México D.F. Domingo 29 de junio de 2003
Con Kabarett, Ute Lemper recreó
en el Salón 21 un centro nocturno de 1928
''¡Qué fluya el llanto; llegó el
nazismo!''
MONICA MATEOS-VEGA
Su voz se derrama como manantial de agua pura, tintinea
en una miríada de tímpanos, saturados por sonidos pulidos
cual diamantes: es Ute Lemper -ángel-mujer-vampiro- saludando en
varias lenguas, el viernes por la noche, a quienes conmpartieron con ella
en el Salón 21 un desafío: "¡Bienvenidos a 1928! Bienvenidos
a la no democracia. Bienvenidos, gángsteres, bellas damas; bebamos
whisky, ¿cómo se sienten? ¡Bienvenidos a las lágrimas!".
Así, Ute Lemper recreó en México
las noches de algún cabaret alemán de hace 80 años
en el que se atestiguaba con horror el ascenso del nazismo que no tardaría
en intentar devorar al planeta: "¿Qué quieres, Hitler -cuestiona
Ute-, acaso adueñarte de todos los países?"
Su reclamo, empero, traspasa el juego que ha propuesto
y muchos piensan en los Hitler actuales, mientras de los breves labios
germanos e intensamente rojos de la Lemper se escurren palabras suaves,
dulcísimas, pero duras: "que fluya el llanto toda la noche".
El
público permanece estático, apenas y aplaude con timidez,
como si un estruendo de más fuera a romper el cristalino murmullo
que vierte la garganta de Ute cuando interpreta su "canción de los
días antiguos".
Luego es hora de combatir toda congoja y la cantante se
quita el largo abrigo negro, tira a un lado su bombín y, generosa,
muestra su afilada espalda. Aparece sobre el escenario Lola, la blue
angel que imaginó el cineasta Zadek en 1992 (cuando Lemper estelarizó
aquel filme en Berlín).
La gran "cantadora" de historias viste un ceñido
vestido rojo que contrasta con su blanquísima piel; con malicia,
saborea la canción, esa "música degenerada" que en los años
20, explica, en Alemania era considerada tabú, al igual que palabras
como democracia, emancipación, sexualidad, homosexualidad.
Pese a todo, "la vida es buena", continúa la camaleónica
Ute, de cuyas cuerdas vocales saltan todos los lamentos, todos los gemidos,
pero también todo el humor necesario para combatir a quienes -antes
y ahora- ordenan: "olvida tus deseos".
Ute cuenta estos secretos como niña traviesa y
cuando ha atrapado la ternura de todos, ¡zas!, pesca a un joven por
la corbata y aúlla, maligna: "¡Soy una vampira! Es bueno chupar
sangre y un buen futuro, ¡carajo!"
Entre carcajadas de los espectadores, el desasosiego de
Martín -la presa capturada- y la música del compositor Mischas
Poliansky, la cantante-devoradora interpreta su emblemática I
am a vamp para terminar pegándole tremenda mordida (¿o
fue chupetón?) en el cuello al afortunado que, en cuanto pudo, huyó
de la batilemper.
Histriónica por los cuatro costados, Ute convoca
a sus ángeles de cabecera: Bertolt Brecht, Kurt Weill, los hacedores
y reinventores del cabaret germano, y entona en su honor un par de baladas
suavizando como nadie las aristas de su idioma natal, hasta convertirlo
en un delicado gorgoreo.
Su silueta parece sacada de alguna escena realizada por
el pincel de Tamara de Lempicka, pero al siguiente momento, se vuelve a
transfigurar: Ute lleva a todos de la mano -atados a su voz- hasta algún
campamento de gitanos y no se escucha nada más en el aire que el
mundo de los nómadas, de los desterrados a la fuerza.
Ute Lemper brinda después por la amistad y obsequia
a todos su composición Lena, inspirada en la familia de quien
la dio a conocer en México hace tres años: Orly Beigel; se
trata, además, de un tema que reivindica la búsqueda de un
lugar donde vivir en paz y con justicia, explica.
De Astor Piazzola, Ute interpreta Buenos Aires, estremeciendo
a todos con palabras en español que danzan con la muerte. El ánimo
está ya preparado para invocar, guiados por esa garganta donde cabe
un mundo, el canto de otro pueblo aterrado por la guerra. Con una canción
interpretada a capella, en árabe, Ute hace un llamado a la
solidaridad, como principio y fin de la condición humana.
Como cerezas del pastel multicolor confeccionado con ese
pulido canto cual diamante, Ute Lemper depositó en el viento, amorosa,
a petición de sus admiradores: Ne me quitte pas y La vie
en rose. No se podía pedir nada más.
El conjunto de temas interpretados esta noche, ya sea
con ironía, con desencanto, con garbo, o como afrenta, en alemán,
en francés, en inglés, en húngaro o en español,
fueron depositados en el alma colectiva, como un sueño que necesita,
que debe, que exige -como propone Lemper- germinar en paz.
Ute Lemper también se presentó ayer en el
Salón 21 y este domingo ofrecerá un recital en el Teatro
de la Ciudad a las 18 horas.
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