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México D.F. Domingo 6 de julio de 2003

Manuel Vázquez Montalbán

Europa, gobernada por un actor supuestamente cómico

Profundidad o simplicidad democrática, Berlusconi cree que todo le está permitido porque ha sido elegido por el electorado italiano. Esa es su soberanía. En el pasado su prepotencia la condicionaban los beneficios de sus empresas o la amistad de Craxi o los goles de Van Basten, pero ahora es el pueblo italiano el que le ha aupado a la cabeza de una mayoría democrática. Esos son sus poderes.

Como si fuera aprendiz de uno de los grandes cómicos del neorrealismo italiano, Berlusconi aplica a la dirección de la política europea la gestualidad y el sistema de señales de cualquiera de los protagonistas de I soliti ignoti, aquel espléndido espectro de comicidades patéticas servidas por Gassman, Toto, Mastroianni, Memmo Carotenutto, Renato Salvatori... Inolvidables algunos de sus excesos protocolarios, como haber hecho con la mano la señal de los cuernos sobre la cabeza del entonces ministro de Asuntos Exteriores español, Josep Piqué. Cuando el ministro se vio fotografiado bajo tan grosera constatación o profecía trató de disculpar a Berlusconi reconociéndole el derecho a ser diferente.

Tenemos garantizado el espectáculo durante seis meses. Situado en el más importante escenario político del imaginario europeo, Berlusconi dispone de una difícilmente repetible oportunidad de internacionalizar su teatralidad. Ahora ha bastado que un parlamentario socialista le recordara su condición de encausado por la justicia italiana, sólo a salvo gracias a una ley de inmunidad que Berlusconi ha diseñado a la medida, para que del sur de la cintura del cavalliere haya salido un código lingüístico sin precedentes. En el parlamento español el aragonés Labordeta, cantante y escritor vinculado a la izquierda, suele saltar por encima de las convenciones parlamentarias enviando a la mierda o a más incómodos horizontes y texturas a los irascibles diputados de la derecha que lo increpan. Pero Labordeta es un cantante, un poeta, y por tanto nadie va a discutirle el derecho al empleo de licencias y metáforas.

Berlusconi, que se sepa, no es poeta ni ha llegado adonde ha llegado escalando metáforas. Por eso cuando insulta a un diputado socialista europeo llamándole capo de campo de concentración nazi, porque lo está acosando con el recuerdo de sus desastres políticos y morales, lo insulta de verdad, con todas sus consecuencias, y confirma los recelos con los que los europeos han acogido el posible efecto de ruleta rusa de la presidencia de Berlusconi. El estilo es el hombre, solían decir los estetas de entreguerras, de entre qué guerras no importa. Por suerte esa presidencia transita de momento por un largo verano, periodo vacacional durante el cual Europa se convierte en una entidad improbable, pero a partir de la rentrée quedarán cuatro meses para que Berlusconi se imite a sí mismo y quede impregnado de todos los pastiches que representa como sucedáneo de la poética y la ideología de un neoliberalismo económicamente autoritario e ideológicamente teológico.

No dotado con el doble o triple lenguaje que exige la no verdad instalada como lo políticamente correcto, este hombre puede arruinar Europa con mayor eficacia que la mostrada por Bush, Blair y Aznar cuando se reunieron en las Azores en el acto fundacional del Eje Atlántico enfrentado al lobby familiar de Saddam Hussein. Se necesita un plan urgente y europeo para controlar a Berlusconi, al menos durante los meses de su presidencia continental. Después ya volverá a ser un problema fundamentalmente para los italianos, que le han permitido acceder a la estatura de los estadistas.

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