México D.F. Domingo 20 de julio de 2003
MAR DE HISTORIAS
Magnum Killer
Cristina Pacheco
''¿Y esto...?'' Su madre permaneció callada,
mirando al infinito.
Erika tuvo una última esperanza: ''Kevincito: abre
los ojos''. Esperó unos segundos y gritó horrorizada: ''¡Está
muerto! Lo ahorcaron. ¿Quién fue, por qué?''. Su madre
se llevó el índice a los labios: ''Shht, cállate.
Alan no quiso hacerle daño. Era un juego. Creyó que, como
el Magnum Killer, podría resucitar a su hermano. El me dijo''.
IV
Resignada, su madre tendió en el sillón
el cuerpo inerte de Kevin y le habló, como si aún pudiera
escucharla: ''Estáte quietecito porque si te mueves no podré
deshacer este nudo... ¡Listo! Ya ves, no me tardé tanto. Ayúdame,
alza la cabecita para que pueda desenredarte''. Al ver las marcas rojas
en la piel de Kevin se echó hacia atrás y cayó al
suelo.
Erika salió a pedir auxilio. Llegaron los vecinos,
la patrulla y al final su padre. Aturdido por el alcohol, no entendía
lo que pasaba y tampoco lo que su mujer declaraba: ''René, como
niño, creyó que lo que veía en las maquinitas era
de verdad y por eso jugó con su hermano a dormirlo, sólo
que ya no pudo despertarlo''.
Una voz áspera la interrumpió: ''¿Tiene
alguna fotografía de su hijo? Será necesario boletinarlo''.
Don Jaime se dirigió a su esposa: ''¿Por qué buscan
a Alan? ¿Qué hizo?'' Enfurecida, Erika se arrojó sobre
su padre: ''¡Borracho! ¿No lo sabes? ¡Mató, óyelo
bien, mató a Kevin!''
La declaración de Erika impuso el silencio. Se
prolongó hasta que don Jaime señaló a su mujer: ''Carmen
tiene la culpa. No supo inculcarle principios a ese muchacho. Voy a salir
a buscarlo''. Los policías le cerraron el paso y él retrocedió
gritando: ''Mi hijo es un asesino. Por fortuna no lleva mi nombre''.
Erika reclamó: ''Es increíble: Kevin está
muerto y tú te pones a pensar en estupideces. ¡Tu nombre!
¿Qué vale? Nada, absolutamente nada. Al menos para mí''.
Una vecina se acercó: ''Cállate, no mortifiques más
a la pobre de Carmela''. La mujer se levantó: ''Hija: ve a buscar
a tu hermano. Dile que no tenga miedo, vamos a ayudarlo aunque no haya
podido despertar a Kevin''.
De un manotazo, el hombre retira la sábana. Erika
no alcanza a enjugarse el llanto provocado por sus recuerdos. ''¡Uta!
Eres de las que chillan. Mejor nos vamos porque a mí estas payasadas
no me gustan. Imagínate: si no se las soporto a mi vieja, menos
a una...''
Erika salta de la cama y camina pegada a la pared: ''Voy
al baño''. Su acompañante interpreta el gesto como una provocación
y le corta el paso. Presionándola con su cuerpo, la obliga a retroceder.
Cuando al fin llegan a la cama él le besa los hombros y el cuello.
De pronto se interrumpe: ''Chamaca: estás temblando... No voy a
hacerte nada malo. Aflójate, tranquila...''
Erika se abandona y deja que el hombre se afane sobre
su cuerpo. Se pregunta qué diría él si supiera que
accedió a acompañarlo sólo porque no tuvo el valor
de regresar a su casa. Ahora se arrepiente de haberlo hecho. Se vuelve
a la pared para no mirar la expresión del hombre que, apenas logrado
el clímax, le dice: ''¿Vistes qué rico? Y no querías.
Todas son iguales: les gusta hacerse del rogar y al final acaban pidiendo
más. Ven, duérmete conmigo un ratito y luego nos vamos''.
Al cabo de unos minutos, Erika se desprende del abrazo.
Levanta sus ropas, se viste, abandona la habitación y sale del hotel
corriendo, sin importarle que la vean. No tiene a quién rendirle
cuentas, ni siquiera a su madre.
Doña Carmen se encerró desde el momento
en que Erika, para calmarla en uno de sus ataques de locura, le aseguró
que René había ido a pedirle a Magnum Killer la fórmula
para devolverle la vida a su hermanito.Erika se levanta muy despacio. Mide
sus movimientos para no despertar al hombre que, desnudo, duerme atravesado
en la cama. ¿Cómo le dijo que se llamaba? No hace ningún
esfuerzo por recordarlo. ¿Para qué? Seguramente le dio un
nombre falso y además no volverán a verse.
Al cruzar la habitación Erika se ve reflejada en
el espejo que abarca toda una pared. Se aproxima para mirarse en detalle.
Al recorrer su brazo descubre un moretón en el hombro. La asalta
el recuerdo de su hermanito Kevin.
¿Cuándo podrá llorarlo? El día
en que él murió ella no tuvo tiempo de llorar: todo el mundo
la acosaba a preguntas y su madre le exigió que saliera en busca
de Alan, el segundo de la familia.
Ella sólo fingió buscarlo. Le pareció
menos doloroso perder a su hermano que verlo recluido en un tutelar, pagando
un crimen del que sólo fue culpable a medias. La otra mitad le corresponde
al inventor del juego diabólico: Magnum Killer.
II
Erika se aparta del espejo cuando el hombre la llama:
''¿Dónde andas, chamaca?'' ''Voy tantito al baño''.
''Tantito'', repite el desconocido mientras golpea la almohada: ''Vente
pa'cá. Te conviene: sigo con filo. Deja que me reponga y verás
que hablo en serio''.
Erika se acerca y se tiende en la cama. El hombre se estremece:
''Tienes las patas bien frías''. Ella se aparta y queda rígida,
mirando el techo, hasta que su acompañante se duerme de nuevo.
Podría aprovechar el momento para vestirse, salir
del hotel y volver a su casa. La idea de encontrarse con su madre la desanima.
Hoy no tiene fuerzas para decirle que estuvo buscando a su hermano en las
terminales.
Hace tiempo que desistió de exhibir el retrato
de Alan y preguntar por él en hospitales y delegaciones. Aunque
lo adore, es mejor no volver a verlo. El solo hecho de mirarlo le recordaría
lo que hizo: ató una cuerda al cuello de Kevin y jaló, jaló
hasta que el niño perdió la respiración.
Erika se tapa la cara con la sábana y cierra los
ojos. De niña, cuando la asaltaba a medianoche el temor a los aparecidos
de los que tanto hablaba su abuela, esconderse bajo las mantas era suficiente
para esfumar las imágenes tenebrosas. Esta vez el recurso no funciona
y Erika queda atrapada en lo que sucedió aquel martes.
III
Entró en la casa, dejó las bolsas del supermercado
en la mesa y gritó: ''Ya llegué''. Se puso a desempacar mientras
esperaba que su madre apareciera con Kevin en brazos. Fue a la cocina y
vio una cacerola sobre la hornilla encendida. ''Mamá: quién
sabe desde qué horas dejaste prendida la estufa. Ya veo por qué
luego nos quedamos sin gas''. No obtuvo respuesta.
Regresó al comedor. Se impacientó al encontrar,
regados sobre el sillón, pantalones y camisetas de su hermano: ''Deberías
decirle a Alan que por lo menos levante su ropa antes de largarse a las
maquinitas. No piensa más que en los juegos. No les veo el chiste.
Todos son iguales: persecuciones, fusilamientos, carreras, monstruos espaciales,
torturas, muertes. ¡Puras babosadas!''
Se abrió la puerta del cuarto y apareció
su madre con Kevin en brazos. ''¡Qué bonito! En la tarde te
da sueño y en la noche quieres estar jugando. Levántate a
cenar''. Al inclinarse para despertarlo Erika vio el lazo enredado al cuello
de su hermano.
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