me recordaron
que, a mi manera, yo estaba de acuerdo con lo que ella decía y lo
debía dejar claro. Todo comenzó con los cuatro monólogos
de mujeres que están al final de El amante del volcán:
ese fue mi momento decisivo. Realmente fue el momento en que me dije: 'voy
a hablar sobre mujeres. ¿Por qué no lo había hecho
antes? ¿Por qué se me olvidó?'"
Una buena respuesta a esta pregunta es que no tenía
escasez de temas. A veces hace la broma, que desde luego no lo es, de que
''todo le interesa'', y en uno de sus pocos ensayos autobiográficos
recuerda que siendo niña se forjó por primera vez la idea
del escritor como un erudito ávido.
Como es evidente a los pocos minutos de conocerla, sigue
amando la literatura con una pasión y una energía muy raras
(quizá especialmente raras) en los escritores profesionales y los
amantes de los libros, pero insiste: ''No soy escritora de tiempo completo,
nunca lo he sido y nunca lo seré. Soy escritora intermitente. Dejo
de escribir durante meses, en los que me limito a pasear o a soñar;
voy a algún lugar o me intereso en algo. Eso significa que he escrito
16 libros en vez de los 40 o 50 que han escrito mis contemporáneos,
como Philip Roth, John Updike y Joyce Carol Oates. Ellos han escrito más
libros porque es lo único que hacen. Yo no quiero eso. Me agobio,
quiero salir. ¡Voy a Bosnia cada año! Lo he hecho esporádicamente
durante tres años y sólo quiero saber qué se siente
estar ahí y caminar por las calles que conozco de memoria. Me siento
a escuchar a personas que me hablan de sus penas, de sus vidas miserables
y de lo mucho que desearían poder irse. Sólo trato de tener
fe y mantener mi contacto con lo real''.
Mi labor de entrevistador ha concluido. Ya podemos relajarnos
y volver al lujo de la conversación libre y, sobre todo, podemos
volver a los libros y a otros escritores. Hablamos de todo, y de pronto
aparece el nombre improbable de Anthony Trollope (Paolo Dilonardo lo está
leyendo y tradujo al italiano su obra El carcelero). También
hablamos de Jacques Roubaud, el poeta matemático y oulipiano
francés, y de Lionel Trilling, el crítico estadunidense,
quien es tan grande como pasado de moda y desconocido, y en estos tiempos
prácticamente inconseguible.
''El fue muy bueno conmigo en los 60'', recuerda Sontag,
lo cual es notable si se toma en cuenta el estupor que existía entonces
por los temas que ella defendía en sus ensayos. Cuenta que hay una
reciente colección de los escritos de Trilling con el título
La obligación moral de ser inteligente, y dice: "¡qué
frase tan maravillosa!".
De forma estrictamente confidencial, también me
habla de su próxima obra no narrativa, que será un libro
breve o un ensayo largo sobre estar enfermo, y también me comenta
de su próxima aventura en la ficción, que será una
tercera novela histórica a gran escala.
Además de otro abrazo, me obsequia, como regalo
de despedida, un libro que recientemente logró rescatar del olvido:
Verano en Baden-Baden, del muy desconocido autor ruso Leonid Tsypkin.
Es uno de los muchos libros que se halló en algún rincón;
lo consideró de belleza deslumbrante e hizo que lo publicaran de
nuevo, convenciendo a algún editor de correr el riesgo y con la
promesa de escribir un ensayo para que sirviera de prólogo.
Cuando salgo de su casa me doy cuenta de pronto de un
obvio paralelismo: su disposición a forjar amistades con gente desconocida
que no está de moda es muy semejante a su apetito por salvar del
olvido y el descuido a escritores y artistas desconocidos. Uno siempre
puede depender de su generosidad hacia los extraños.
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El proyecto de Oulipo fue un movimiento
literario francés de los 60 que reunió a matemáticos
atraídos por las manifestaciones literarias. Proponían conjugar
conceptos matemáticos y restricciones literarias para explorar los
recursos de la lengua, que consideraban una sucesión infinita, como
los números.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
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