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México D.F. Domingo 20 de julio de 2003
Blanche Petrich
Caso Digna: resultado vergonzoso, por ahora
Un buen fiscal, una buena fiscal, no realizan una investigación
de un crimen para "convencer" a nadie. No es su obligación ni el
propósito de su labor. Su trabajo es establecer con certeza científica
la verdad de los hechos investigados.
Los sucesivos equipos que se hicieron cargo de la averiguación
de la muerte de la abogada Digna Ochoa se dedicaron con gran empeño
a la labor de convencimiento de la opinión pública durante
al menos 16 meses, desde marzo de 2002. Lo hicieron por dos vías.
La primera, filtrando piezas seleccionadas de la investigación para
sesgar la información en algunos sectores de la prensa que, inadvertidos
o con natural inclinación a asumir como propias las versiones policiacas,
empezaron a crear un clima favorable a la hipótesis oficial de los
hechos: suicidio simulado. La segunda, más sofisticada, consistió
en conversar, en plan "confidencial", con cualquier líder de opinión
susceptible de criticar la versión del suicidio, para "revelar"
aspectos escabrosos "y dolorosos" de la personalidad de la víctima.
De este modo, si bien la conclusión no es aplaudida, la sombra de
la duda ha oscurecido la historia de esta luchadora por los derechos humanos.
El primero en usar esta táctica fue el subprocurador
y primer fiscal del caso, Renato Sales. Fue relevado de su cargo precisamente
por abusar de las filtraciones. Pero su sucesora, Margarita Guerra, concluyó
la tarea. Hace un mes, aproximadamente, los medios de comunicación
más proclives a repetir la versión del suicidio tuvieron
el privilegio de recibir, en piezas sueltas, más elementos del expediente,
todos ellos orientados a ilustrar la supuesta retorcida imagen de Digna
Ochoa, preparando el terreno para la conclusión del caso, que sin
sorpresas pero con gran expectativa, fue dado a conocer ayer.
La Procuraduría General de Justicia del Distrito
Federal (PGJDF) había prometido una averiguación del caso
transparente e impecable. Guerra Tejeda agregó: resultados basados
en peritajes científicos, certeros. Hoy concluye declarando la no
acción penal del caso, por tratarse de un suicidio que quiso aparecer
homicidio. Y basa la conclusión no en evidencias objetivas, sino
en un complejo entramado de maledicencias, chismes y estrategias -esas
sí científicas- de desinformación.
¿En qué momento los investigadores empezaron
a contemplar la hipótesis del suicidio, cuando la primera mecánica
de hechos demostraba sin lugar a dudas una acción de un homicida
profesional? Margarita Guerra dio la clave en una entrevista radial, cuando
señaló que "un sacerdote jesuita que trabajó muy de
cerca con Digna" la había descrito como una mujer con una personalidad
"llena de luces y de sombras". En las sombras, asumimos, se albergaría
ese personaje perverso que por años hizo creer a todo el mundo -a
sus compañeros del Centro Pro Juárez, a la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos, a su familia, a sus amigos, a todos
menos a algunos de sus jefes, todos ellos sacerdotes jesuitas- que era
amenazada y perseguida por algún cuerpo represivo.
Entre 1995 y 2000, periodo en que la abogada recibió
el grueso de amagos, las organizaciones no gubernamentales de derechos
humanos recibieron un total de 80 amenazas de muerte; en promedio, una
cada tres meses.
En la lógica de la fiscal, todas las amenazas,
menos las que sufría Digna, eran reales.
La palabra "suicidio" surgió en el entorno de compañeros
de Digna Ochoa cuando su cuerpo aún estaba tibio. Fue Alfredo Castillo,
trabajador del Centro Pro, cercano a su director, Edgar Cortés -uno
de los sacerdotes jesuitas-, quien la pronunció, en la acera de
la calle Zacatecas, en la noche del 19 de octubre de 2001. Castillo, como
muchos otros, llegó al lugar y le pidió su teléfono
celular a otro de los defensores de derechos humanos, Víctor Brenes.
Castillo marcó un número y al poco rato dijo:
-¿Edgar?, Digna ya se suicidó.
Brenes lo enfrentó: "¡No puedes decir eso!"
Pero lo dijo.
Empezó el proceso de investigación en medio
de clamores de justicia por la comunidad de defensores de derechos humanos.
Pero el Centro Pro, coadyuvante en la investigación, pronto empezó
a tomar distancia, a enfriar los gestos de solidaridad, a tejer en la oscuridad.
Con el paso de los meses, los miembros del Centro Pro y otros ex compañeros
dejaron de hablar cálidamente de Digna, a torcer el gesto, a desviar
la mirada y la conversación cuando se tocaba el tema.
Dos integrantes de la congregación jesuita contribuyeron
activamente a construir la historia que hoy ya es oficial. Desde las propias
oficinas de la PGJDF el abogado Enrique Flota, ex sacerdote, se convirtió
en brazo derecho de Sales y su contacto con periodistas y columnistas seleccionados,
dirigentes de la sociedad civil y políticos que desfilaron por la
oficina del subprocurador para recibir informaciones confidenciales de
su investigación. Flota conocía bien los flancos débiles
de la abogada. El fue el primer jefe de Digna en un bufete, cuando ésta
llegó, muy joven aún y como pasante, al Distrito Federal.
Por su parte, David Fernández, ex director del
Centro Pro y ahora provincial de la Compañía de Jesús,
hizo su parte, en el lobby de alto nivel, cobijado en el sólido
prestigio que tiene su congregación, en especial entre sectores
progresistas latinoamericanos. Dijo en alguna ocasión: "¡No
voy a permitir que hagan de Digna una mártir!" El, que siempre trabajó
teniendo a la vista una fotografía del mártir jesuita Miguel
Agustín Pro, nunca pronunció la palabra víctima para
referirse a la abogada caída.
Hoy esa palabra, "mártir", resulta reveladora.
En la última fase de su campaña de convencimiento, en la
que se prodigó en entrevistas de prensa, radio y televisión,
la fiscal Margarita Guerra ha denostado a la familia Ochoa y Plácido
por querer ver en Digna a una mártir.
Ellos, los jesuitas Fernández, Cortés y
Flota, han mantenido un bajo perfil ante los medios. Pero Fernández
recientemente escribió en una columna que corresponde a la procuraduría
de la ciudad -y "a nadie más"- concluir si la muerte de Digna fue
suicidio o asesinato. Y asegura que la verificación de los peritajes
realizados durante 21 meses de investigación por los expertos de
la CIDH "respaldan" la averiguación.
Esto no es así. La CIDH no avala ni descalifica
la investigación. La analiza. Y el resultado de ese análisis
es escalofriante. Algunos detalles de su informe final: en la escena del
crimen, alterada desde el primer momento, el cadáver fue movido
sin que fueran anotadas informaciones fundamentales para el peritaje; uno
de los casquillos de bala en el lugar de los hechos había sido pisado;
en la plancha del forense se cometieron errores graves; entre ellos figura
el que no se hayan tomado correctamente las huellas digitales de la víctima.
Mientras la pistola con que se hicieron los disparos estuvo en poder de
la policía esta "se cayó" y se rompió. Varios peritajes,
entre ellos los sicológicos, fueron repetidos con resultados contradictorios.
Algunas evidencias que aparecieron más de un año después
resultan "por lo menos desconcertantes". Y, finalmente, no fueron agotadas
todas las líneas de trabajo que habían sido recomendadas
previamente por el relator de la CIDH.
Con estas afirmaciones, difícilmente puede afirmarse
que el reporte de estos peritos respalda el trabajo de la fiscalía.
Este resultado, subraya el informe de la comisión de la Organización
de Estados Americanos, es producto de las fallas estructurales del sistema
de procuración de justicia capitalino. ¿Quién debe
responder por este desastre?
En vista del grave deterioro en la relación -que
debía haber sido de cooperación estrecha y ha sido de antagonismo
agudo, entre la familia Ochoa y Plácido y la fiscalía especial-
los meses recientes, el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés
Manuel López Obrador, asignó a su subsecretario de Gobierno,
Martí Batres, como enlace entre Margarita Guerra y la familia de
Digna Ochoa. Este funcionario había logrado acordar con la fiscal
Guerra que permitiera un plazo "no demasiado largo, no más de dos
meses" para que el nuevo equipo de abogados de los Ochoa y Plácido
pudiera presentar una serie de pruebas que les parecían fundamentales
para demostrar su convicción de que se trata de un asesinato.
El lunes 14 de julio el propio Batres y Jesús Ochoa
empezaron a redactar una carta precisando los términos de la solicitud.
Pero el martes 15 al mediodía, en el despacho del abogado José
Antonio Becerril se recibía la noticia de que las pruebas no serían
aceptadas, que el caso estaba cerrado y que esta misma semana sería
anunciada la conclusión. No hubo explicación de parte de
la fiscal sobre el fin del acuerdo.
Por ahora el capítulo de las fiscalías se
ha cerrado con un resultado vergonzoso. Habrá, en las próximas
semanas, un periodo en el que la Coordinación de Auxiliares de la
PGJDF estudie el dictamen de no ejercicio de la acción penal. Es
de esperarse que en esta fase se resuelva conceder a la familia de Digna
Ochoa el derecho de presentar sus propias pruebas. Quizá, entonces,
el caso pueda verse bajo nueva luz, lejos del veneno que al final enturbió
la visión de los fiscales.
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