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México D.F. Martes 15 de julio de 2003
Javier Oliva Posadas
Absterminator
Hace dos entregas, en este mismo espacio, pronostiqué que existían muchas posibilidades de que el abstencionismo ascendiera a 60 por ciento del padrón. Según las cifras definitivas del IFE, la cifra se ubicó en 58 por ciento. Si se considera que la distribución del voto entre los tres principales partidos políticos, y con referencia a los porcentajes obtenidos respecto del total de la lista nominal, tendríamos que el PRI obtuvo 15 por ciento aproximadamente; el PAN, 12 por ciento, y el PRD 8 por ciento. El nivel y capacidad de representación es sumamente preocupante.
Se han intentado muchas respuestas e interpretaciones para el fenómeno del abstencionismo y, por supuesto, al caso de las elecciones del pasado 6 de julio. Sin embargo, yendo a la cuestión de los números y los promedios se puede observar claramente que de no darse una seria rectificación en los procesos que promueven la identidad entre electores y partidos políticos, vamos directamente a una crisis de representatividad y, en consecuencia, del sistema de partidos en su conjunto. Los trabajos de la autoridad respecto de la calificación y composición de las fracciones en la 59 Legislatura aparentemente se agotan en ese proceso.
Pero la capacidad para convocar a las urnas, no nos equivoquemos, es finalidad y misión de los partidos políticos. Estos son maquinarias electorales que mediante argumentos y candidatos atraen la atención del elector para que sufrague por ellos (o al menos así debiera ser). En pocas palabras: sin los suficientes votos no hay espacios ni recursos, al menos en la legislación mexicana. De esa manera, los escenarios idílicos de una ciudadanía que con su voto premia o castiga a los gobiernos en turno sin más información que los programas y obras de la administración pública, y en menor medida por la información que consume a través de los medios, nos deja en claro que no hay ni conocimiento ni certeza respecto de qué sociedad somos para los partidos políticos. No obstante, también hay que dirigir la mirada a otro hecho.
El desprestigio de la política como proceso para lograr acuerdos duraderos, que por ello propician certidumbre y estabilidad, ha influido decididamente para que mucho de lo que se entienda o comprenda que es política se asocie a actividades poco valoradas. Acordar o pactar en política es en nuestro país sinónimo de transar e incluso traicionar, cuando precisamente el acuerdo y la negociación son la esencia del quehacer político. El debate requiere tiempo e ideas.
ƑCuál es el nivel del debate político en México? ƑCuál es la calidad de los medios y de los analistas en este terreno? Las consecuencias de la polarización, de la ausencia de plataformas y ofertas claras (que no simplistas) en definitiva no contribuyeron a la participación electoral. Si el próximo año tenemos 10 elecciones para renovar otros tantos gobiernos estatales, más otros cuatro procesos intermedios, también locales, la intensidad en la dinámica electoral puede provocar que el desánimo aumente.
Los riesgos de una crisis de representatividad son serios. Y si mientras en el Congreso se discuten unas cosas, la ciudadanía busca respuestas a problemas concretos y directos sin encontrar formas adecuadas para satisfacerlas, la falta de interés se tornará en rechazo. Más que festejar triunfos o buscar a los responsables de las derrotas, los partidos políticos debieran enfocar sus reflexiones a por qué 58 por ciento de la población no acudió a sufragar y que además 3.36 por ciento de la lista nominal, o sea, 905 mil votantes anularon su papeleta, según los datos del IFE del domingo por la noche.
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