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México D.F. Domingo 20 de julio de 2003

Angeles González Gamio

Pule, fija y da esplendor

Es el lema de la Academia Mexicana de la Lengua, ilustre institución que agrupa a buena parte de las personas más notables de las letras mexicanas. Hace unos días ingresó como académico de número Vicente Quirarte, joven y brillante escritor e investigador, quien vino a ocupar la silla que dejó vacante el poeta Carlos Pellicer.

Este gozoso acontecimiento nos lleva a recordar la historia de la noble academia: se podría decir que es hija, o quizás hermana más joven de la Real Academia Española de la Lengua, que se fundó en Madrid en 1713, aprobada por Real Cédula del rey Felipe V. Casi medio siglo más tarde varios académicos, entre quienes se encontraba el mexicano Fermín de la Puente y Apezechea, propusieron la creación de academias americanas correspondientes, con el fin de que ayudaran a la española a cuidar la pureza de la lengua castellana.

Para formar la mexicana fueron designados "correspondientes", ni más ni menos que Sebastián Lerdo de Tejada, a la sazón presidente de la República, junto con personajes como Joaquín García Icazbalceta, José María Basoco y Fernando Ramírez, entre otros. La sesión inaugural de la Academia Mexicana se celebró el 11 de septiembre de 1875, en la casa de su primer bibliotecario, Alejandro Arango Escandón, quien vivía en la calle de Medinas 6, hoy número 86 de la calle de Cuba, casona que merece una placa conmemorativa. Un año más tarde publicaron el primer volumen de las Memorias, que muestran la relevante labor realizada desde sus primeros años.

Los integrantes han sido en su gran mayoría intelectuales sobresalientes en el campo de las letras, aunque en algunos momentos hayan sucumbido a las mieles del poder, como cuando nombraron al entonces presidente Miguel Alemán, quien correspondió concediéndoles un patrimonio en fideicomiso, lo que llevó a que la academia se constituyera como asociación civil, el 22 de diciembre de 1952.

En 1956 adquirió en propiedad una residencia en la calle Donceles 66, donde previa remodelación, se instaló en febrero de 1957, en ceremonia a la que asistió José Angel Ceniceros, secretario de Educación Pública, en representación del presidente Adolfo Ruiz Cortines. Aquí se fue conformando una vasta biblioteca, cuyo germen provino de la adquisición de la biblioteca del académico Alejandro Quijano. Este acervo se ha venido enriqueciendo a lo largo de los años, con las generosas donaciones de viudas de los miembros fallecidos; así han llegado a la academia los fondos de Jaime Torres Bodet, José María González de Mendoza, José de Jesús Núñez y Domínguez y Alberto Vázquez del Mercado. A éstas se han sumando los envíos de la Real Academia Española, de las academias hispanoamericanas, de empresas editoriales y de librerías. Los académicos han donado también objetos valiosos, con los que se conformó un museo.

A principios del año 2001 se creó la fundación Amigos de la Academia de la Lengua, por iniciativa del empresario Alejandro Burillo Azcárraga, quien ocupa la presidencia. Una de sus primeras acciones fue dotar a la noble institución de una nueva sede. Ahora ocupa una soberbia mansión decimonónica, situada en la calle Liverpool 76, en la otrora postinera colonia Juárez. En el amplio patio, en el que próximamente se construirá el auditorio, se llevó a cabo la concurrida ceremonia de ingreso de Vicente Quirarte, quien viene a sumarse a ilustres personajes ya fallecidos, como Alfonso Reyes, Salvador Novo, Victoriano Salado Alvarez, José Juan Tablada, Manuel Romero de Terreros, Artemio del Valle Arizpe, Antonio Caso, Juan de Dios Peza, Manuel Orozco y Berra, José María Marroquí y varios otros que afortunadamente continúan en activo, entre los que sobresalen: Clementina Díaz y de Ovando, Miguel León Portilla, José Rogelio Alvarez, Gonzalo Celorio y Alí Chumacero. Recientemente, tras largos años como director, el talentoso José Luis Martínez quedó como director adjunto perpetuo y fue electo en el cargo José G. Moreno de Alba.

Actualmente la academia está trabajando en la elaboración de un nuevo diccionario de mexicanismos, que sin duda va a constituir una relevante aportación que va a enriquecer el conocimiento de la lengua española en el mundo.

Una visita a la casona, su museo y biblioteca son una grata experiencia. Si usted es picado con los libros, puede hacer escalas refrescantes a una cuadra, en la esquina de Nápoles y Liverpool, en la cafetería Gabis, para reanimarse con un buen café de Veracruz, mientras se entretiene admirando la extensa colección de molinillos de café y cafeteras de todas las épocas. Si le apetece un tentempié hay sandwiches, tortas, pizzas, pasteles, donas, churros y pays.

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