José Cueli

El instante del deseo y la muerte

Ayer, 7 de julio, día de San Fermín, se dio el tradicional chupinazo en Pamplona, inicio de la feria. Los toros corretearán por las calles a galope y la ciudad en éxtasis vivirá un preludio de recia sinfonía de sangre. Palmas de danza y el herraje chocando en el redondel de la plaza, a la llegada de los bureles. Las narices de los toros echando humo, agitándose como alas. La rabia contenida a punto de explotar. El fuelle trepidará en las carretas de Santo Domingo. Fuelle que resopla, ensancha y cruje a su impulso al fondo de fuego que avivará los pitones de los toros.

Con los pitones ya calientes, las bardas en las empedradas callejuelas golpearán con un canto por martinetes, el tradicional primero de enero, 2 de febrero... y restañará la carne de los mozos corredores el choque. El ferrero chasquido de los pitones en la carne semejará notas musicales, mientras los toros, saciada el hambre de sangre, correrán por las calles y rematarán en prodigiosa curva, rumbo a la plaza, ignorados sus pitones, esos que forjan las hojas de la vida y la muerte.

Y el crónico imaginando a ese mozo que, asistiendo por primera vez y por azar a la corrida de los toros, desde una de las trancas, en un impulso, salta sobre las empedradas callejuelas, e imitando a los corredores se defiende con pasos, recortes y requiebros, a cuerpo limpio, al enfrentar a los toros. Y recordando a Pierre Rey especuló en el tiempo de esa caída en la calle o en hoyo. Un hoyo del pensamiento es un instante sin lenguaje. Ese instante en el que gozamos, cuando el lenguaje deja el lugar al cuerpo, para que hable en su lugar.

Ya que se goza cuando no se piensa. Esa espontaneidad que perdió el toreo con su uniformidad aprendida se rescata cada año en la tradicional feria de una Pamplona taquillera como ninguna.