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México D.F. Martes 17 de junio de 2003
José Blanco
Curas inefables
El clero político es todo el clero, no una parte. La corte pontificia conforma el Estado Vaticano: una estructura política, un Estado soberano con embajadores en muchos países del orbe. Hechos elementales. Ningún Papa, se dice, ha hecho más política que el anciano polaco que encabeza la compleja estructura política de Roma. Pero ocurre que sus miembros, en todo el mundo, son al mismo tiempo ciudadanos de otros estados soberanos. Los curas tienen, pues, dos bonetes antagónicos: uno que asumen como el verdadero orden que los rige, y otro que se encasquetan contra su voluntad, que es la ley del Estado del que son indígenas.
Al hablar a los obispos de Alemania sobre su triple ministerio, Juan Pablo II les recordó que "Cristo dio a los apóstoles y a sus sucesores el mandato y la potestad de enseñar a todas las gentes, santificar a los hombres en la verdad y gobernarlos". Inefables señores de sotana, a la voz de arranque del obispo Gasperín y su insensata carta pastoral, han decidido tomarse a fondo su ministerio de gobernar a sus ovejas mexicanas, con discursos públicos contrarios a la ley que los rige como ciudadanos mexicanos.
Dijo Juan Pablo II en la ocasión referida: "Una mentalidad muy difundida actualmente tiende a excluir de la vida pública los interrogantes sobre las verdades últimas y a confinar a la esfera de lo privado la fe religiosa y las convicciones sobre los valores morales... Se corre el peligro de que las leyes, que ejercen gran influjo en el pensamiento, así como en la conducta de las personas, paulatinamente se aparten de su fundamento moral. Sin embargo, eso iría en perjuicio de las mismas leyes, que con el paso del tiempo llegarían a considerarse sólo como medios para el ordenamiento de la sociedad, sin ninguna referencia al orden moral objetivo... El obispo, como pastor, tiene el deber fundamental de invitar a los miembros de la Iglesia particular a él encomendada a aceptar en su integridad la enseñanza autorizada de la Iglesia sobre cuestiones de fe y de moral".
Como seguramente Martín Mendoza, dirigente del PRD en Querétaro, no está enterado de esas divinas palabras, es que el vocero de la diócesis queretana, el cura Francisco Gavidia, lo llamó, también con palabra divina, "pendejito". Seguramente la beligerancia del último mes de los obispos de Querétaro, Tlaxcala, Cuernavaca, Aguascalientes, Acapulco, entre otros, como lo ha denunciado formalmente el partido México Posible, se funda en su certeza de que hoy pueden ser más impunes que nunca. Ya se sumó Sandoval Iñiguez, faltaba más.
No es, pues, asunto de la iniciativa de los obispos domésticos. El Papa ha dicho por dónde. El sofocante asunto de los dogmas religiosos no puede ser excluido de la vida pública, ha ordenado. Además, debe estar fundado en la moral católica (šobjetiva!, dice el autoritarismo papal); soberbia disparatada de los curas que creen que su moral es la moral.
"Me he divertido con algunos artículos que están saliendo en algunos periódicos aquí en México, leyendo las babosadas que están escribiendo muchos periodistas (sobre) la intervención de los obispos en cuestiones políticas, que, es cierto, son políticas... que benefician al bien común de la sociedad", dijo el cura Umberto Marscih. Con estas divinas palabras los curas afirman abiertamente que su asunto es la política terrenal, no el mundo celestial con el que emboban a sus ovejas.
El Papa cuestiona la ley porque puede no estar fundada en la moral "objetiva" de los curas (como la pederastia de no pocos de ellos en el mundo). No es extraño que la diócesis de Querétaro haya salido envalentonada a declarar: "Para un Obispo la ley de Dios y la dignidad de la persona están por encima de la ley humana, que es falible, por lo cual a un obispo no se le puede callar". Ahí está: por encima de la ley está la aberración adocenada de la infalibilidad del credo católico y no nos van a callar. México Posible hizo un recuento de las leyes que los curas están infringiendo, pero a estos rancios señores las leyes les tienen sin cuidado. A la inveterada impunidad que ha impedido el cabal establecimiento del Estado de derecho, se suman hoy militantemente las ínfulas insolentes de los obispos.
El punto central del tránsito de la oscuridad del Medioevo a la Edad Moderna fue trascender el oscurantismo religioso, mediante la separación de la Iglesia y del Estado: quien quiera vivir sumido en el oscurantismo tiene la libertad para hacerlo; lo que no puede es imponérselo a los fieles de otros credos, a los ateos, irreligiosos, escépticos y agnósticos que en el mundo somos (y que, con el tiempo y la instrucción, seremos más). Los católicos son minoría absoluta en este planeta. No debieran olvidarlo.
México, con Juárez y los hombres de la Reforma, había resuelto tempranamente la fundación del Estado laico y la consiguiente obligatoria obediencia de todos los ciudadanos a la ley, cuestión que no termina de fructificar debido a la impunidad y a nuestra obvia falta de cultura de la legalidad que los curas encabezan
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