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México D.F. Jueves 17 de julio de 2003

Martí Batres Guadarrama

La derrota del PAN y el regreso de Salinas

Como si lo hubiera planeado. Como si cada tramo lo hubiera decidido. Paso a paso, el PAN trazó su propio resultado electoral de este 6 de julio. Entregó su formidable capital político al viejo régimen sin recibir nada a cambio. Acaso sólo la burla de quienes vivieron con angustia la debacle de 2000 y hoy se regodean con el desenlace de los acontecimientos.

El victorioso panismo de hace dos años y medio colocó frente a sí un dilema: 1) Establecer una colaboración legislativa con el PRI para sacar adelante la continuidad del proyecto económico que inició en los años 80 con los gobiernos tricolores. 2) Desmantelar el viejo régimen político corporativo y castigar a los grandes corruptos que lo apuntalaron.

En la primera opción el gobierno tendría que respetar los viejos liderazgos y darle oxígeno a la antigua clase política, pero -suponían- a cambio lograría sacar adelante sus compromisos con el gobierno de Estados Unidos y con los grupos más poderosos de México. Ello significaría darle la espalda a la promesa de transformar el régimen político y moralizar al Estado, pero apostando al crecimiento de la economía con sus presuntos beneficios.

La opción dos significaría responder al anhelo más profundo de justicia de sus votantes, pero con el riesgo de un proceso muy intenso de confrontación política en medio de una economía estancada. Esta última alternativa implicaría alianzas distintas, particularmente con el PRD y otros sectores de la sociedad profundamente interesados en su democratización.

Se decidieron por el primer camino, acaso porque en el fondo están más cerca de los intereses de las oligarquías que de la gente común, con la convicción ingenua de que el PRI los apoyaría toda vez que fueron los propios gobiernos emanados de ese partido los que habían iniciado la aplicación de los cambios neoliberales, muchas veces con el propio respaldo de Acción Nacional. Así, se apoyaron en los operadores hacendarios del PRI, en su aparato diplomático y en su vieja burocracia, a la que dejaron intacta. Se olvidaron del ajuste con el pasado, ayudaron a Roberto Madrazo a ganar la contienda interna de su partido, quisieron convertir a Elba Esther en el factotum, reconstruyeron un puente de regreso hacia Carlos Salinas y protegieron el corporativismo sindical.

El PRI, astuto, aprovechó las decisiones del gobierno federal en su favor para recuperarse, pero no se dejó usar. Simuló acuerdos para ganar tiempo y al final no cumplió con ninguno. En los hechos el PAN no aplicó ninguna de sus dos estrategias posibles: ni concretó acuerdo alguno con el PRI para sacar una sola de sus llamadas reformas estructurales (impuesto al consumo, privatización eléctrica y flexibilización de la jornada laboral), ni dio paso para cambiar las viejas estructuras políticas. El PAN se resistió a pactar con el PRD una reforma electoral para disminuir el costo de las campañas, una reforma laboral para democratizar los sindicatos o impulsar la reforma del Estado para cambiar el régimen político. Hubo el momento en que pudo haber dado el viraje, y ante el fracaso de su primera opción, virar hacia la segunda. Al Pemexgate no quiso sino utilizarlo como medida de presión contra el PRI sin llegar hasta el desafuero de los líderes petroleros, cuando pudo hacerlo, con el propósito de no descartar la anuencia priísta a la reforma energética, que por cierto nunca ocurrió. En estas circunstancias Acción Nacional no obtuvo nada: ni continuidad del proyecto económico ni desmantelamiento de la vieja clase política.

Cuidado y protegido por el propio gobierno, el tricolor le tomó la medida. Evitó el costo político que significaría apoyar las iniciativas de un gobierno panista y se preparó para recuperarse. Ingenuamente, de nuevo, el PAN esperaba un castigo electoral hacia la oposición en su conjunto por "no querer colaborar".

El electorado, sin embargo, saturado de escuchar que el Legislativo no servía para nada, no acudió a respaldar al Ejecutivo federal, sino simplemente disminuyó su participación en un proceso electoral del que habrían de emerger los diputados que el gobierno federal señaló ya como plenamente inútiles.

Olvidaron que la ciudadanía no esperaba del PAN lo que el PRI ya hacía: promover la política económica neoliberal, sino lo que el PRI no ofrecía: honestidad y democracia. Ahora ya fueron derrotados. Ahora ya está Salinas de regreso tomando el timón del Institucional. Inclusive ahora también es el ex presidente quien elige al coordinador parlamentario del Partido Verde.

Si el gobierno federal continúa pensando que su gran tarea es realizar las reformas estructurales famosas, y si éstas se concretan con la nueva configuración política, el PRI podrá gritarle al mundo y decirle al gobierno de Estados Unidos, al gran capital mexicano y a los organismos financieros internacionales que lo que faltaba para hacer dichas reformas no era un gobierno panista sino el regreso de Salinas y la recuperación política del Partido Revolucionario Institucional.

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