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México D.F. Lunes 30 de junio de 2003

Javier Oliva Posadas

Nuevas facultades para el Congreso

Quizá la experiencia italiana pueda ser de utilidad. Hacia los años 1997-1998 se creó la bicamaral, presidida por el acreditado politólogo Giovanni Sartori. Los diputados y senadores que la integraban se dieron a la tarea de buscar y construir acuerdos que dieran paso a una formulación jurídica que a su vez auspiciara una modificación en su régimen parlamentario. Ni reforma del Estado ni otros proyectos grandilocuentes como el cambio de Constitución, simplemente revisar y ajustar (de ser posible) los artículos del capítulo político que define el tipo y funciones del régimen.

Al final, la bicamaral no cumplió con su objetivo. Este era, de forma expresa, adaptar para la realidad de Italia el semipresidencialismo francés. Dada la crónica inestabilidad de los gobiernos, producto, entre otras cosas, de la pulverización de la representación en varias decenas de minúsculos partidos, se pretendía conferirle mayores facultades al Pre-sidente de la República Italiana. Actualmente, al gozar de mayoría en ambas Cámaras, Silvio Berlusconi ha retomado el proyecto.

Todo esto viene a cuento porque en México, desde las elecciones de 1997, el presidencialismo vertical y autoritario, contemplado en la Constitución, ha entrado en una etapa en la que demanda, por lo menos, revisión.

Shugart, M. y Carey, J. señalan en su clásico libro Presidents and assemblies (1992) que el régimen presidencialista es una estructura de gobierno para funcionar con base en mayorías. Sin embargo, en el caso de que prospere la diversidad en la representación, es decir, la existencia de más de dos partidos políticos y que no exista una mayoría calificada en las cámaras del Congreso, el sistema político en su conjunto entra en tensión. Y lo hace porque evidentemente no puede ni procesar los conflictos ni tomar decisiones, porque a su tiempo la estructura jurídica se lo impide.

Mucho se ha escrito y analizado al presidencialismo mexicano. Sin embargo, y como parece que apuntan las tendencias de la participación de la ciudadanía, la pluralidad en el Congreso es y será un rasgo distintivo, por lo que habrán de diseñarse procesos para la formulación de acuerdos que permitan al Poder Ejecutivo mantener niveles adecuados de diálogo y comunicación con el Legislativo. Porque pretender actuar sin mayorías, pero con la propensión natural a la imposición de la Presidencia de la República a San Lázaro, lo único seguro será el estancamiento en las decisiones y la lentitud para responder a los requerimientos de la agenda nacional. Y la oportunidad en los siguientes años es muy amplia.

En la medida de lo que se tiene que crear, asimismo se deben apuntar referencias a nuestra historia y a la política comparada. Tal vez, un jefe de gabinete responsable ante el Congreso, propuesto por el Ejecutivo. O, Ƒpor que no?, un primer ministro seleccionado de entre los miembros de la primera minoría de la Cámara de Diputados (caso francés). También dotar de utilidad, capacidad de sanción (y no sólo de supervisión como ahora) a las facultades del Congreso, cuando año con año acuden los secretarios a discutir el informe de Gobierno. Estas no carecen por completo de utilidad, y para lo único que sirven es para especular sobre aquéllos a propósito de si tienen o no manejo para aspirar a la candidatura presidencial. Requerimos de una serie de reformas enfocadas al capítulo político de la Constitución. Es decir, aspectos concretos y posibles de realizar.

Sea quien sea que gane las elecciones presidenciales de 2006 enfrentará, de seguir como están las cosas, un Congreso con cámaras donde la pluralidad puede convertirse más en un riesgo que en una ventaja. De una vez hay que iniciar los trabajos que confieran a la 59 Legislatura aportar, en los hechos, bases para el México del siglo xxi.

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