ENRIQUE FLORESCANO
Figura 1. La Placa de Leiden, fechada en 320 d.C., con el cuerpo engalanado de un gobernante maya. Como se advierte, todo el cuerpo del soberano está cubierto de dioses, emblemas y símbolos. |
Una pequeña hacha de jade procedente del Petén guatemalteco, la famosa Placa de Leiden, fechada en el año 320 d.C., contiene uno de los primeros programas iconográficos centrados en la figura del soberano (Fig. 1). Linda Schele, en un análisis brillante, mostró que la muchedumbre de símbolos que cubren el cuerpo de este ajaw maya puede descomponerse en los distribuidos en el tocado, los que cubren su pecho, los brazos y las manos, los concentrados en la cintura y los agrupados en las extremidades inferiores (Fig. 2). Como se advierte, el cuerpo entero del ajaw es un territorio invadido por los dioses, símbolos y emblemas que lo protegen. ƑCuáles son esos dioses y símbolos?
La parte más sagrada de ese territorio, la cabeza, está ocupada por el tocado, donde sobresalen el llamado dios Bufón, una banda real que en su origen estaba formada por la imagen simplificada de una mazorca y dos hojas de maíz a los lados; y el jaguar, el animal emblemático de los reyes mayas. En el pecho destaca el cetro de doble cabeza de serpientes, de cuyas bocas brotan de un lado la cara del dios sol y del otro la del dios K, el numen asociado con el ascenso al poder de los gobernantes. En el cinturón aparecen colgadas las efigies de otros dioses y debajo de sus pies se ve la figura de un cautivo noble destinado al sacrificio, que inútilmente forcejea para liberarse de sus ataduras. Cuando estos mensajes se trasladaron a las estelas levantadas en las plazas y frente a los templos y palacios, transportaron al espacio público la figura del soberano como persona dotada de los poderes más altos e imbuida con los atributos de la majestad, la permanencia y la ubicuidad. Durante la época Clásica (250-900 d.C.), la estela es el monumento preferido para propagar los mensajes del poder y la figura del ajaw la imagen más difundida.
En la accidentada vida de los reinos mesoamericanos un problema que recurría una y otra vez era validar la legitimidad de los aspirantes al trono, así que entre las responsabilidades del soberano estaba la de designar o imponer un heredero legítimo. Una vez que éste era escogido, los instrumentos de comunicación del reino se concentraban en propagar esa noticia y en divulgar el nombre y la imagen del favorecido, como se aprecia en los tableros de Palenque, dedicados a mostrar el retrato de Kan Balam II, el heredero de Pakal (Fig. 3), o en los murales de Bonampak, que exhiben la figura infantil del sucesor de Chaan Muan (Fig. 4). Joyce Marcus observa que con frecuencia la imagen de quienes menos derechos tenían para acceder al cargo era la más representada.
Figura 4. Pintura mural de Bonampak que muestra la presentación ante un cortejo de nobles del heredero de Chaan Muan, el ajaw de Palenque, quien mandó pintar estos frescos. |
Figura 5. Entronización de K'inich Janaab Pakal I en la llamada Tableta Oval de Palenque. El joven ajaw, sentado en el Trono de Jaguar, recibe de su madre el tocado real. Como se advierte, debajo de esta Tableta está el trono real donde fueron entronizados los soberanos que siguieron a Pakal. |
La teatralización de los actos del gobernante es aún más marcada en las escenas que lo representan ejecutando las funciones que le imponía su cargo. La imagen que lo exhibe en su papel de cabeza del reino es quizá la más difundida. Incluye los conocidos retratos de su ascensión al poder y los no menos numerosos que lo muestran como jefe supremo del reino, desplegando la glamorosa regalía real y ocupando los espacios centrales del palacio, la gran plaza y las ceremonias públicas. Sigue luego la nutrida iconografía donde el soberano aparece como capitán de los ejércitos, escudo protector del reino y poderoso capturador de enemigos (Figs. 11, 12 y 13). En el Posclásico (1000-1500 d.C.), la imagen guerrera del ajaw o del tlatoani se convierte, como lo testimonian los casos de Chichén Itzá y Tula, en la figura distintiva del jefe del reino.
Figura 6. Representación de un ajaw maya, sosteniendo un cetro ceremonial y rodeado por una Serpiente de la Guerra.
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Una de las funciones más antiguas del tlatoani era interceder ante los dioses para el buen logro de las cosechas. Esta tarea, registrada en el calendario por innumerables ceremonias dedicadas a propiciar las lluvias y la fertilidad, había devenido en una teatralización espectacular de los dirigentes mexicas en la época de su esplendor. La fiesta de Huey Tozoztli, que tenía lugar entre el 15 de abril y el 4 de mayo, era quizá la más importante, pues celebraba la llegada de las lluvias y el inicio de las siembras. En sus orígenes debió ser la fiesta campesina por excelencia, el acto que congregaba a los labradores de las aldeas en una tarea común que nadie podía evadir. Pero en la época de Moctezuma Zocoyotzin el rito campesino se había transformado en una escenificación del poder, protagonizada por el tlatoani mexica y los jefes de la Triple Alianza.
La primera parte de esta ceremonia tenía lugar en la cumbre del Monte Tláloc, el lugar más alto de la sierra en el lado oriental del valle de México. Esta montaña era una de las fuentes de donde manaba el agua hacia el valle y por esta circunstancia el Monte Tláloc fue el centro de una ceremonia anual, encabezada por los reyes de Tenochtitlán, Tezcoco, Tlacopan y Xochimilco a fines de abril o principios de mayo. Era una suerte de rito de pasaje entre el tiempo de secas y el principio de la época de lluvias, el parteaguas que dividía las dos estaciones más importantes de Mesoamérica.
Figura 7. Reyes mixtecos sentados en su trono, según el Códice Bodley y el Códice Nuttall. |
Cuando la comitiva real llegaba a la cumbre del cerro, teniendo ante sí el espectáculo imponente de los volcanes y la extensa planicie de los valles de México y Puebla, accedía a un corredor bordeado por una alta pared de piedras y entraba en un recinto cuadrado, orientado hacia los rumbos principales del cosmos. En el interior de este espacio sagrado se levantaba el templo que albergaba una efigie de Tláloc rodeada de pequeñas figuras que representaban las montañas de los alrededores.
La comitiva real entraba en este recinto que resumía la geografía del cosmos llevando consigo regalos y comida para los dioses. Siguiendo un orden jerárquico estricto, los reyes depositaban sus ofrendas frente a los dioses y procedían a vestirlos y alimentarlos. Cuando los dioses estaban ataviados con sus nuevas vestiduras recibían como ofrenda la sangre de niños sacrificados. Concluida la ceremonia de petición de lluvias y cosechas abundantes, a la que sólo tenían acceso los señores de la Triple Alianza, la comitiva emprendía el descenso al valle. Así, en su papel de interlocutores ante los dioses, los jefes políticos presidían el momento crítico del cambio de las estaciones, cuando comenzaba la temporada de lluvias que habría de fertilizar los campos. Su viaje a la montaña sagrada, figurada en este caso por el Monte Tláloc, repetía el viaje de los ancestros a la Montaña Primordial que guardaba las aguas germinales y las semillas nutricias. Al retornar al lago y a los templos de Tenochtitlán, los gobernantes pretendían estar imbuidos de los poderes del héroe cultural o de los Gemelos Divinos que habían vencido a las potencias del inframundo. Es decir, aparentaban llevar a los pobladores del valle el agua y las semillas reproductoras de la vida.
Figura 8. Escultura funeraria del rey Pakal de Palenque, encontrada en su tumba. |
Figura 9. Máscara funeraria de jade de un ajaw de Calakmul, Campeche. |
Un ejemplo impresionante de los ritos que promovían la comunicación entre los vivos y los muertos lo brindan los célebres dinteles de Yaxchilán, en los cuales el ajaw Itzamnaaj Balam II mandó grabar unos bajorrelieves dramáticos. En estas escenas se ve a su esposa, la señora K'ab' al Xook, ejecutando el sacrificio de derramar sangre de su lengua para convocar a sus antepasados en el alucinante rito llamado Visión de la Serpiente (Fig. 14). El ancestro que aparece entre las fauces abiertas de la sierpe es nada menos que Yooat Balam, el fundador de la dinastía de Yaxchilán, quien de esta manera venía a legitimar el ascenso al poder de Itzamnaaj Balam II y su familia. Como afirma Patricia Mcanany en su estudio sobre la función de los ancestros en la sociedad maya, "Los ancestros generalmente son invocados para legitimar, santificar y poner orden en la existencia diaria". El ajaw maya, el stoho mixteco o el tlatoani naua, al remontar sus ancestros a los orígenes del reino o a los mismos dioses creadores del cosmos, comenzaron a participar de la condición de los seres sobrenaturales. Tal era el propósito último de las teatralizaciones del poder en Mesoamérica: grabar en el imaginario de los pobladores del reino la idea de que los gobernantes ejercían el poder por mandato divino.
Figura 10. Entrada a la tumba de Suchilquitongo, en Huijazoo, Oaxaca, quizá la recámara funeraria más elaborada y rica de esta cultura. Dibujo de Felipe Dávalos. |
La fascinadora teatralización del poder que acabamos de resumir en algunas de sus escenas más salientes, en particular las que provienen de la región maya, contrasta con las representaciones del poder en el occidente y el centro de Mesoamérica. Quienes hace años advirtieron estas diferencias, como el arqueólogo David C. Grove, hicieron observaciones interesantes:
"Durante el período Clásico, el arte monumental concentrado en la realeza prevaleció en el área maya, pero no era significativo en las regiones del Altiplano o del sur, tales como Teotihuacán, Cholula o Monte Albán [...Los investigadores] atribuyeron estas diferencias a la existencia de dos sistemas ideológicos opuestos[...] En el sistema sociopolítico e ideológico de la costa del Golfo de México, lo mismo que durante el milenio maya, la realeza fue personalizada y reificada en el arte monumental, mientras que la estructura ideológica del occidente de Mesoamérica[...no le otorgó importancia a] los retratos monumentales de los reyes[...] Esta diferencia regional continuó sin cambios durante el período Clásico".
En la última década, los descubrimientos de estelas y otras representaciones del soberano en Monte Albán, Cholula y el Altiplano Central, mostraron que la representación teatralizada del jefe del Estado continuó siendo una constante del arte público. La diferencia más notable con la tradición olmeca y maya es la que se observa en las formas de representación del poder originadas en Teotihuacán. Se trata de una diferencia relacionada más con la concepción política del poder que con su representación artística. Es decir, la dilatada iconografía acumulada sobre los jefes olmecas y los numerosos reinos mayas muestra, sin sombra de duda, que estamos ante una exaltación del gobernante en turno; en esas imágenes el objetivo es magnificar la persona que en ese momento ocupa el cargo de jefe supremo del reino.
Los estudiosos de la realeza olmeca advirtieron que las famosas cabezas colosales son retratos de señores específicos, identificados por su tocado, rasgos faciales y otros aspectos. En el caso de las representaciones de los reyes mayas las pruebas son copiosas y contundentes. Los estudios epigráficos iniciados en el siglo pasado y acrecentados en las últimas décadas, permitieron identificar por su nombre, edad, fechas de designación y muerte, casamiento y hazañas, a los gobernantes que buscaron inmortalizar su efigie en las estelas y monumentos de la época Clásica. En todos estos casos las estelas exaltan a personajes históricos, glorifican a individuos de carne y hueso. Dicho de otro modo, los símbolos y emblemas que cubren la imagen del soberano son adjetivos, informan que el personaje contiene las cualidades y poderes de los signos impresos en su cuerpo.
Figura 12. Dintel de procedencia desconocida, probablemente de la región de Chiapas o Guatemala, que describe con maestría una escena en los aposentos reales. En la parte superior izquierda se ve la figura del ajaw Itzamnaaj III de Yaxchilán (769-800), quien recibe al capitán Aj Chak Maax. Este último le presenta tres cautivos, quienes expresan su consternación. |
Lo mismo ocurre con las imágenes que representan a Kukulcán, Nakxit o Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl en Chichén Itzá, Tula o Tenochtitlán. La característica común de estas imágenes es que en ninguna de ellas aparece el nombre o los datos históricos del individuo que representan. La imagen se limita a indicar que Kukulcán es un guerrero vestido con los atavíos del militar teotihuacano y rodeado por el emblema de la Serpiente Emplumada, o que Topiltzin Quetzalcóatl se identifica por ese emblema y el símbolo de la estera. Es decir, la iconografía del poder de tradición tolteca, en lugar de significar al individuo, refiere a los símbolos de la realeza o del Estado, a los sustentos institucionales del poder.
Los dos cuerpos del rey
Figura 13.La famosa pintura de Bonampak que escenifica la presentación de los cautivos de la guerra al ajaw Chaan Muan, quien se yergue triunfal ante las imágenes dramáticas de los vencidos. |
Desde los iniciales reinos olmecas y durante el período Clásico, el sustento de las dinastías reposaba en la concepción de que el cuerpo del rey es mortal pero la dinastía tenía una vida sempiterna. En consonancia con esta tesis, la realeza, la banda o diadema real, el cetro o el trono, poco a poco se independizaron del cuerpo mortal del soberano y adquirieron el rango de símbolos del reino; es decir, se transformaron en instituciones con estatuto propio y vida eterna, o al menos tan larga como la de la propia dinastía.
Figura 14. Rito de la Visión de la Serpiente, ejecutado por la señora K'ab'al Xook. Mediante el derramamiento de su propia sangre, la esposa del ajaw de Yaxchilán, Itzamnaaj Balam II, ha hecho comparecer al fundador de la dinastía de ese reino, Yooat Balam, cuya cara aparece entre las fauces abiertas de la serpiente. |
Los sabios y estadistas formados en Tollan-Teotihuacán avanzaron un paso más en el afán de separar el cuerpo perecedero del soberano del estatuto del reino. En contraste con la tradición olmeca y maya, que le atribuía al dios del maíz o al gobernante la creación del mundo y la civilización, los hijos de Tollan concibieron el Estado como el lugar de las fundaciones primordiales y declararon en sus mitos que en Tollan había nacido el Quinto Sol, el reino, la autoridad política y los emblemas del poder. En esta tradición Tollan es la cuna de la autoridad política y la fuente de la legitimidad dinástica.
El diseño mismo de la ciudad es una expresión de esas concepciones. Tollan fue concebida como un axis mundi donde convergían las fuerzas que mantenían el orden cósmico, era el ombligo del universo. La distribución de sus templos, palacios, plazas, avenidas y barrios obedecía a un orden riguroso, y sus gigantescas viviendas colectivas contenían la población urbana y la rural, de tal manera que la ciudad era, como dice Esther Pasztory, "el teatro ritual más grande de Mesoamérica, un teatro donde los actores y su audiencia convivían todo el tiempo". En este espacio planificado con exactitud, los dirigentes del Estado escenificaron sus actos políticos y religiosos, los transformaron en ritos emblemáticos de la realeza, y más tarde sus capitanes, comerciantes, sacerdotes, sabios y artesanos los propagaron en los distintos ámbitos de Mesoamérica.
Cuando este orden perfecto se vino abajo hacia 650, y los palacios y templos de la metrópoli cayeron destruidos, y los edificios fueron desencajados de sus cimientos y quemados, cuando la furia destructiva que invadió la ciudad se cebó en los recintos más sagrados e hizo añicos la efigie de los dioses, los emblemas del poder y la imagen de los dirigentes, pareció que el Quinto Sol que siglos atrás había iluminado el nacimiento de la metrópoli también desaparecía.
Figura 15. Lápida que cubre el sarcófago de Pakal, en Palenque. Aquí se ve a Pakal saliendo de las fauces del inframundo, vestido con el traje típico del dios del maíz, es decir, transformado en un inmortal. |
El encumbramiento del caudillo militar
Así, varios textos narran que a fines del siglo ix un jefe chichimeca llamado Mixcóatl o Camaxtle irrumpe en el México central e inicia una serie de conquistas que rematan en la fundación del reino de Tula-Xicotitlan. En estos textos Mixcóatl es un guerrero formidable que suma una victoria tras otra y hace conquistas en los cuatro rincones del mundo. En sus correrías conoce a una mujer aborigen, Chimalman, a quien combate y vence. Del enlace entre el aguerrido chichimeca y la mujer nativa emparentada con los antiguos toltecas nace Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl. En esta saga Mixcóatl es un precipitador de nuevas realidades, pues funda un reino en Culhuacán, poblado por chichimecas y antiguos descendientes de Teotihuacán. Poco más tarde su hijo, Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl, se establece en Tula, que llega a ser la capital de una poderosa confederación formada por Culhuacán y el señorío otomí de Otumba. Cuando esta confederación es destruida por luchas intestinas, comienza otro ciclo de migraciones que sigue el modelo de la diáspora que estremeció a Mesoamérica cuando se derrumbó la primera Tollan.
Este segundo ciclo narra la vasta dispersión de los toltecas que salieron de Tula-Xicotitlán a fines del siglo xii. Dicen estas historias que un grupo, dirigido por Mixtécatl, un descendiente de Mixcóatl-Camaxtle, se asentó en la Mixteca baja, en la región comprendida entre Acatlán y Tututepec, entre las tierras altas de Oaxaca y la costa sur del Pacífico.
Otro grupo, llamado nonoalca, abandonó Tula bajo la dirección de Xelhua y se asentó en Cholula, que vino a ser la capital política de esta región y el santuario de mayor prestigio en el área central de Mesoamérica, célebre por su dedicación a Ehécatl-Quetzalcóatl, el dios del viento. El edificio más notable de Tollan Cholollan era la pirámide consagrada a Quetzalcóatl. Dice una crónica que este monumento se construyó para hacer honor a "un capitán que trajo [a] la gente de esta ciudad, antiguamente, a poblar en ella, de partes muy remotas hacia el poniente [...] y este capitán se llamaba Quetzalcóatl, y muerto que fue, le hicieron templo". En este templo residían los sacerdotes dedicados al culto de "la imagen de Quetzalcóatl que estaba [...] en el templo grande, hecha de bulto y con barba larga". En estos relatos Quetzalcóatl es el fundador del reino de Cholula, el creador del linaje de la Serpiente Emplumada, el arquetipo del gobernante y el dios protector de la ciudad.
Otra variante de la migración chichimeca está narrada en la Historia tolteca-chichimeca, un relato complementado por los Mapas de Cuauhtinchan. La Historia tolteca-chichimeca relata la migración chichimeca desde el lejano Chicomóztoc hasta su asentamiento en las tierras de Puebla y Tlaxcala, donde fundan el señorío de Cuauhtinchan. Cuenta cómo los chichimecas se asentaron en la tierra, se mezclaron con las mujeres toltecas y fundaron ciudades que apellidaron Tollan, en recuerdo de la antigua capital tolteca, y erigieron el señorío de Cuauhtinchan. La crónica informa que desde el siglo xii hasta el xv los pueblos de Cuauhtinchan vivieron sometidos al reino de Cholula, a cuya capital pagaban tributo y era el lugar donde sus jefes recibían la investidura real. Los pobladores de Cuauhtinchan proclamaron que en Cholula sus ancestros recibieron los emblemas del poder y las tradiciones históricas de Tollan.
Una serie de lienzos, mapas y códices describe la migración de los chichimecas en la Mixteca Alta y la fundación del señorío de Coixtlahuaca. El Lienzo de Tlapiltepec y otros documentos relatan mediante pinturas la peregrinación desde las cuevas de Chicomóztoc hasta la gloriosa fundación de su señorío en las tierras del actual estado de Oaxaca. El Lienzo destaca la figura de Atonal, el fundador del reino, y registra su larga dinastía, que se extiende por 19 generaciones, así como la alianza entre Coixtlahuaca (situada en la Mixteca Alta) y la casa real de Cuahutinchan, en el sur de Puebla. Como se advierte, estos mapas y los relatos de Cholula y Cuauhtinchan celebran la migración de los tolteca-chichimecas, sus conquistas en tierras ajenas y la fundación de nuevos señoríos, que hacen descender de la antigua Tollan, el primer reino. El héroe de estos relatos es siempre el conductor de la migración: Mixcóatl, Mixtécatl, Xelhua, Quetzalcóatl o Atonal. Lo mismo se observa en el Códice Xólotl, que narra la invasión del guerrero chichimeca Xólotl en el México Central y describe su asentamiento en esa región y la fundación del reino de Tezcoco. En todos estos relatos la figura estelar es el jefe guerrero, y el asunto del relato, la fundación de un nuevo reino, concebido, como una repetición de la Tollan primordial.
El rasgo que distingue a estos jefes no es la antigüedad del linaje, sino sus prestigios guerreros, su capacidad para unificar pueblos de etnias diversas y la ambición de crear, en un medio donde predominaba la guerra depredadora, organizaciones políticas estables. En contraste con las antiguas familias gobernantes de la época Clásica, que presumían tener raíces ancestrales en el reino, los capitanes fundadores de Chichén Itzá, Tula, Cholula o Tezcoco despliegan orgullosos sus rasgos extranjeros, proclaman provenir de la Tollan primordial, o de antepasados vinculados con ella, visten a la usanza de los militares que le dieron fama a esa metrópoli, ignoran o pronuncian mal la lengua nativa y usan el náuatl como habla exclusiva de los dirigentes y los ritos de poder.
El jefe político que gobernó Chichén Itzá o Tula es encarecido por tres virtudes. Por la fuerza destructiva y defensiva que lo llevó a imponer orden en territorios acosados por una violencia intermitente. Por su talento para crear, en un medio donde se habían borrado las antiguas fronteras étnicas, lingüísticas y culturales, comunidades integradas por poblaciones heterogéneas, dotándolas de identidad, unidad y propósitos comunes. Y por último, por su condición de intermediarios entre los valores del mundo Clásico y la turbulenta realidad del Posclásico. Kukulcán, Nakxit y Topiltzin Quetzalcóatl declaran descender de los antiguos pobladores de Tollan-Teotihuacán, y se presentan como portadores de la tradición más prestigiosa e influyente de Mesoamérica. La identidad con el Estado que había originado la vida civilizada es el legado que les permitió construir organismos políticos fuertes, sustentados en la misión de recrear y propagar el ideal de Tollan.
En una época abrumadora por las catástrofes que dieron al traste con los antiguos reinos, Kukulcán, Nakxit y Topiltzin Quetzalcóatl restauraron la autoridad del Estado, y esa acción por sí sola los convirtió en héroes de su tiempo, en personajes míticos a cuyos nombres se colgaron los adjetivos que glorificaban a los gobernantes visionarios. Así, aún cuando ninguna fuente de la época informa sobre las biografías de Kukulcán o Nakxit, en la memoria maya del Posclásico estos nombres fueron sinónimos de capitán victorioso, fundador de reinos y jefe carismático que instauró una nueva forma de legitimar el poder y de convivencia entre grupos procedentes de diversas tradiciones.
Como se advierte, en contraste con los minuciosos retratos históricos del soberano grabados en las estelas, las pinturas o los textos de la época Clásica, los jefes y capitanes del Posclásico son representados por prototipos, por imágenes icónicas que apenas trazan sus rasgos generales y señalan con vigor su misión restauradora. Mixcóatl, Mixtécatl, Xelhua, Atonal o Xólotl son, como sus arquetipos Kukulcán, Nakxit y Topiltzin Quetzalcóatl, caudillos guerreros, fundadores de reinos y restauradores de los ideales políticos originados en la Tollan primordial. La repetición de sus figuras y fundaciones en los testimonios históricos, arqueológicos y etnográficos del Posclásico, muestra que en este tiempo el centro del relato histórico y de la memoria política fue la reconstrucción del Estado, la recreación de los mitos fundadores de la civilización tolteca: Ehécatl, el dios creador del Quinto Sol, Tollan, el reino paradigmático y Quetzalcóatl, el epítome del gobernante sabio.
Así, al restaurarse los hilos históricos, políticos y culturales que unían el legado tolteca con los jefes fundadores de nuevos estados en el Posclásico, Tollan-Teotihuacán recupera su papel rector en el desarrollo histórico del Altiplano Central. A su vez, esta interpretación del proceso histórico despoja a la Tula de Hidalgo de la falsa identidad que le impuso la Mesa Redonda de 1941 y la ubica en la centralidad de su tiempo histórico, en el momento en que la restauración del liderazgo político promueve la creación de un Estado cuyo nombre, como el de su líder y sus emblemas, rememoraban la fama y el prestigio de los antepasados toltecas.