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México D.F. Sábado 5 de julio de 2003
Ilán Semo
Elecciones
Si el estilo de la mercadotecnia se impone en las campañas electorales del 2003, no lo hace con las expectativas elementales que se esperan de los efectos que caracteriza al mundo de la estética de la mercancía. Inclusive la más trivial de las campañas comerciales que saturan nuestra vida cotidiana con ese flujo de imágenes que conforman el "paisaje natural" de hoy, apuesta al "golpe" de desviar o fijar la atención. Lo que asombra en esa muchedumbre de rostros anónimos que cuelgan de los postes (a saber: la única forma de muchedumbre que logra convocar la política de los años recientes) es su atonía, su unánime renuncia a lo singular, una suerte de deseada uniformidad. La pregunta es si detrás de esa unanimidad, que sirve de metáfora silvestre para expresar la uniformidad con la que se ha comportado la "clase política" desde el año 2000, no se advierten ciertas diferencias que, así sea de manera primitiva o primaria, empiezan a conformar una geografía política donde las opciones alternativas no se dirimen en torno a las ideologías o a los grandes relatos políticos (la democracia inmuniza al ciudadano contra el histrionismo verbal), sino en derredor de matices apenas distinguibles que obligan a cierta reflexividad.
A diferencia de lo que opina el empirismo tan en boga de los "analistas políticos", siempre he creído que un "hecho" es algo de lo que muchos hablan o escriben. La aparición de una virgen, por ejemplo, que algunos considerarían un acto ficticio, es un "hecho" que da significado al mundo de los creyentes. La lucha por las encuestas durante la contienda presidencial de 2000 fue un "hecho" que definió predilecciones (y acciones) políticas. Los "hechos", para decirlo con una alegoría, son el consenso del significado. Entre esos "hechos" se halla la continuidad de una parte considerable de la opinión pública que se apega a precisar las franjas que dividen al mundo político como una contienda, grosso modo, entre la izquierda y la derecha. Es una continuidad paradójica. Después de las monumentales crisis de la izquierda a lo largo del siglo XX (la más demoledora fue la caída del muro de Berlín) hubo quienes se aventuraron a decretar un cambio de paradigma central en la política. O en otras palabras: el deceso de esa construcción -o percepción- bipolar del conflicto político. Al parecer, sólo se trató de un receso, no de un deceso. Los términos izquierda y derecha siguen mostrando (en calidad de referencias políticas) una vitalidad que supera el carácter errabundo de sus destinos. La diferencia es acaso que antes, hace una década, todavía pasaban (como ya no sucede hoy) por referencias morales. Si algo enseña la historia del siglo XX es que los excesos de la izquierda pueden ser tan atroces como los de la derecha.
En un sistema democrático, más o menos funcional, la precisión de esta antinomia no resulta siempre sencilla. La razón es elemental: el número de acuerdos que se precisan para hacerla funcionar es ostensiblemente mayor que las diferencias que es capaz de asimilar. Por ello, tanto en el análisis como en la acción, en la democracia los matices lo son todo.
Definir al PAN y al foxismo como realidades de derecha no es tan sencillo, aunque tampoco resulte incorrecto. Si la derecha se define hoy como una fuerza dedicada a preservar un orden de privilegios en la sociedad, el sitio del PAN es consignable. Por un lado, no se le puede escatimar su aportación a esa suerte de democracia patito con la que se ha iniciado la fundación de un nuevo régimen. Por el otro, es indudable de que su compromiso con la distribución de la riqueza y el florecimiento de una sociedad basada en la igualdad de oportunidades es casi nulo o nulo.
La ubicación del PRD es más compleja. Keynesianismo social (ergo: distribución mínima del ingreso), educación pública y salud pública son los ingredientes elementales de una política de izquierda. Sin embargo, el PRD no puede o no logra desembarazarse de sus rasgos populistas de origen. Es decir, esa política que lleva a una fuerza a dar giros súbitos de un lado a otro del espectro político.
El PRI, Ƒqué es el PRI?
El Partido Revolucionario Institucional sigue siendo, como lo fue durante tanto tiempo, una entidad gelatinosa, capaz de ejercer virajes radicales. Sin embargo, ninguno de estos giros apunta hacia alguna afinidad con la izquierda. Cierto, un partido viejo en un nuevo sistema no es el mismo partido. Sin embargo, en el PRI no emerge -o no se distingue- ningún indicio de renuncia a un pasado con el que ni siquiera parece querer lidiar.
Los partidos minoritarios son auténticas incógnitas. En México, el juicio sobre un partido pasa inevitablemente por su ejercicio en el gobierno.
Mañana domingo, un votante reflexivo podría acaso guiarse por un antiguo lema: como a los individuos, a los partidos hay que juzgarlos por lo que hacen, no por lo que dicen de sí mismos
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