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México D.F. Lunes 30 de junio de 2003
La muestra Caja de zapatos reúne
las mejores fotografías de los álbumes del barrio
Entre nostalgia, música y bailongo miles festejaron
tres años del Faro
La Banda Mixe, Jorge Reyes y los Santaneros, parte del
elenco El espacio se consolida como una plaza pública, donde se
participa de un espectáculo de calidad, señala Benjamín
González
MARIA RIVERA
La avenida Zaragoza, cerca de la salida a Puebla, luce
congestionada el atardecer del sábado, tras el aguacero que acaba
de caer. Con el cielo despejado, desde la Fábrica de Artes y Oficios
de Oriente (Faro) se alcanza a ver completo el horizonte: la vecina penitenciaría
de Santa Martha Acatitla, lugar de residencia de asaltantes, homicidas
y violadores sentenciados; el Peñón Viejo, que alberga colonias
como la Ejército de Oriente o El Hoyo, sedes de bandas que trafican
desde partes automotrices hasta drogas o armas, y la sierra de Santa Catarina
cuyas comunidades tienen índices de desnutrición similares
a los de Oaxaca o Chiapas. El traspatio de la ciudad de México,
en resumen.
Pero este día la gente del rumbo no está
para sumirse en la desesperanza, sino para gozar. Grupos de muchachos,
casi adolescentes, llegan entre risas portando amplias bermudas, camisetas,
y coloridos y exóticos peinados. Pero también aparecen familias
enteras -jefes, niños y abuelitos- con lo mejor del armario encima:
pantalón de mezclilla, suéteres con brillos para las señoras
y colores oscuros para los hombres, tenis recién lavados y, claro,
las infaltables cachuchas que lo mismo hablan de la cáscara dominguera
con el club Pantitlán que del trabajo en la ferretería La
Buena Tuerca.
Algunos son de las unidades y colonias vecinas, como Las
Fuentes, La Colmena, la Ermita Zaragoza o Santa Martha, pero otros han
hecho viaje especial desde Los Reyes, Tláhuac o Chimalhuacán.
La ocasión lo amerita; es el tercer aniversario del Faro, que echando
la casa por la ventana ha programado a la Banda Mixe, a Jorge Reyes y a
los Santaneros de Pepe Bustos.
Tras una rápida ojeada, los puestos de antojitos
que rodean el lugar -hamburguesas baras baras, pero de carne de
dudosa procedencia, duritos de dos la bolsa y esquites de cinco el vasito-
se apuran a entrar al inmueble en forma de barco, diseño del arquitecto
Alberto Kalach, para ver las exposiciones.
Doña Elvira Castellanos, de entallado vestido rojo,
mira y remira la exposición fotográfica Caja de zapatos,
realizada con las mejores imágenes de los álbumes familares
del barrio. "Aquí estoy yo", dice la mujer con gran sonrisa, mostrando
a una muchacha que es elevada en brazos por su pareja al llegar a su casa
tras la boda. No importa que el amor para siempre haya terminado 10 años
después, ni que aquel hogar terminara convertido en escenario de
desacuerdos y riñas, el retrato habla de la eterna lucha de los
seres humanos por conseguir ese pequeño lapso de paraíso
en la tierra que se llama felicidad.
Venga para acá, dice señalando a otra joven
pareja, que pasea del brazo por la calle de Mesones tras su jornada en
los talleres de costura del centro. Son sus padres. Se queda parada frente
a las fotos un buen rato, repasando sus sueños, sus recuerdos, su
historia.
Bichos por bichos
A
pocos pasos un grupo mira con detenimiento Bichos por bichos, exposición
colectiva de grabado, escultura, pintura y alebrijes, realizada por los
alumnos del Faro. Las piezas, algunas de grandes vuelos creativos, ejemplifican
los logros de la pedagogía de educar por y para el trabajo que se
sigue en este centro cultural, donde las artes y los oficios están
en diálogo permanente.
Como la lluvia sigue leve, pero tupida, hay pequeños
ajustes en el programa, y así la Banda Mixe, que estaba programada
para tocar en la explanada, termina haciéndolo en la galería.
Amontonada, pero contenta la concurrencia se balancea al ritmo de Dios
nunca muere o Solamente una vez. Con el olor a tierra mojada
llega la nostalgia. En el rostro y porte de muchos todavía quedan
rasgos campesinos, no en balde Iztapalapa ha sido históricamente
la reserva que contiene la migración del interior de la república
hacia la ciudad de México. Por eso, cuando llegan los primeros compases
del himno de los desarraigados, la Canción mixteca, los suspiros
se elevan y, claro, todos piden "¡otra, otra!" Y don Joel Wilfrido
Flores Villegas, director de esta agrupación de neza-oaxaqueños,
premio nacional de las artes de 2000, los remata con el Jarabe mixe.
Dos asuntos al mismo tiempo
Con el anochecer llega el asombro. Los miles de congregados
ante el foro central no saben para dónde mirar. Por un lado les
llegan los sonidos y las imágenes del espectáculo de Jorge
Reyes y por el otro las figuras que realizan los cuerpos desnudos de los
alumnos del centro cultural, en un performance, también atraen
su atención. Cada quien sigue los dos asuntos al mismo tiempo como
Dios le da a entender.
Pero los niños hacen que los padres permanezcan
frente a Jorge Reyes. Las fantasmagóricas figuras de los danzantes
del grupo mexiquense Nok Niuk (que en otomí significa amigos y hermanos)
y la música que escuchan los tienen azorados. No tratan de comprender
las danzas solares, de carácter guerrero, ni el origen de esos largos
ecos en los que se superpone la voz de Reyes, sólo fluyen con ellos.
Jorge, impulsor de proyectos de autogestión y admirador
del proyecto del Faro, explica que el asombro ante esta mezcla de sonidos
electrónicos, fusionados con otros provenientes de la cultura náhuatl,
india y tibetana, es natural. "Primero llega el desconcierto, quieren entender
de qué se va a tratar, pero lentamente vamos calentando al público
hasta que cuando menos se lo espera se encuentra sumergido en un estado
de éxtasis y contemplación."
Y en efecto, cuando terminó el espectáculo
todos se quedaron pasmados, esperando que continuara. No faltaron los que
pidieron un bis, como si de rolas se tratara, lo que habla de que la comunicación
se dio y de que pese a no haber tenido previamente acceso a esta clase
de música están abiertos a nuevas experiencias sensoriales.
Pero claro, una cosa es la experimentación y otra
la educación sentimental. Cuando llega la intervención de
Los Santaneros de Pepe Bustos, no quedaba sitio para moverse. "Es la hora
de la jefa", decía Agustín Estrada, encargado del área
cutural del Faro, y con razón, a la mayor parte de las parejas,
aunque peinaba canas, se le veía presta para el bailongo.
Trajes beiges, camisas blancas, los Santaneros, estaban
a la altura de las expectativas. Los espectadores mayores sacan a relucir
sus mejores pasos y el resto se defiende. Como buenos chilangos, las movidas
las bailan cual rocanrol, lo que hace que después de tres piezas
y miles de vueltas, las bailarinas pidan paz para recuperar el equilibrio.
Pero también hay espacio para cortarse las venas.
Si es cierto lo que dice Truman Capote de que la muerte de un sueño
o un amor no es menos triste que la muerte, y de hecho exige de aquellos
que los han perdido un luto igual de sentido, las lágrimas de aquella
mujer ante la estrofa: "que sacas del orgullo/ que sacas del rencor/ que
saco de la vida si me falta tu amor", están más que justificadas.
Cuando llegan las pegaditas, todas son reinas. Los arrumacos
aparecen y la noche luce esperanzadora. "Ya hay que irnos", dice uno al
que se le hace tarde para continuar la fiesta en el multifamiliar, pero
la otra se da a desear y le pide esperar a que toquen Perfume de gardenias.
Y así, entre nostalgia, asombros y suspiros el
Faro festejó su tercer aniversario y se consolida como una plaza
pública en el oriente de la ciudad que ofrece además de la
oportunidad de aprender un oficio relacionado con el arte, "espectáculos
de calidad, abriendo espacio a la comunión y el baile, al gozo y
el slam, al teatro y la diversidad", como dijo su director Benjamín
González. Pero tal vez lo más importante es que ha abierto
un resquicio creativo, lúdico y esperanzador en medio del olvido.
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