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México D.F. Lunes 30 de junio de 2003
José Cueli
La fusión del deseo y la muerte
La uniformidad en el toreo ha despedido a la poesía de las plazas de toros, Ƒy qué vale una plaza de la que desaparece todo vértigo de espontaneidad y torna indiscriminativa la memoria? Como la historia del toreo moderno tiende a la uniformidad, no existen diferencias entre los toros y los toreros, y los públicos lentamente pierden el interés en asistir a las plazas.
Hace cinco años los cosos se sintieron invadidos por los fantasmas del pasado, presentes como testigos invisibles de la agitación promovida por el entonces niño llamado El Juli, envuelto en una atmósfera diferente al resto de la torería, debido a la emoción que promovía enfrentando a los toros. Hoy día resulta un pegapases más, ya sin el encanto de la niñez, como se vio en Madrid y en la corrida celebrada en la plaza de Albacete -medio vacía- el jueves pasado, que transmitió la televisión española.
Una fiesta brava uniformada con toros que, gracias a la genética, aumentan la bondad y debilidad y pierden la cuesta, entendida como la fuerza, el instinto de tirar cornadas, de galopar y embestir por derecho, rápido, a lo que se mueve. La falta de casta termina en mansedumbre y peligro en ocasiones. Animales de embestida borreguna, en la misma forma que el buey sigue el arado, y faenas inspiradas sin sabor ni calor, con base en el interminable "derechazo" casi siempre ventajista. Tan es así que en la feria de San Isidro, quitando a los toros "victorinos", los demás fueron un compendio de mansedumbre. Algunos con sordo peligro, como el que le tocó a José Pacheco El Califa, que llegó a Madrid después de enterrar a su padre, el día anterior, y, a toma y daca, conectó con el público y salió triunfador de la feria. El Califa expresaba el deseo de proyectar fuera de sí toda la muerte que lo habitaba, y realizó la fusión del deseo y la muerte; el fruto fue la belleza, que le permitió salir de la uniformidad que asfixia a la fiesta.
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