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México D.F. Jueves 26 de junio de 2003
Budapest muestra entera la negra espalda del
tiempo
La memoria de las estatuas
PABLO ESPINOSA ENVIADO
Budapest. Sobre el Danubio, el tiempo fluye como
si Heráclito hubiera puesto espejos dotados con lupas en los rostros
de los habitantes de Buda, ciudad que ostenta su esplendor, y también
en los de Pest, su hermana gemela de piel descascarada.
El cielo sobre Budapest: ángeles de piedra, leones
de granito, puentes como venas abiertas, el suave polen de los almendros
en flor semeja nevadas cálidas sinfín en plena primavera.
Pero entre la euforia arquitectónica del art nouveau combinada
con las viejas glorias monumentales, posteriores a la furia de Atila y
un cierto desencanto, se muestra entera la negra espalda del tiempo.
A las afueras de esta metrópoli yace un museo insólito,
el Statue Park, que se ofrece al mundo como el ''Memorial de los años
de la dictadura comunista" y que en la realidad aparece como un proyecto
trunco, una forma cíclica del desencanto. Su contenido, al aire
libre: las estatuas de Lenin, Marx y los líderes históricos
húngaros de la fase comunista, grandes moles de granito y metal
que la historia recuerda en una cámara lenta estrepitosa: multitudes
linchadoras derribando a punta de mazo y martillo esas estatuas en actos-reflejo
que ocurrieron también en otros sitios cuando el mundo dejó
de ser bipolar.
El paisaje después de la batalla conserva su entero
dramatismo. El impacto en el ánimo del visitante, sea del signo
ideológico que fuere, es inevitable. Para los neoliberales furiosos,
los recién conversos al culto al dinero y el nuevo totalitarismo
que se viste siempre de propaganda, debe tratarse de una fiesta. Para los
hombres de bien, para los utopistas, para los anhelantes de justicia y
paz, es una broma cruel, un búmerang involuntario de Fuenteovejuna,
una manifestación de la derrota en la que nadie en realidad ha resultado
victorioso.
Olvidadas, desvencijadas, ignominadas, íngrimas
y solas, las estatuas juegan el juego que todos jugaban y que hoy a nadie
divierte salvo en bromas que sin buscarlo resultan formas de autoironía,
muecas autocomplacientes, mensajes dentro de una botella: en la tienda
de souvenirs del museo hay un libro de registro y una divertida
mercadería que incluye cd-rom interactivos y grabaciones ad nauseum
de antiguos himnos socialistas, hoy piezas de museo.
Entre esos objetos de consumo fácil, quienes desen
celebrar el supuesto triunfo del capitalismo salvaje sobre los anhelos
de justicia pueden adquirir unas t-shirts originales: o bien la
que repite el logotipo del grupo de rock Simple Red, o bien la que esgrime
el logo McDonalds. La primera está hecha a la manera de las giras
mundiales, en el pecho van los integrantes del parodiado Simple Red: Marx,
Lenin, Engels, Stalin, y en la espalda, como si fuera el itinerario de
la gira, los nombres de los países ex comunistas. En otra de las
camisetas conviven la M amarilla de McDonalds con la efigie roja de Lenin
y una leyenda: ''McLenin's, The Taste of Comunism". Pero una sola de entre
el catálogo de camisetas luce limpia, intocada: la que esgrime la
imagen del Che, quien al igual que Salvador Allende permanece entre
los pocos ídolos sin mácula, uno el utopista inquebrantable,
otro el profeta de la apertura de las grandes alamedas de la historia.
El silencio como respuesta
El Statue Park fue ideado inmediatamente después
de las transformaciones radicales de 1989 y 1990 en Hungría. El
futuro que habrían de seguir las estatuas fue sellado por la Asamblea
General de Budapest el 5 de diciembre de 1991: confinadas a un ''Memento
Park", suerte de Gulag al revés, una especie de campo de concentración
estatuario, como un ejemplo de cómo los temas delicados pueden ser
tratados ''de manera educada, civilizada", según el acuerdo social
y en contraste a lo que realizó la ciudadanía en Berlín:
conservan en plena Alexander Platz una estatua monumental de Marx y Engels
juntos (con la consabida caravana de devotos que depositan claveles rojos
a sus pies) pero con la explicación no explícita de que son
científicos, no necesariamente líderes sociales.
El arquitecto Akos Eleod, quien diseñó el
museo, hace una acotación básica:
''Es inevitable que la reacción que pueda despertar
una visita a este recinto en un turista para quien la dictadura es tan
sólo una referencia que ha leído en alguna parte, es muy
distinta a la de las personas que posean pasados trágicos y que
carguen el drama de una existencia que se les rompió a la sombra
de estas estatuas. En ambos casos hay una única respuesta común:
el silencio."
Pero el impacto bajo la sombra de estas estatuas abandonadas
puede ser distinto y en forma de pregunta y esperanza:
¿Se abrirán las grandes alamedas?
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