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México D.F. Lunes 16 de junio de 2003
José Cueli
Desolación...
La afición madrileña, con paso lento y mirada triste, caminaba por la calle de Alcalá rumbo a la plaza de toros, en la feria de San Isidro, arrastrando su depresión por la pérdida de la casta de las ganaderías españolas. Con la pérdida de la casta, a su vez, la de la fiesta brava, cuyo centro es precisamente la casta de los toros. Veintiocho corridas y sólo los "victorinos" lidiados en el último festejo y una novillada de Fuente Ymbro respondieron con encierros encastados, codiciosos, representantes de la emoción que da el peligro. El resto de los toros corridos presentaron el problema al que me refiero: la falta de casta. Y sin la casta, a otra cosa, apaga la luz y vámonos...
Los toros, sin emoción; los toreros, calca uno de otro, desangelados y cumpliendo con la papeleta de venir a Madrid. Las figuras: Enrique Ponce, muy visto, ni fu ni fa; El Juli dejó de ser el niño prodigio que cortaba el aire con banderillas y capote, y día a día en franco declive se vuelve uno más, a pesar de jugarse todo a una casta, al encerrarse él solo con bureles de diferentes ganaderías. El Cid, a toma y daca, se dio un arrimón y le llegó a la gente. El resto, Caballero, Joselito, Esplá, Rivera Ordoñez, Fandi, Farrera, etcétera... se perdieron en un mar de mediocridad. Las jóvenes cortaron orejita algunos, pero sin romper ni siquiera el hielo o conectar con el difícil -como ninguno- público madrileño. En suma, la torería andante se fue a refugiar al rincón oscurito de algún café a esperar que los apoderados hagan su grilla para reparar lo que no se dio en el redondel. El panorama taurino es desolador aquí y allá. El horizonte infinito de los poetas, cubierto de nubarrones, en espera... en espera...
šAy de Ronda
sin toros, toreros
y sin fama
cuando fuiste la emperadora!
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