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México D.F. Martes 8 de julio de 2003
Pedro Miguel
Heliogábalo
Tal vez algunos desconozcan la carga irónica detrás
del mote de Il Cavaliere con que se conoce a Silvio Berlusconi.
Silvio Heliogábalo lo llamó Antonio Tabucchi -autor
que ahora sufre en la Italia berlusconiana el problema de la censura-,
en evocación de aquel corruptísimo emperador romano (218-222)
que sirvió de ejemplo a John Locke para argumentar sobre la indisoluble
relación entre la esencia humana y un cuerpo y una forma específicos:
"No creo que nadie, por seguro que esté de que el alma de Heliogábalo
resida en uno de sus cerdos, diga que ese cerdo es un hombre, o que es
el propio Heliogábalo", asentaba el filósofo en su Ensayo
sobre el entendimiento humano.
Pero Il Cavaliere o Heliogábalo no
tiene nada de caballeroso. Así pudo constatarlo Indro Montanelli,
venerable periodista de derechas de toda la vida que se lió en los
negocios con el actual gobernante y que salió tan decepcionado de
la aventura que terminó llamando a los italianos a votar por la
izquierda. Así lo percibió también la opinión
pública europea el pasado miércoles, cuando el truhán
impresentable se estrenó como presidente de la Unión Europea
(UE) insultando al diputado alemán Martin Schulz, a quien comparó
con un guardián nazi de campo de concentración. El canciller
Gerhard Schroeder exigió que Il Cavaliere se retractara y
ofreciera disculpas. Como la presión era tan fuerte, al día
siguiente, Berlusconi llamó por teléfono a Schroeder para
pedir perdón. Pero el viernes declaró que no había
ofrecido ninguna disculpa; "sólo subrayé que yo había
sido el ofendido", dijo el tramposo político-empresario.
Por sí solas, la patanería y la bajeza de
Berlusconi podrían ser un desdoro menor para la UE; a fin de cuentas,
ninguno de los textos fundamentales de ese conglomerado de naciones prohíbe
explícitamente que el presidente en turno arroje excrementos a sus
críticos. Lo más grave es que la Europa comunitaria, que
se pretende modelo de legalidad, democracia y justicia, esté presidida
por un sujeto de largos y graves antecedentes penales. Montanelli no tenía
otra forma de explicarse el origen de la fortuna de Berlusconi que el reciclaje
de dinero sucio. Il Cavaliere ha sido investigado por evasión
fiscal, soborno, asociación con la mafia, lavado de dinero
y hasta por su presunta participación en el asesinato de un juez.
Cuesta creer que en el contexto de la democracia italiana los procesos
e indagatorias correspondientes -algunos aún en curso- no se hayan
constituido en un impedimento insalvable para que un sujeto como Berlusconi
conquistara, por segunda ocasión, en 2001, la jefatura del gobierno.
Pero, según los indicios disponibles, Il Cavaliere se lanzó
a la política precisamente para alcanzar posiciones que le permitieran
tapar sus ilegalidades y asegurar la impunidad. Y hasta la fecha, el premier
italiano ha logrado que sus partidarios en el parlamento impidan cualquier
investigación de sus negocios turbios.
Pero, más allá de inelegancias e ilegalidades,
el ascenso político de Berlusconi es una exhibición de inmoralidad:
la que implica ser dueño de la mayor parte de la televisión
italiana y, al mismo tiempo, el jefe de los medios electrónicos
del Estado. Lo ilustra esta reflexión aparecida en el periódico
madrileño El País el 29 de junio: "Cuando el pasado
28 de mayo tomó asiento en la tribuna de personalidades en el estadio
Old Trafford para presenciar la final de la Copa de Campeones, lo hacía
en su triple condición de primer ministro italiano (los dos equipos
finalistas lo eran), presidente del Milán y gran patrón de
la televisión, porque fue una de las emisoras de su propiedad, Canale
5, la que transmitió en directo el encuentro".
Il Cavaliere posee la mayoría de la empresa
que controla los tres mayores canales privados italianos; es propietario
de Mondadori, la principal editorial del país, cuyas divisiones
de libros y revistas abarcan, respectivamente, 30 y 38 por ciento de los
correspondientes mercados nacionales; es dueño, además, del
semanario Panorama, los diarios Il Giornale e Il Foglio,
un portal de Internet y hasta una empresa encuestadora, Datamedia, que
en la campaña electoral del año antepasado inflaba 7 por
ciento las preferencias electorales en favor de la coalición de
nacionalistas, fascistas y xenófobos que encabeza el propio Berlusconi.
En el año 222, los mismos militares que habían
encumbrado a Heliogábalo se hartaron de él, lo asesinaron
en una letrina y tiraron su cadáver al Tíber. La democracia
italiana ha tenido varias oportunidades de deshacerse -en un sentido político,
por supuesto- de Berlusconi pero ha escogido, en cambio, hundirse en el
descrédito en compañía de su primer ministro. Antes
del segundo triunfo electoral de Il Cavaliere, y ante la andanada
de críticas de la prensa extranjera por su impunidad ascendente,
el empresario Giovanni Agnelli (Fiat) se quejó de que su país
estuviese siendo tratado como república bananera. No pudo reconocer
que cualquier nación que permita ser gobernada por un tipo como
Berlusconi es una república bananera. Ahora la institucionalidad
política de la UE tendrá que elegir entre hacer el vacío
a su flamante presidente y sobrellevar con discreción la vergüenza
durante los próximos seis meses o asumirse como un territorio de
impunidad, corrupción y decadencia.
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